Revista Opinión

Heroicidades

Publicado el 16 marzo 2021 por Eowyndecamelot

Cuando algo o alguien salta a la fama, es tendencia, o acumula alabanzas, tiendo a desconfiar. Escritores, políticas o personalidades varias que pueblan las pantallas y las portadas (para los que aún leen periódicos) me dan repelús. Evidentemente, no soy mitómana, pero tampoco quisiera que se me tachara de conspiranoica si digo que, cuando el aplauso de la ciudadanía retumba en mis oídos aclamando a un nuevo héroe o heroína, me imagino que hay algo detrás.

Porque, en este mundo, pienso que es difícil que la excelencia, el verdadero talento, sea reconocido sin operación de marketing previa. Y, ya se sabe, el marketing es un negocio y, como todos, espera resultados. Y no siempre económicos… A veces se produce el milagro, y quizá mi desconfianza me hace perderme experiencias y a personas excepcionales, pero de momento, cada vez que he investigado un poco sobre estos personajes encumbrados a los altares de la popularidad, me he reafirmado en mis ideas.

Así, creo que hay muchas escritoras de verdad que no venden libros, y muchos bestsellers que no son más que un amasijo de letras. He escuchado músicos anónimos que me han hecho llorar de emoción, pero cuando sintonizo los 40 Principales estaría dispuesta a confesar horribles crímenes que no he cometido para que cese la tortura. (Hay excepciones, afortunadamente, y podría apostar por que los lectores estuvieron bien acertados al comprar por millones los libros de Umberto Eco o de Carlos Ruiz Zafón, por ejemplo.) Y en otros ámbitos, lo mismo. Cuando un político que dice que quiere cambiar el país y traernos una sociedad más justa empieza a salir en todos los canales de televisión, sé indefectiblemente que no es más que un producto, tal vez alzado al estrellato con oscuras intenciones de los que realmente ostentan el poder, y que va a acabar por traicionar a las personas que más lo adoran, llevándose con él un trozo de la esperanza que atesoramos las que aún creemos que se puede transformar el mundo.

Porque los héroes y las heroínas de verdad son otra cosa. Los héroes y las heroínas de verdad incomodan. Molestan. No interesan. No suelen salir en las noticias, excepto para ser denigrados o para que se anuncie su muerte. A no ser que se integren en el rebaño, son silenciados. O asesinados. Porque los héroes y heroínas de verdad mueren jóvenes. Recuerdo a Patrice Lumumba, fusilado con 35 años, o Thomas Sankara, asesinado con 38, solamente por luchar por el bienestar y la libertad de sus pueblos, el Congo y Burkina Fasso. O a Berta Cáceres, la líder indígena, feminista y activista medioambiental, asesinada a tiros tan solo hace cinco años. Y ya no hablaré de Salvador Allende, o de Ernesto Guevara, para que nadie me acuse de radical, en el caso de que ese calificativo pueda resultar insultante.

Y, sin embargo, también creo en los héroes y las heroínas sin nombre. En el padre que lucha para que sus hijos vivan en un mundo mejor, y también para que ayuden a construir ese mundo mejor. En la persona que defiende al migrante o a la mujer maltratada en la calle, o que sencillamente se molesta en interrumpir su ajetreado día para recoger del suelo a un anciano y acompañarlo hasta que llegue la ambulancia. En la empleada del supermercado que no dejó de sonreír a sus clientes durante todo el confinamiento, incluso sabiendo que aunque se dejara llevar por el malhumor seguiría cobrando el mismo sueldo simbólico que no le llegaría a fin de mes. A los que se implicaron hasta la extenuación para salvar la vida y el bienestar de las personas en una de las situaciones más terribles que ha vivido el mundo en su globalidad durante las últimas décadas. En la madre que hace magia con su sueldo para que sus hijos no sufran los peores efectos de la pobreza. En todos aquellos que trabajan cada día para conseguir hacer feliz a la gente de su entorno, por la sola recompensa de una sonrisa.

Hay una chica, Greta Thunberg. Conocida y alabada internacionalmente. Su discurso es lógico, necesario, parece valiente, y ha sufrido las críticas esperables de sectores de la ultraderecha. Greta ha dicho en voz alta lo que, en el fondo, todos sabemos: que hemos de comprometernos seriamente con el medio ambiente. Al igual que hemos de tratar los síntomas de todas las enfermedades. Pero las enfermedades no se curan solo aliviando sus síntomas. La varicela no se soluciona con un tratamiento contra los granos. El cambio climático no es más que la consecuencia de un sistema económico que no solo destruye el planeta, sino que todo y a todos que no sean rentables o meramente utilizables, al menos hasta el momento en que dejan de serlo. Y al no mencionar este pequeño detalle, esta joven resulta ser una activista cómoda. Políticamente correcta. Y, tal vez, aunque no sea su objetivo, incluso políticamente beneficiosa. 

Y, tal vez, a veces, el talento, el esfuerzo, la heroicidad, no necesiten de tantas alharacas.


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