Revista Cultura y Ocio

Mujeres refugiadas y esclavos del franquismo: lecciones de dignidad

Publicado el 09 marzo 2016 por Benjamín Recacha García @brecacha

En el Día Mundial de la Mujer podría haber escrito sobre el drama de las mujeres y niñas refugiadas a las que Europa da la espalda. Esa Europa que no me representa, de cuyos dirigentes me avergüenzo, que prefiere sobornar a un gobierno fascista, el turco, para que contenga a las cientos de miles de personas que huyen de la guerra, antes que cumplir con los tratados internacionales sobre derechos humanos.

Turquía se va a encargar de seleccionar a los refugiados que pueden entrar en Europa mientras, paralelamente, prosigue su campaña de limpieza étnica en el Kurdistán. No importa, Europa mira hacia otro lado, hacia el único lado al que lleva mirando desde hace décadas: de fronteras adentro. Qué se puede esperar de gobiernos que han demostrado sobradamente el desprecio que les merecen las vidas ajenas.

Esas mujeres y niñas hacinadas ante las vallas, durmiendo en el barro, metidas en cajas de cartón, las que han tenido la suerte (o no, vista la alternativa) de no morir ahogadas en el Mediterráneo, hoy no tienen nada que celebrar. Su vida es una pesadilla. Cinco años hace que empezó la guerra en Siria. En su viaje huyendo de la muerte para caer en el infierno, esas mujeres sufren todo tipo de abusos y humillaciones. Pero sólo piensan en seguir adelante, a pesar de vallas, burocracia xenófoba y el desprecio de quienes, en su infinita mezquindad, se consideran superiores.

Si hablamos de respeto a los derechos humanos, las cosas, en realidad, no han cambiado nada en el último siglo. Esas escenas lamentables que nos golpean la conciencia (a unos más que a otros), se repiten cíclicamente.

‘Salvados’ dedicó su emisión del domingo a los esclavos del franquismo. Decenas de miles de presos políticos que trabajaron sin sueldo, hasta la extenuación, y en muchos casos la muerte, en la construcción de carreteras, puentes, canales, presas de los pantanos que luego inauguraba por todo lo alto el genocida, y que, como las decenas de miles de víctimas que continúan enterradas en fosas y cunetas, han sido borrados por la historia oficialista.

El programa merece la pena. Hay que agradecer a Jordi Évole la valentía, una vez más, de tratar asuntos tan incómodos para el poder. Y, sobre todo, hay que agradecerle que dé altavoz mediático a personas tan extraordinarias como Luis Ortiz, que a sus 99 años demuestra una lucidez y una capacidad de reflexión que debería hacernos reflexionar como sociedad. Un hombre que no olvida, cuyo deseo es que la gente conozca qué paso en España no hace tanto, y que lo hace con una sonrisa y la ilusión de estar cumpliendo con una labor valiosa.

A punto de llegar al siglo de existencia, no duda un segundo en afirmar que sueña con la Tercera República. “Tengo una botella de champán en la nevera”, dice, para celebrarlo. Lo único que pide, sin embargo, son las disculpas del Estado por las atrocidades que cometió el régimen asesino.

Y como él, otro preso político, otro esclavo, Nicolás Sánchez-Albornoz, quien, con una sonrisa irónica, poco espera de un Estado que ha hecho todo lo posible por enterrar las barbaridades de cuatro décadas negras (la película ‘Los años bárbaros’ está basada en su vida). “Son los mismos”, afirma, al hablar de quiénes controlan el sistema, así que no es de extrañar (pero sí lamentable) que los jóvenes de hoy en día, y no tan jóvenes, no sepan quién fue Franco, y no tengan ni idea de la guerra que provocó.

Yo me lo encuentro a diario con mis alumnos. Es una pena. Lo es porque, en mi opinión, este país no podrá construir nada socialmente sólido hasta que no haga las paces con su pasado reciente. Y hacer las paces no significa echar tierra sobre las atrocidades del franquismo, sobre tantas heridas abiertas que sólo se cerrarán cuando, contrariamente a lo que opinan con displicencia y desprecio los hijos de la dictadura, se saquen del fondo de la memoria y cicatricen, por fin, a la luz de todos.

La verdadera transición llegará cuando el Estado reconozca los cuarenta años de vergüenza, de un régimen ilegal y asesino; cuando derogue ese insulto a la democracia y a los derechos humanos que es la Ley de Amnistía; condene, aunque sea simbólicamente, la dictadura, pida perdón a los cientos de miles de víctimas, y dedique los recursos necesarios para recuperar los cuerpos de quienes pronto no quedarán en el recuerdo de nadie.

Esa catarsis es imprescindible. Ninguna democracia puede construirse sobre los cadáveres olvidados de tantísimas víctimas inocentes. No hay democracia donde las estructuras del poder económico continúan asentándose en los mismos que se hicieron de oro gracias a un régimen putrefacto. ¿Nos preguntamos por qué hay tanta corrupción en España? Las respuestas las encontramos a partir de 1939. Muy poco ha cambiado desde entonces.

Las oportunidades de reconciliarnos con nuestro pasado se agotan. A Nicolás y a Luis, por mucha energía y lucidez que conserven, pronto se les acabará el tiempo. Se lo debemos a ellos, y a tantos otros que nos ofrecen lecciones de dignidad a diario.

La misma dignidad que demuestran esas refugiadas que, a pesar de todo, siguen encontrando motivos para sonreír.


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