‘Con la vida a cuestas’ y ‘El viaje de Pau’ en el embalse de Luna, en León.
Cuando empiezo a escribir estas líneas en la libreta es medianoche y millones de estrellas amenazan con caer, de un momento a otro, sobre mi cabeza…, aunque el techo del coche me protege.
El escenario es el mismo que hace un año, aquella noche que recuerdo como si fuera ayer, en que, apoyando la libreta sobre el volante, escribí una de las escenas más intensas de Con la vida a cuestas.
El cielo nocturno y sin luna del Pirineo Aragonés, de Bielsa, es inspirador, lo tengo más que comprobado. No sólo para escribir en un papel novelas o crónicas veraniegas como ésta, sino para escribir en la mente, montones de pensamientos que brotan de forma incontrolable.
Hace algunas noches este mismo cielo inspirador me dejaba embobado varios cientos de kilómetros hacia el Oeste, literalmente en Babia, uno de los lugares más mágicos que uno puede descubrir.
Magia, inspiración, hospitalidad, agradecimiento, generosidad, son algunos de los ingredientes que están conformando [que han conformado, ya estoy de vuelta] la receta para unas vacaciones inolvidables.
Durante este viaje repleto de emociones he disfrutado de la hospitalidad de tierras tan alejadas entre sí como Babia, el Bierzo, Soria, Vitoria y el Sobrarbe oscense. Aunque la hospitalidad no la ejercen los territorios, sino las personas que los habitan.
Tengo muchas cosas que contar, todas positivas, relacionadas con mis libros, pero, sobre todo, con la gente, con la generosidad de tantas personas, en su mayor parte desconocidas, que me han hecho sentir que el lugar de procedencia de cada uno no es más que una anécdota, una etiqueta con más o menos valor sentimental, puesto que, en realidad, lo que verdaderamente importa, lo que marca la diferencia, es sentirse del lugar en el que uno se encuentra.
Yo soy catalán, contento de serlo, con medio corazón en el Pirineo Aragonés, en Bielsa y el Valle de Pineta. Este verano, sin embargo, he dejado pedazos en otras tierras maravillosas, sobre todo en Babia, en esa aldea de cuento que es La Cueta, en esa casa rural, La Cueta-Alto Sil, donde los huéspedes son parte de la familia; pero también en nuevos lugares, como la preciosa ciudad de Vitoria, especial por la generosidad inmensa de su gente o, al menos, de la familia que hemos tenido la fortuna de conocer (en Babia) en una de esas maravillosas casualidades que dan todo el sentido a la vida.
De ello voy a hablar en las próximas crónicas, que estarán repletas de paisajes preciosos; de libros, charlas literarias y no literarias en torno a un café, un té o un buen vino del Bierzo o La Rioja alavesa; de desayunos y cenas en compañía de desconocidos que acaban siendo familia; de cielos estrellados, nubosos y soleados; de naturaleza salvaje que abruma de tan bella, de tan viva; de viajes entre la niebla; de corazones generosos y conciencias tranquilas; y de buenas personas.
Porque el mundo, sí, está repleto de cabrones, pero también de gente sencilla a la que hace feliz la felicidad de su entorno, de gente que construye, que aporta, de forma natural. De los otros, los que disfrutan jodiendo la vida de los demás, en estas crónicas encontraréis pocas referencias.
Tengo material casi para escribir otro libro. Procuraré moderarme…