Revista Cultura y Ocio

El sangriento final de rudy falconi ii

Por Orlando Tunnermann
El SANGRIENTO FINAL DE RUDY FALCONI II
EL SANGRIENTO FINAL DE RUDY FALCONI II

Bailaban los novios como dos figuras de cera sobre una pista de linóleo glacial. No había en el rostro de la impostora Edna Wing la menor huella de hechizo de amor.
Emergía subrepticia la fiera zaherida que durante tantos años había dado cobijo al odio en su corazón desvalido.
El consorte, timorato, no se apercibía de la transmutación o acaso anublaba su mirada mema la felicidad momentánea.
Nada sospechaba el incauto cónyuge de los planes elaborados por la ficticia Edna. Rudy sustituyó al desmanotado bailarín con un aire de innecesaria aspereza. Le avergonzaba su hijo con su aura obtusa y estólida, prendida de su figura asimétrica como un adorno indecoroso.
Los latidos de Edna se aceleraron. Rudy sospechaba algo; nadie podía engañar a Rudy Falconi durante mucho tiempo y pretender salir incólume de la impostura.
Se acercaba el momento crucial de la justicia, y mientras tales pensamientos anegaban su cordura, apenas podía refrenar los ardores de venganza, tanto tiempo “distraídos” con el prometedor acicate de aquel encuentro finalmente materializado.
El asesino de sus padres y de cuatro de sus cinco hermanos le apretaba el talle contra su formidable torso como un oso cavernario que intimara con una grácil gacela.
La novia más infausta de la historia de los romances amañados danzaba con el susurro de las sombras que propalaba sentencias, con la faz cobarde oculta tras el impermeable manto del anonimato.
Rudy Falconi no se manchaba las manos de sangre; sólo era la voz del diablo y la coerción y la brisa que empujaba la mano que apretaba el gatillo.
Inasible como el viento, pocos conocían su rostro, ni barruntaban tampoco que tras algunos de los crímenes más célebres cometidos en las últimas décadas estaba arrumbado su nombre en los lóbregos recovecos de las esquinas, como un ojo crepuscular que todo lo viera desde un escenario invisible tras las constelaciones o las nubes.
-¿Qué sucede, Edna? No recuerdo haber visto jamás una novia tan desdichada en el día más feliz de su vida. No me mientas, es algo que deploro, bien lo sabes, y también sabes que sea lo que sea, acabaré por averiguarlo.
Aunque su voz sonara melificada, no había en ella la menor traza de amabilidad. Era una amenaza en toda regla…
Mandy-Edna se tensó. Por unos instantes se quebraron sus heraldos de justicia y los metódicos planes de acercamiento al intocable Rudy.
-Sólo estoy nerviosa, -Improvisó, mostrando una serenidad insincera-
De pronto se apagaron las luces y se produjo un clamor de gañidos, gemidos de dolor, sorpresa y sobresalto.
Acompañó a aquel instante de opacidad una sinfonía de ruidos de batalla campal, disparos, pendencia.
Rudy quedó paralizado como un rastrojo en medio de la pista de baile, invidente y desamparado sin el bastión inexpugnable de sus lacayos “lobotomizados”.
-¿Qué está pasando? ¡Que alguien encienda las luces! –Ordenó el déspota-
-Eso no va a pasar, Rudy –Le susurró al oído Edna. El omnipotente gerifalte notó el filo de un cuchillo dentado en la base de la garganta. Se quedó estático, respirando con dificultad, como una marsopa condenada al ostracismo más allá de las dunas de un desierto marciano.
-Los fantasmas de mi familia han venido para arrastrarte hasta los infiernos e impartir justicia, eso es lo que está pasando.
-¿Tu familia? ¿Pero de qué demonios me estás hablando? ¿Quién demonios eres tú?
-¡Luces! –Bramó Edna. Rudy Falconi contempló horripilado el salón de baile convertido ahora en una necrópolis de cuerpos reventados a balazos o degollados. El hermano de Edna estaba acompañado por una docena de cuatreros sin escrúpulos ni bando conocido.
Muchos de ellos habían trabajado bajo sus órdenes en más de una ocasión. ¡Malditos bastardos! –Estalló Rudy-
-Soy Mandy Maltesse. Mataste a los míos y ahora yo he hecho lo mismo que tú me hiciste a mí antes. Es tu turno, ¡Sr.Todopoderoso Rudy Falconi!
-¡Espera, espera! –Trataba de ganar tiempo el tirano- ¡Hablemos!
Mandy desvió la mirada cuando le rajó la yugular y su cuerpo caía inerte como el peso muerto del universo vencido por el fulgor de las constelaciones.
Un único superviviente recordaría muchos años después aquel día luctuoso en que la muerte vestida de novia se alejaba del infierno en el interior de un vehículo negro.

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