Revista Maternidad

Entre rejas

Por Mamaenalemania
Yo no he sido muy de parque (de interiores).
En cuanto mi hijo mayor empezó a explorar, reorganicé un poco los armarios de la cocina, los libros del salón y poco más.
El niño, claro está, no se limitó a jugar con sus juguetes: Tenía épocas en las que lo que más le divertía era sacar toooodas las ollas del armario o apretar los botoncitos del equipo de música; pero con un poco de permisividad fingida (en el fondo que aporree las ollas con una cuchara de madera me da igual) y un par de “noes” enérgicos (por los botoncitos), nos las arreglamos bastante bien. Jamás he tenido que asegurar un armario o taponar una puerta. El parque que, por recomendación general había comprado, lo regalé sin estrenar al mudarnos al mierdapueblo.
Tonta de mí, di por hecho que con mi hijo pequeño sería igual.
O mejor, incluso, ya que ha sido un bebé mucho más tranquilo y fácil de contentar:
Hasta hace poco me acompañaba en todas mis ocupaciones sin problemas: ducharme, vestirme, cocinar, tender la ropa, ir a la compra, comer… etc. Fuera de casa, se entretenía mirando y, en casa, con algún juguete o pseudojuguete (una olla, por ejemplo).
Hasta hace poco… Hace más o menos un mes que la cosa empezó a cambiar.
De pronto, los únicos armarios de la concina que le divierten son el de los platos y el de los productos de limpieza. De pronto, la basura es lo más, meter la mano en el váter es guay, aporrear las lámparas, masticar los cables… Da igual los juguetes que tenga, lo bien que imiten los objetos reales que le obsesionan, las alternativas “permisivas” que le ofrezca (la olla de verdad, los tuppers, el bote de champú…), no señor, el niño sabe perfectamente lo que quiere.
Y no entiende un “no” por muy enérgico que sea y por mucha cara de enfadada que ponga. Más bien parece que le diga “¡adelante!”, porque es pegar el grito y mirarme, enseñarme esa dentadura (que me va a costar un riñón de dentista) y acelerar el ataque. He probado a decir “sí”, a ver si es que el niño ha aprendido al revés, pero tampoco.
Desde que hemos vuelto de vacaciones he tenido que trasladar mi ducha mañanera a la hora de la siesta o la noche (era salir llena de jabón a sacarle del váter y en un plis plas se me había metido bajo el chorro vestido).
El lunes pasado ya había instalado todo tipo de seguros en armarios, neveras y demás.
El martes me encontré con que tenía medio salón y media cocina en el pasillo (lámparas, basura, artilugios para la chimenea…).
El miércoles, además, tuve que sacar las sillas (porque se sube encima y de ahí a la mesa del comedor y de ahí, o le bajo o me hace tarzán con la lámpara).
El jueves le tuve que sacar del fregaplatos.
El viernes estaba pensando en cómo sacar el sofá del salón (al que también escala) y si cabría en el pasillo, pero a mediodía más o menos ya había aprendido a abrir las puertas, así que el pasillo (con escaleras) dejó de ser zona protegida.
Esa misma tarde mandé a mi marido a por un parque y desde ayer hemos recuperado el orden normal de las cosas, por lo menos para ducharnos rápido, sacar la quiche del horno o hacer las albóndigas de una tirada.
Cuando le meto en el parque, llora un rato. Luego se le pasa y juega o “canta” paciente, saludándome a intervalos, unos… ¿15 minutos? ¿20? ¿30? Depende de lo que tenga que hacer.
Supongo que será cosa del trauma y de no sentirse querido, abandonado y aparcado para que su madre egoísta pueda tomarse un aperitivo o hacerse la manicura… o hacerle la cena o limpiarle el culo a su hermano. Para las Übermütter del lugar no hay diferencia. Des-fusionarse así del niño, meterlo entre rejas, va en contra de lo que por aquí se entiende como educación sin límites, digo crianza respetuosa. Mejor atiborrarles a bretzel con 3 dedos de mantequilla (Bio, por supuesto).
A mí, sinceramente, después de una semanita fina y con la tripa cada vez más molestona, la jaula me ha salvado los nervios (y al niño).

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