Revista En Femenino

Dientes Dientes

Por Mamaenalemania
Que tus polluelen te peguen el susto de tu vida es, de nuevo y como siempre, culpa tuya y sólo tuya.
Porque el día que tu hijo de 4 años les preguntó a sus amigos si querían café o té, deberías de haberte dado cuenta de que los tormentitos toman buena nota de cada uno de tus pasos.
Tú que alardeas de (y les amenazas por) tener ojos hasta en la nuca y de saber tooooodo lo que hacen y quién ha pegado a quién primero, no eres más que una ilusa. Te crees que ellos están concentradísimos en saltarse los dientes, perseguir al gato del vecino o pintando crucifijos y piensas que no te ven, ni les importa, que te pongas doble de azúcar en el café.
Pero ellos saben perfectamente que cuando se te pone cara de pez aburrido (ergo tienes la regla) más les vale darse prisa en merendar, no les vayas a robar la Nutella y, si me apuras, hasta la tortilla de la cena. Que el día que te pones tacones y les haces galletas (clarísimamente ovulando), tendrán sesión doble de Pocoyó (ya me entendéis) y ropa almidonada. Que cuando tienes hambre no insistes demasiado y acabas recogiendo tú todos los juguetes. Todos. Que cuando estás al teléfono con tu hermana tienen vía libre para pintar las paredes, tirar los chupetes al váter y zamparse la pasta de dientes...
Los niños son, además de monos de imitación, listos de cojonen, señores, no los subestimemos.
En cuanto cumplen 3 años, tienes que empezar a andarte con pies de plomo: que no te oigan pedirle al maromen que recoja él la cena, que tú tienes la regla y te duele todo, porque te dirán lo mismo cuando señales el Lego esparcido por el salón... o contarle a tu amiga que tu rímel es estupendo y no se va con agua, porque lo usarán para pintarse cejas de pirata y tres pelos de barba... o comentar que vaya pelos tienen, a ver si les llevas a la pelu, porque te darán una sorpresa.
Hay temas que, por supuesto, no parecen peligrosos a primera vista. Que la Frau dentista te haya puesto un aparato para que no te desencajes la mandíbula por las noches y que, por cierto, ahora que has dormido varios días con Destroyer en las Hispanias te has dado cuenta de que rechina los dientes por las noches, no parecen así a priori asuntos comprometidos. ¿Verdad que no?
Hasta que un día cualquiera, oyéndoles por el babyphone hacer lo de siempre (o sea trastear y descojonarse cuando deberían de estar roncando), subes como siempre haciendo hincapié en cada escalón, por eso de que les dé tiempo a meterse en sus camas y hacerse los dormidos. Y te asomas estrepitósamente con cara de Grüffelo cabreado y ya te estabas yendo cuando tu cerebro registra algo nuevo, fuera de lo común en esas caritas angelicales aguantándose la risa. Y te acercas... y no te da un infarto porque acabas de cumplir los 30 y además con estos en casa estás casi casi curada de espanto.
Cuando vuelves al salón con los objetos confiscados tu maromen hace la croqueten. Que encima el Mayor, con esa gracia impertinente que tiene para darte lecciones de la vida te lo haya vendido como súperfavor, no se vayan a desencajar la mandíbula por la noche y haya que ir al hospital y sacar al del Rizo a esas horas con el frío que hace, termina de matarle de un ataque de risa.
Eso sí, acepta que el nuevo sitio de las dentaduras de vampiro sea el salón.
Dientes Dientes

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