Revista Cultura y Ocio

La hija de un dios protervo -relatos cortos-

Por Orlando Tunnermann

LA HIJA DE UN DIOS PROTERVO -RELATOS CORTOS-
El viento inmisericorde se había llevado sobre sus alas etéreas el rastro de la pequeña Yadira, acaso a lomos de un dios protervo en pos de una vida robada y apócrifa.
Gladys imaginaba su faz; la de una mujer ya adulta, de rubísimos cabellos largos y ojos azules de tigresa indómita. Se preguntaba, mientras se abría paso a través del ingente caudal humano de la populosa y vivaz calle del Marqués de Larios, si habría sacado los genes de rudeza de Eusebio o los modales refinados de ella.
¿Sería avezada con los cálculos numéricos y la abstracción que tanto absorbían a su esposo, o habría heredado la sensibilidad romántica que impregnaba cada una de las poesías que ella le escribía a la Luna y las estrellas?
La imaginaba felizmente casada, rodeada de niños, viviendo en una casa grande junto a su fiel y galante esposo, probablemente un ingeniero… o un abogado.
Las pesquisas en Teruel habían naufragado estrepitosamente en un océano de sueños rotos. Lo mismo había acaecido después en Sevilla y en Santander.
Mujeres desterradas que buscaban a sus madres verdaderas corrían a abrazar a una “impostora” que buscaba a su hija robada. El desespero y la pasión con que se aferraban a la quimera del reencuentro ponía rostro materno a la primera candidata que preguntaba…
Desceñirse de ese vínculo falaz era pura agonía; suponía acatar los malvados preceptos de un nuevo fracaso, una ruta sesgada que desembocaba en una vía muerta, una decepción…
El detective Carbajosa le había telefoneado esa misma mañana para abrir una nueva puerta a un abismo de negrura insondable.
Gladys no tenía ya fuerzas para asumir otro derrape mortal en el corazón. En sus manos sostenía un nombre mágico y una dirección: Ylenia Galdós. C/Fuencisla 26. Agudelo, 36190, Pontevedra.
Se sentó en un banco a la sombra de un portentoso ficus en la arbolada avenida de la Alameda Principal.
Meditabunda, se plegó sobre sí misma en una pugna desigual: ¿Ceder a la derrota demoledora y extinguir la famélica llama de la esperanza, como ya había hecho Eusebio, o destapar el nuevo naipe de una baraja gallega?
Habían pasado más de cinco años desde que comenzara su cruzada personal atando pesquisas en el hospital de la Paz de Madrid.
Cabos sueltos, callejones cortados, indicios espurios, testimonios hueros, asomos esperanzadores que se ahogaban en su propia opacidad… saltos al vacío del cosmos. Yadira… (“¿Dónde estás?”)
Gladys se incorporó y tomó la calle de Córdoba para torcer inmediatamente a mano derecha y enfilar la calle Vendeja, donde vivía su hermana Amparo, en la segunda planta del número 3.
Llamó al telefonillo, pero no contestaba nadie. Alfonso, su cuñado, debía haber salido y su hermana estaría ya de vuelta a casa. Trabajaba en una peluquería en la calle Sagasta, junto al Mercado Central.
Esperaría. No tardaría en llegar. Al otro lado de la calle vio una modesta cafetería llamada “El reino de Nerea”. Entró y pidió un café con leche. Era un lugar acogedor, todo barnizado en madera, con un cierto aire a refugio canadiense…
Le sirvió inmediatamente una mujer bellísima de larga cabellera ondulada y rubia y ojos azules como el cielo despejado.
Sus rasgos faciales eran un poco severos, mirada de acero y sonrisa forzada. Era muy alta y aparentaba poco más de 35 años.
Se alejó hacia la cocina y regresó poco después con un ejemplar en las manos de “La esfinge maragata”, de Concha Espina, la insigne poetisa santanderina que obtuviera el Premio Nacional de Literatura en 1927.
Leía ensimismada, jugueteando con sus bucles dorados bien cuidados, sin apartar la mirada de las excelsas líneas.
Gladys se quedó petrificada. La tabernera no sólo se le parecía como si fueran dos gotas de agua. Cuando ella acababa atrapada en la jungla de párrafos de Galdós, Azorín, Valle-Inclán, también ejecutaba cabriolas con los bucles de su melena rubia.
Dejó el libro y lo colocó con suavidad boca abajo, con las páginas abiertas, con el fin de retomar la lectura tan pronto como atendiera a un nuevo cliente que acababa de entrar y había pedido un pincho de tortilla y una caña.
Ella hacía lo mismo cuando interrumpía su lectura una inoportuna llamada de teléfono. La obra literaria quedaba temporalmente relegada, en posición decúbito prono, rozando los renglones la felpa mollar del sofá, hasta que regresaba el embeleso de la historia narrada cuando se difuminaba el recuerdo del comunicante intempestivo.
Gladys reparó entonces en unas anotaciones escritas a mano en una pequeña libreta. Era una de esas que se utilizaban habitualmente en los bares y restaurantes para tomar nota de los pedidos. No pudo evitar reparar en el óvalo supremo de la letra “p”. Un óvalo engolado, henchido y triunfante, cerrado y grueso…
La línea de la “t” era una lanza perfecta y regular, firme y recta, armoniosa y decorativa. Las jambas de la “g”, turgentes, como vientres preñados que se recogían sobre el cuerpo principal. Era un remedo fidedigno de su propia caligrafía…
Le recorrió un extraño escalofrío. Gladys decidió abordarla.
-El café es excelente. ¿Cuánto le debo?
-Me alegro que le haya gustado. 1,10, por favor.
La tabernera cogió el dinero y se la quedó mirando con más detenimiento y prolongación de lo estimado por los cánones básicos de la cortesía y la prudencia.
También ella se había percatado del asombroso parecido físico, caviló Gladys…
-“La esfinge Maragata”. Buena elección.
La obra mencionada seguía con el vientre “sumergido” y las páginas abiertas a la lectura.
-¡Ah, sí! Me encanta la poesía.
Se le iluminó el rostro con una irradiación de halo solar y alborada primigenia.
-A mí también –Idéntica luminosidad encendió el semblante de Gladys-
-¿Está de paso, visitando Málaga?
-Sí, mi hermana vive justo enfrente. Pero me marcho enseguida a Pontevedra –Soltó de sopetón, como si sintiera la necesidad de sincerarse con aquella desconocida-
-¡Qué prisas mujer! Con lo bonita que es nuestra ciudad… ¡Quédese unos días! Le gustará Málaga, ya lo verá…
Era el tono persuasivo y pertinaz que ella misma empleaba con Eusebio cuando ella quería salir a cenar y él insistía en quedarse en casa, como dos momias amuermadas.
Los escalofríos retornaron a modo de tormenta glacial.
-No puedo… es una ciudad hermosa, pero no puedo…
Parecía una niña inventando excusas que ni ella misma creía.
-El trabajo, ¿no? Somos esclavos del trabajo, no tenemos vida…
Otra de sus frases predilectas, manaba de los labios de una tabernera malacitana.
-No, no… voy a buscar nuevas pistas sobre mi hija robada. He recorrido ya cientos de kilómetros, pero no pararé hasta dar con ella.
Se le saltaron las lágrimas. La tabernera corrió a buscar un pañuelo y regresó enseguida, sinceramente afectada. En un acto instintivo le secó las lágrimas y le cogió las manos.
Gladys hacía siempre eso cuando veía el sufrimiento expresado en los rostros de sus allegados. La tormenta de hielo se generalizó por todo su cuerpo.
-Lo siento muchísimo. Espero que la encuentre, de verdad. Yo soy hija adoptada y siempre he querido saber quienes fueron mis padres y por qué tuvieron que deshacerse de mí.
Era la tabernera quien palidecía ahora. Gladys no se atrevía a preguntar, pero sus emociones habían estallado, generando una cascada que portaba un caudal de interrogantes.
-¿Recuerdas en qué hospital naciste? –Gladys temblaba. Tenía una cita ineludible en Agudelo, pero algo inexplicable la retenía amarrada a una cafetería de Málaga. Reparó en que acababa de tutearla, como si la sucinta conversación le diera derecho pleno a reducir distancias entre ambas.
-Claro –Repuso la tabernera con un deje de ofensa- Nací el 17 de Diciembre de 1972 en el Hospital de la Paz de Madrid
La tabernera se apercibió del repentino trastorno que azoraba a la mujer.
-¿Qué le ocurre? ¿Se encuentra usted bien?
-Estoy bien, no pasa nada… -Estaba llorando- A mi hija Yadira me la robaron en ese mismo hospital un 17 de Diciembre de 1972.
-¡Dios mío! –Fue lo único que acertó a decir la tabernera. Se llevó las manos a la boca, estupefacta. Gladys temblaba… imaginando que su viaje a Pontevedra quedaba abortado y que regresaba a Madrid junto a una hija robada, hallada en una cafetería malagueña frente a la casa donde vivía su hermana Amparo desde hacía más de 10 años…

Volver a la Portada de Logo Paperblog