Revista En Femenino

El Concierto de Fin de Plato

Por Mamaenalemania
Cuando la gente piensa en Alemania, normalmente le vienen a la cabeza los típicos tópicos: Cerveza, coches y salchichas.
Si es gente que, además, conoce Alemania por cualquier motivo (trabajo, estudios…), la lista de tópicos típicos se alarga un poco y una de las cosas que nunca falta en ella es el pan.
El pan alemán es increíble. Hay mil variaciones: blanco, negro, gris, con un cereal, con 10, con yogur, con pipas…etc. Si te gusta el pan, Alemania no te decepcionará.
Mi marido lo pasa un poco (bastante) mal cuando estamos en España a la hora del desayuno: no concibe eso de la tostadita o la madalenita o un par de galletitas. Por eso lo que más le gusta en Madrid es ir a desayunar a una cafetería y que le pongan su barrita (y a mí, que así aprovecho y me como unos churros, que aún siendo española no es algo que haya tomado todos los días de mi vida).
El caso es que, en Alemania, a pesar de venerarse el pan, no se come con pan. Si pides una ensalada en un restaurante te ponen un poco, o si pides un puré (para mojarlo), pero eso de la panera a la izquierda del plato no lo verás.
Lo que en España sería de malísima educación, aquí en Alemania es lo normal: El pan para comer (y sólo ensalada o puré) se deja en una esquina del plato y, cuando se come, no se van cortando trocitos según necesidad, sino que se agarra con toda la mano en plan Gólum-mi-tesoro y se van dando mordiscos (o más bien bocaos) según le apetezca a uno.
Esto, en principio, no debería de suponer un problema: te acostumbras a comer sin pan y punto y, cuando te lo pongan, te lo comes como a ti te parezca o te hayan enseñado en tu casa, ¿no?
Pues no.
La comida alemana, en general, suele ser bastante salsera y, siendo un país forofo de los lácteos (claro, con estos prados y estas vacas), para ser digna de su nombre, una salsa tiene que llevar nata y ser espesa (y cuanto más, mejor).
Tú llegas aquí y te plantan una bomba grasienta de salsa con carne y patatas y algo más (estupenda para las bajas temperaturas, eso sí) y tú te la comes tan contenta. ¿Qué pasa? Pues que cuando te acabas la carne, las patatas y la verdura acompañante que te toque ese día, tu plato no brilla, obviamente. En él queda salsa para rato.
Como buen español (comiendo por ejemplo en casa de tus suegros), primero buscas pan para rebañar un poco (que no hay, así que no rebañas), después la servilleta (que sólo encontrarás en restaurantes, porque en familias de clase normal, lo de las servilletas sólo se estila en Navidad y para decorar) y al final colocas los cubiertos en posición y das por terminada la comida. En un momento de intimidad posterior a la comida, tu media naranja germana te preguntará preocupada “¿No te ha gustado la comida?” y no entenderás muy bien a qué se refiere exactamente cuando te dice que no te has terminado tu plato (¡Pero si sólo te has dejado salsa y algún trozo de cebolla!).
Cuando llevas un tiempo aquí, te das cuenta de que es que en Alemania, se rebaña hasta la salsa. No sé bien si es para facilitar el bañado de platos o si así es como se simboliza que te ha gustado la comida (mi marido dice que es por esto último). El caso es que los platos se dejan impolutos.
Vale, ¿y mi pan? No hay. Tienes que rebañar la salsa del plato y las 3 minipartículas de cebolla con cuchillo y tenedor… ¿Y cómo coñ* rebaño yo salsa con cubiertos? Pues sumándote al concierto de fin de plato: unos 5 min. antes de que acabe la comida de pronto se acaba la conversación esa interesantísima sobre la consistencia de la salsa de pollo o la ironía lírica satírica en las obras medianas de Goethe (olvídate de tocar temas transcendentales o personales, ergo interesantes, durante las comidas) y ¡empieza la función!
5 min. de cling-cling-clang-clang veloces y desacompasados (y muy muy irritantes, por cierto) anuncian que se acerca el postre. Y no os creáis que el ruidito es para dar por saco, qué va, es que llenar un tenedor con la mayor cantidad de salsa posible (empujándola con el cuchillo) y que llegue más o menos “cargado” a la boca, requiere que se reduzca al mínimo indispensable el tiempo que pasa la salsa en el tenedor antes de sucumbir a la ley de la gravedad y volver a llenar el plato (lo que significarían 3 segundos y medio más).
A mí la verdad es que me da un poco igual como coma la gente, mientras no llame la atención lo mal que lo hacen (porque entonces no es que sea poco “fisno”, es que es desagradable). Recuerdo que mis padres me marearon con las normas en la mesa y que una de ellas era la de no hacer ruido (o no mucho, vamos, algún cling no se puede evitar, claro). Igual es que lo he interiorizado sin darme cuenta, porque me pongo mala con los conciertos de fin de plato.
Y, como no me pienso unir a ellos, ya he dejado claro que, en España, es de mala educación dejar el plato reluciente, porque “simboliza” (ja, ja, ja) que te has quedado con hambre y el anfitrión es un poco tacaño. Me lo he inventado, por supuesto, pero han asentido entre extrañados y comprensivos (ya sabéis, otras culturas y sus costumbres ancestrales, igual les digo que hay que conseguir decir “ni como el de mi madre” en un eructo y se lo creen igual) y yo me he quedado más ancha que larga (y dispensada de la función).

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