Revista Cultura y Ocio

La cosecha maldita

Por Orlando Tunnermann
LA COSECHA MALDITA
Acaba de pasar por la calle del Olvido el desdichado de Gerardo. Relinchaba, como de costumbre, echaban humo sus ollares, como de costumbre. He levantado la cabeza, aturdido por los bramidos infrahumanos de su voz bullanguera. No hay día que su ánimo se alíe con la alegría de vivir. Su vida es un perpetuo seísmo, un paisaje calinoso habitado por zainos enemigos que siempre quieren perjudicarle. Nada le sale bien, le impreca a un cielo caliginoso, como si tuviese la culpa de sus infortunios. Su cosecha está maldita, los frutos podridos, agusanados. A lo lejos avizora ya un muro insalvable; ¡Pero si acaba de dejar atrás obstáculos de catadura impronunciable! ¿Qué habrá hecho Gerardo para recolectar tanta desdicha? El cielo no responde, pero Dios es el responsable de todo cuanto acaece en su vida. De hecho, Dios tiene la culpa de la muerte de los inocentes, los niños que perecen de hambre en África, culpable de las guerras y las enfermedades e incluso de que Mariana, su prometida, le dejara plantado en el altar para embarcarse en un navío con rumbo a Estocolmo. Se queda algo más tranquilo Gerardo cuando encuentra una fuente primigenia donde descargar sus cuitas y maldiciones. Es más fácil vivir quejándose de todo que luchar para cambiar las cosas, le dice una y otra vez su odiosa amiga Penélope. ¡Qué sabrá ella! Una mujer tan bella y afortunada, felizmente casada, viajes por doquier, una vida acomodada y afecto como para sembrar plantaciones de amor por todo el planeta.
Hoy es una inoportuna y pertinaz cefalea, mañana el desempleo, y al otro, los atascos de Madrid. Todo solivianta al infausto de Gerardo. Gerardo es una explosión humana, una bomba de relojería que malgasta su tiempo y la paciencia de los demás berreando como un neonato, porque todo le sale mal, porque su cosecha está maldita. Crápula y envidioso, perdulario, canalla y bribón, gandumbas, holgazán y quejica. Veleidoso e irresponsable, nunca movió un dedo por nadie. Cientos de proyectos ideados por una mente cansada de dormitar, aprendiz de todo y lego en todo lo referente a ejecutar, trabajar, llevar a cabo lo que con pasmosa parsimonia, en ocasiones, prometen sus palabras hueras.
"¿De qué te quejas Gerardo?" Vuelve a insinuarle la inmaculada Penélope. "Recoges lo que siembras" le espeta sin compasión. Sus frutos pútridos son el resultado de una vida yerma, un embeleso del propio rostro en el reflejo del estanque, un monólogo sobre desgracias personales y mala suerte. "¿Qué hashecho tú por los demás, Gerardo?" -Prosigue implacable la curvilínea Penélope-.
Nada, lo cierto es que su vida ha sido una recta subterránea, una vía de sentido único, un paraje privado donde se lee únicamente el catecismo biográfico de sí mismo. Se queja Gerardo por todo, como si el resto del mundo no existiese o morásemos felices y saludables en aéreos castillos de oro y cristal, donde siempre suenan canciones y las nubes son de rutilantes colores.

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