Revista Diario

En la farmacia.

Por Mamaenalemania
El pequeño lleva un par de días con mocos y ayer ya empezó con la tos, así que, tempranito por la mañana, nos hemos ido al pediatra.
Aquí en el mierdapueblo no hay médicos, sólo veterinarios. Pero cuídate de llevarles a tu gato, porque como buenos veterinarios de granja vacuna (de las que el mierdapueblo está rodeado) que son, les da igual un gato más que un gato menos y a la mínima te dicen que acabes con su sufrimiento, aunque sea una indigestión. Como humano mejor ni te acerques, claro.
Mi pediatra está en la mierdaciudad de “al lado” (14 km.) y, la verdad, estoy encantada con él. Da igual si tienes seguro público o privado, te dan hora para el mismo día que llamas, si vas pronto te pasan enseguida, se toma su tiempo con los niños, no me ha mentado la homeopatía ni una sola vez, en la primera consulta me dio una tarjeta con sus números privados (por si hay alguna urgencia, a cualquier hora del día o de la noche, me dijo), los fines de semana abre una hora cada día (no sólo para urgencias, sino también para controles) y siempre siempre que voy y me está haciendo la receta me pregunta “¿Andas corta de algo? ¿Paracetamol? ¿jarabes?” para colárselo a la Krankenkasse, no vaya a ser que tengamos que pagar algo los padres.
Esta es una de las grandes (y pocas) ventajas de Alemania y su sistema médico: Absolutamente todas las medicinas que tu hijo necesite hasta los 18 años son gratuitas. Da igual que sea paracetamol para la fiebre, un jarabe para la tos o suero fisiológico. Todo. Incluso el apartito para inhalar, que nos dieron uno aquí nuevecito para nosotros solos, después de nuestras primeras navidades en España, que el mayor se agarró una bronqueolitis de caballo y, con Sanitas, nos lo prestaron los días que prescribió el médico allí. Eso sí, tienes que llevar la receta a la farmacia.
Hoy después de la consulta he salido receta en mano (suero fisiológico y jarabe para la tos) dirección a la farmacia, que está a 10 metros del pediatra. No es nada especial: aquí en Alemania hay farmacias cada 10 metros. Luego dicen que los españoles nos medicamos mucho y tralará, pero lo de aquí también se las trae: entre las decenas de panfletos publicitarios que caen en mi buzón todos los días, la mitad por lo menos son de alguna farmacia que anuncia sus promociones semanales. Y no en cremas, no señor, sino en jarabes, gotas nasales, antigripales y demás. “¡Equípese para el invierno!” rezaba uno de los slogans. Pero en España nos automedicamos mucho, hay que jo*****.
El caso es que a mí, la farmacia más cercana al pediatra no me gusta nada. Es de las más grandes y siempre tienen lo que pides, cosa que se agradece cuando en vives en un mierdapueblo sin farmacia y cualquier desplazamiento (con niños sobre todo) se convierte en una aventura. Así que, sólo por el hecho de no tener que volver por la tarde o al día siguiente, me compensa ir ahí, aunque no aguante a las farmacéuticas. Lo de hoy no ha sido nada nuevo, cada visita es más o menos así:
Yo: Hola buenos días. (y le extiendo la receta)
Farmacéutica: mmmmm… a ver, sí, eso lo tenemos. Un momento… ¿Le ha indicado el médico la dosis?
Yo: Sí.
Farmacéutica: ¿Y qué le ha dicho?
Yo: Tres veces al día, 2’5 ml.
Farmacéutica: ¿Qué pasa, que tiene mucha tos?
Yo: Pues no mucha, pero como ya tuvimos que inhalar hace un par de meses, por si acaso.
Farmacéutica: Ah. Pues yo no le daría esa dosis.
Yo: ya (porque ya me las conozco y paso de preguntar).
Farmacéutica: Mejor le das sólo 2 veces al día, 2 ml.
Yo: Bueno, le daré lo que me ha dicho el médico que le dé, que es el que ha visto al niño.
Farmacéutica: Ya, pero es que esa dosis que te ha dicho es para cuando la tos es más grave.
Yo: Ya, pero repito que es él el que ha visto al niño, así que si me ha dicho que le dé esa cantidad será por algo, digo yo.
Farmacéutica (señalando al niño dormido en el cochecito): Pero es que no le estoy viendo toser mucho, la verdad.
Yo: Ya, señora, es que no tose constantemente y menos cuando duerme en esa posición.
Farmacéutica: Ya, o sea que no me va usted a hacer caso y le va a dar lo que le dé la gana.
Yo: No, lo que me dé la gana no, lo que me ha dicho el médico.
Farmacéutica (resignada-cabreada): Allá usted… Bueno, le doy también un ungüento de mentol para el pecho ¿vale?
Yo: No gracias, no quiero el ungüento.
Farmacéutica: Pero es que le va a venir estupendamente.
Yo (que no me gustan nada los ungüentos esos tipo Vicks Vaporub y además oí que son malísimos y que pueden provocar hiperventilación en niños): Ya, pero es que no lo quiero. Sólo quiero mi jarabe, si no le importa, que tengo prisa.
Farmacéutica: ¿Y a dónde va usted ahora con el niño malito?
Yo: Al bar a tomarme un coñac. Deme el jarabe y no se preocupe, que la próxima vez le traigo al niño a usted directamente para que le ausculte.
Respingo de la farmacéutica, cara de mala leche y de eresunamalamadre y una maleducada, pero, por fin, jarabe. ¡Misión cumplida!
Por supuesto que no me he ido al bar después, sino a casita. Pero jurando y perjurando (como siempre que salgo de ahí), que nunca más volveré a esa farmacia. ¡Qué tías! Todas las farmacéuticas de esta farmacia son así de pesadas. ¡Todas!

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