Revista En Femenino

El factor sorpresa

Por Mamaenalemania
Mi hijo mayor ha sido (y es) un bebé (ahora un niño) muy demandante. Llegué a pensar que era uno “de alta demanda”, como los llaman, pero después de haber leído algunos foros, blogs y demás sobre el tema, me he dado cuenta de que tampoco es para tanto.
Lo que no quita, por supuesto, que sea muy demandante. Ha tenido cólicos del lactante, ha sido un bebé muy despierto, activo, sociable…etc. Y, sobre todo, ha sido el primero.
Me imagino que les pasa a todos: Con el primer hijo te obsesionas con los percentiles, las curvas, los calendarios, los alimentos, las cantidades (llegando a pesar al miligramo la cantidad de X que toque o introduciendo justo justo cuando cumplen tal mes, tal alimento en particular), los avances motores…etc. Se compara constantemente el tamaño del niño con el de los otros niños de su edad, si dice “gu” en vez de “ta”, si ya saluda o se reconoce en el espejo. Uno está tan tan atento a todo, que incluso percibimos el proceso de aprendizaje de cualquier cosa (por ejemplo, al aprender a saludar, vamos viendo cada día si ayer subía la mano hasta la oreja y hoy ya ha conseguido subirla 2 milímetros más que ayer).
Normal ¿no? Hay tantos estudios, gráficas, información general y opiniones populares (las peores) sobre cómo debería ser nuestro hijo, qué es lo “normal”, que muchos nos pasamos el día comparando y observando. Unos se obsesionan, otros no, unos más, otros menos. Depende del carácter de la persona, de la capacidad de repetición de la madre/suegra/vecino/panadero, depende de la confianza depositada en el pediatra (y del sentido común que, gracias a Dios, muchos destilan al quitarle importancia a las curvas milimétricas)…etc.
Aún así, te obsesiones o no, al crecer con tu hijo y verle crecer (y alucinar y embobarte cada día con lo que hace, dice, coge, sabe), parece que no te pierdes nada.
A mí por lo menos me pasó con el primero. Sabía que era “normal” que tal mes hiciese cual cosa y así le veía acercarse y dominar esa nueva habilidad, poco a poco.
Con el segundo no. No porque no me importe, ni mucho menos. Además, paso el doble de tiempo con él que el que pasé con el mayor (porque con este nos lo repartimos mi marido y yo). Pero hay dos cosas que influyen en el “factor sorpresa miniñohacrecidoynomeheenterado”:
La primera es que, aunque pase más tiempo con él, tengo menos tiempo en general. Con el primero daba igual que yo comiese a las 2 que a las 3 o que tocase pasta 5 días seguidos. Con este no, porque precisamente el mayor no puede comer cuando a mí me parezca y además no quiero que se alimente sólo de pasta (aunque ha habido situaciones en las que ha cenado 2 días seguidos tortilla francesa, una que no es perfecta).
La segunda cosa (y la más importante, creo) es lo inevitable de la comparación: A pesar de que el niño crece y se desarrolla (obvio), en comparación con su hermano mayor, que ya es un niño en toda regla, el pequeñín me sigue pareciendo un bebé. Un bebé pequeñito e indefenso (aunque tenga un tamaño más que considerable) y, claro, así, resulta que se me han "pasado" las ganas de que crezca (o no me han entrado). Sólo le “comparo” con su hermano mayor y, como no podía ser de otra manera, me parece perfectamente normal que no haga infinidad de cosas que el mayor sí que hace. Así que ni calculo gráficas, ni cuento los milímetros.
Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La ventaja es que, por ejemplo, ayer que le di un peine para distraerle mientras le ponía los zapatos, casi me caigo para atrás cuando empezó a peinarse (mal, por supuesto, no vayáis a pensar que es superdotado). Me pilló totalmente por sorpresa. Yo no le he enseñado a hacerlo, por lo menos conscientemente (claro que le peino y le digo lo guapo que está, pero no le he enseñado a peinarse), y no me lo esperaba para nada. Parecerá una tontería (o no, supongo que habrá muchas igual de sensiblonas que yo, que además ahora tengo las hormonas en plena manifestación por sus derechos), pero casi se me saltan las lágrimas de la emoción al ver a mi bebé, mi gordito, todo orgulloso enseñándome lo guapo que se estaba poniendo.
El inconveniente puede parecer una tontería (y lo más probable es que lo sea, o sea cosa de las hormonas), pero me dio al mismo tiempo mucha pena pensar que lo había aprendido solito. Está claro que solito-solito no ha sido: Si yo no le peinase no sabría ni lo que es un peine ni qué se hace con eso (además de morderlo), pero el no haber estado ahí, peine en su mano, mi mano sobre su mano haciendo el movimiento correspondiente (como creo recordar que sí que hice con su hermano mayor), me dio pena.
A él ni idea. Desde luego que estaba encantado con su peine y con mi cara de alucine, así que me relajaré y esperaré a ver con qué me sorprende la próxima vez.

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