Revista Cultura y Ocio

"EL ACANTILADO JUNTO AL MAR (THE CLIFF BY THE SEA)" (Extracto)

Por Orlando Tunnermann

"...La única pista fidedigna es una prenda de color carmesí que Orlando ha encontrado junto al acantilado que se asoma al mar. Estaba oculta, aplastada como la crisálida de un insecto fosilizado bajo unas piedras porosas del color oscuro de la nieve cuando entra en contacto con las algas y el salitre. Selene asegura que el fragante olor que aún destila la blusa, a la cual le han arrancado o se le han caído tres botones, es Dazzle de París Hilton, un conocido perfume que se expende en lujosas boutiques parisinas. Demasiado dispendio, cavila el detective, para una simple estudiante adolescente de un pueblo de Huesca. Sólo hay tres cabañas junto al mar; rudimentarias chabolas de pescadores que jamás han pisado suelo foráneo, que jamás han sobrepasado las fronteras de Sudáfrica.
Unas manchas resecas del color del vino desvaído, sangre, sin duda, cuentan un relato luctuoso que dibuja oscuros nubarrones en el sino de la desaparecida Irene Vallejo. Forman las manchas extraños dibujos cubistas sobre la tela desastrada. Hay una barca rudimentaria amarrada a un poste, junto a una caverna de profundidad insondable que parece la morada de contubernios de maleantes sin escrúpulos. Celeste no se arredra, se remueve inquieta, como una guerrera en los flecos incipientes que anuncian la batalla. Llevan más de tres horas agazapados como musarañas en su madriguera, esperando a que alguien surja espectral a través de las puertas de los chamizos. El mar tampoco vomita navegantes, ni piratas, contrabandistas, pescaderos o bucaneros. Está tranquilo, bailando con las olas un vals romántico y silente. La noche pronto se cernirá sobre ellos, como un gran monstruo ataviado de negro, y acaso les espíe y juzgue despiadada, reprochando su intrusión en el maltrecho y minúsculo poblado de Khoekhoe. Irene está cerca, Orlando lo siente en cada poro de su piel. Después de tres meses recorriendo África, finalmente una pista elucida mínimamente su repentina e inexplicable desaparición.
La prensa rotula en sensacionalistas titulares las argucias ilegales de una poderosa red de tráfico de mujeres. Mercadean con adolescentes bellas y esbeltas de piel clara y cabellos largos del color de la paja fresca. Orlando vuelve a observar la foto de Irene, la que le entregó su madre momentos antes de implorarle que la trajese de vuelta, sana y salva, arrugando frenética un pañuelo blanco tan encharcado como el limo acumulado junto al acantilado. Sus ojos irlandeses se posan en el trozo de tela, rubricado con signos evidentes de lucha. El alma se le hunde dentro, se desprende y cae al vacío, como si se la hubiesen encadenado a una roca de granito para asegurarse de que su inmersión fuese inevitable.
Hay movimiento en el interior de la gruta de filibusteros. Orlando les ordena a todos que se oculten. Algo está pasando. Maiquez y Argote rezongan cariacontecidos, circunspectos. Ya pasaron la edad de la mocedad, cuando revolcarse por el fango y jugar a las intrigas era emocionante y divertido. Los huesos se quejan como bisagras oxidadas que adolecen de agarrotamiento. Pasan los minutos. Se escucha un chapoteo. El motor relajado de una lancha de recreo va creciendo como el rugido de un león. Entonces la ve. Al principio infiere que la visión le ha engañado, como cuando observas un truco de taumaturgia, todo ilusión y falsedad. Es Irene, macilenta, apaleada, débil y famélica, pero viva. El rostro de Selene resplandece como un amanecer noruego, rojizo y sin contaminar. Celeste ya ha sacado su arma. Le hierve la sangre. Parece un ocelote que se preparara para abatir y dar muerte a su presa. Orlando hace una señal para que aguarde. Tiene otro plan. Mira la barca, ese "trozo" de madera pintada de negro aferrado al poste junto a la cueva. Le basta con que flote, le basta con que no se hunda en la garganta profunda de ese mar sudafricano que se mece al compás de las olas somnolientas..."

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