Revista Música

Marifé de Triana, cantaora de la copla

Publicado el 17 marzo 2013 por Elcabrero @JoseELCABRERO

Despuntaba el alba del sábado 16 de febrero 2013 cuando recibí el mensaje de Anita: Marifé ha fallecido a las 5:45. Punzada en el estómago y pena profunda. Estábamos de gira. José cantaba esa noche en el Memorial Antonio Mairena de Hospitalet y nos pilló en la habitación de un hotel en Barcelona. Por lo mucho que le iba a afectar la noticia pensé ocultársela hasta que no terminara su recital pero, en algún momento, no pude acallar el llanto y se despertó. Huyó el sueño. Buscamos alivio en el recuerdo y pasamos de la lágrima a la sonrisa al hablar de ella, de su inmensidad como artista, de su voz, de su admirable manera de ser.

Confieso que la copla no es un género musical que escuche con frecuencia, más bien poco y sin embargo no pierdo ocasión de emborracharme de la voz de Marifé. Quizá porque ella es una cantaora de copla, con lo que eso significa de diferencia: quiebros y ayes flamencos, desgarro, riesgo, hondura, autenticidad. Pasa de la ternura a la pasión, de la dulzura al arrebato y quien la oye comparte todo eso naturalmente, llevado por la verdad de su cante.

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Cuando me llamó para decirme que iba a dejar los escenarios le rogué que no lo hiciera… la había escuchado días antes en un programa de tv y me hizo llorar de emoción. Su respuesta fue tan firme como lo eran sus convicciones: “Como suele decir tu marío, hay que estar a la altura de los cantes, o de las canciones y yo sé que ya no puedo hacer algunas cosas… quiero ser honesta conmigo misma y por eso me retiro”. Haría algunas apariciones esporádicas y programas de televisión y hasta el último momento estuvo a la altura, si no de sus mejores momentos, sí del sentimiento y el paladar de los aficionados.

De su grandeza como artista habla cualquiera de sus interpretaciones y de su calidad personal podemos dar fe todos los que hemos tenido el privilegio de disfrutar de su amistad o cualquiera que se haya relacionado con ella.

La conocí hace más de treinta años en una actuación inolvidable en Aznalcóllar. La saludamos al final y, como tantos allí, le expresamos nuestra admiración. Atendió a todos con la misma elegancia y cercanía. Más tarde, José ya con cierto nombre en el cante, decía en una entrevista que, para él, Marifé era la más grande, opinaba que no se podía cantar mejor que ella en su género y, a las pocas horas, nos llamó por teléfono; la admiración era mutua y nos remitió a una entrevista que le habían hecho meses antes donde elogiaba la voz de José y él, poco vulnerable a elogios y críticas, se emocionó: “Un piropo de Marifé, pa mí, es como el agua pal trigo cuando está despuntando… deja tú que combatan los malos vientos. Mientras el agua no falte,  que escriban lo que quieran los flamencólogos!”

No hay más que escuchar cómo quiebra y rompe la voz para deducir que Marifé era muy aficionada al flamenco. Hemos pasado horas al teléfono hablando sólo de cante. Coincidíamos en la preferencia por las voces naturales, de pecho y también en que todas las demás eran igualmente flamencas, haciéndolo bien. Ella sabía que no me tiraba la copla y raramente tocábamos el género. Una vez le hice un comentario jocoso sobre una famosa cantante que no me transmitía autenticidad y me respondió “No seas dura. Todos cantamos como somos, ella tiene esa personalidad y tiene sus seguidores”. Y llevaba razón Marifé: una cosa es la admiración, que la reparte una como siente, y otra el respeto, ése con el que ella siempre se refería a sus compañeras (y a cualquier otro ser).

Solía llamarla, aún emocionada, cuando la veía en algún programa de televisión e, invariablemente, respondía que para ella “ser buena persona” y tener el cariño de la gente estaba “por encima de lo artístico.” Y así era ella: una buena persona que nunca puso límites a su innata generosidad, discreta, ingeniosa, culta, coherente, cariñosa y una artista descomunal poseedora de una de las voces más hermosas y seguras que he escuchado. Fue tratada injustamente por las Instituciones Culturales Andaluzas; sufrió agravios comparativos que claman al cielo, fue omitida, ninguneada, discriminada y con ella muchos miles de seguidores que la saludamos como una de las figuras más grandes de la música andaluza.

Era una niña cuando  grabó Torre de Arena y su impacto en el público fue fulgurante. Hizo una carrera vertiginosa y, siendo  una estrella, vivió alejada del boato y los flashes,  y así se fue, discretamente.   Sus amigos y seguidores quedamos desolados y su  querida Anita, sin consuelo.

He tenido que hacerme a su ausencia para hablar de ella al pasado y me cuesta porque aún me resulta cercana su voz la última vez que me llamó. Ya luchaba contra el cáncer pero parecía llena de vida y había esperanzas de curación. Le prometí ir a almorzar con ella y no lo hice a tiempo. Nunca me lo reprocharé lo suficiente y llevaré grabada a jierro su voz y esta última conversación que quedó en un: “No te entristezcas, Elena,  porque voy a superar esto”… y yo me lo creí.


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