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“VENGO DE ESE MIEDO” de Miguel Ángel Oeste

Publicado el 28 octubre 2022 por Marianleemaslibros
“VENGO DE ESE MIEDO” de Miguel Ángel Oeste
"Pienso: mi padre muere. Pienso que yo lo mato. Lo he pensado demasiadas veces, tantas que casi he agotado la imaginación. En el fondo sé que soy un cobarde, un iluso, motivo por el que este sentimiento homicida, esta obsesión visceral que habita dentro de mí, me causa dolor.
Mi padre aún vive. Se reproduce igual que la hierba salvaje. Se hace fuerte en lo adverso. Ese es mi padre: mala hierba que crece en cualquier sitio de mi cuerpo tembloroso, apoderándose de mí. Mi pensamiento asesino me encadena a esa idea del pasado de la que soy incapaz de desprenderme. Para mí ha sido muy difícil querer a mi padre, pero tampoco ha sido fácil odiarlo.

“VENGO DE ESE MIEDO” de Miguel Ángel Oeste
Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973) es escritor, director y realizador de cine, guionista de documentales y colaborador en la revista Fotogramas. Ha escrito varias novelas, entre ellas "Bobby Logan" (2011), "Far Leys" (2014), "Arena" (2020) y esta, la última, “Vengo de ese miedo" publicada recientemente, en 2022.
La trama sin spoiler
“Quiero matar a mi padre”, ya solo con ese comienzo, puedes hacerte una idea de lo que vas a encontrar dentro de la novela. Además, esa frase es la que más se repite a lo largo de sus 300 páginas, el deseo de matar a su padre, el deseo de verle muerto y no de forma metafórica, no, de forma real.
La única manera que tenía de vivir era matándolo.

En esta especie de autobiografía novelada, él escribe y escribe, para contar la relación entre ellos, o mejor dicho su “ausencia” de relación. En principio no tiene claro para qué, con qué objeto, ni si le servirá para expulsar del todo sus demonios. ¿Desahogarse? ¿sacar afuera toda esa rabia que le carcome las entrañas, ese odio que le destruye por dentro? ¿poder al fin liberarse de todo ese sufrimiento que no le deja vivir en paz?
Sentía que al hacerlo me estaba liberando del miedo que me producía su figura, una figura que iba creciendo en mi interior, que se había instalado como una tenia alimentándose de mi organismo.

Narrada en primera persona, el propio autor nos cuenta cómo ha sido el proceso, desde que decidió plasmar por escrito todo lo sufrido en esa terrible infancia y adolescencia que ningún niño ni adolescente debería de vivir, nos intenta explicar qué ha causado ese miedo del que viene, implacable, atroz, que todavía siente solo con pensar en su padre, de ese nudo en la garganta que le atenaza la voz cada vez que piensa y vuelve a pensar en matarle, en vengarse de él. Su propio hermano no está demasiado a favor de que escriba ese libro, él sí parece haber pasado página y le recomienda no remover la mierda, pero quizás M.A. Oeste lo que necesita precisamente sea eso, removerla bien. Para ello recopila información, entrevista a conocidos cercanos y no tan cercanos de sus padres, vecinos, familiares, todos enterados de lo que allí ocurría, pero que callaban como perros y hacían la vista gorda a los constantes moratones, las fracturas, las faltas de respeto delante de todos. Y lo suyo sería citarle también a él, al padre, pero no se siente preparado para enfrentarse a tan dura prueba.
Paradójicamente me asalta la idea de llamar a mi padre y entrevistarlo para extraer su visión de los hechos con el fin de plasmarla aquí, en este libro. Pero no me atrevo. Algo tan banal como una llamada de teléfono supone para mí un viaje al infierno. Hace días que no dejo de darle vueltas. A pesar de las deformaciones que pueda relatar, considero esencial hablar con él a fin de que su testimonio se confronte con mi memoria. La congoja de estar frente a él me bloquea.

Y es que la familia que le tocó en suerte, es la antítesis de una familia modelo. Con unos padres siempre bebidos y drogados, que no cuidan ni de él ni de su hermano pequeño. Él, un maltratador y ella, una madre sumisa, maltratada, que mira hacia otro lado y en alguna ocasión incluso prefiere echar a sus hijos a los leones para intentar salvarse de alguna paliza, de esas que recibe casi a diario, año tras año, y que al final acaba con ella atiborrada de pastillas ahogada en su propio vómito, mientras él estaba borracho.
Mi madre acabó gorda, loca, desfigurada, repetía siempre lo mismo. Era imposible sostener con ella una conversación. Me daba pena, aunque no hice nada para evitarlo. Tampoco ella contribuyó a que las cosas fueran diferentes. Se negó a hacerlo cuando se le presentó la oportunidad.

Porque, al fin y al cabo, ambos, el padre y la madre son tal para cual, dos monstruos reales que ni se aguantan entre ellos, ni aguantan a esos niños que nunca quisieron tener, y mucho menos mantener. Unos padres egoístas, únicos culpables y protagonistas del infierno, del horror, del calvario que se nos relata con todo lujo de detalles, con toda su crudeza, sin ocultarnos ni edulcorar nada.
Lo cierto es que no tienen idea de lo que mi hermano y yo vivimos, nuestra incomprensión de que siguieran juntos, las vilezas y vejaciones casi diarias, y luego, como si nada hubiera sucedido, esa práctica del sexo con violencia que a mis padres parecía excitarles. Animales con sus respiraciones y jadeos que traspasaban paredes, parásitos mutuos, parásitos de los seres que les rodeaban.

Ahora, M.A. Oeste con casi 38 años tiene dos hijas pequeñas y una esposa estupenda, pero vive permanentemente aterrado con la idea de parecerse a él, tanto física como psicológicamente, aterrado con la posibilidad de cometer errores con ellas, de no ser un buen padre, de no ser un padre excelente. Él quiere darles absolutamente todo lo contrario a lo que recibieron y teme no ser capaz de conseguirlo.
Ya no soy un niño. Sin embargo, el miedo que me anega sigue siendo el mismo que padecía el niño que fui, aquel que jamás tuvo la valentía de enfrentarse con su padre, aquel niño que tiene los ojos como diminutos océanos y mira al padre desde abajo, paralizado, mientras tiembla por dentro. Aún hoy no hay día que no me arrepienta de esa incapacidad.

Los puntos fuertes de la novela
La novela que he tenido entre manos es brutal, terrible, durísima, espeluznante, por supuesto no apta para todos los lectores. La considero todo un manual de libro respecto a lo que resulta ser la violencia de género, el maltrato físico y psicológico en toda su dimensión, mostrada de una forma tan real, como descarnada y desgarradora. Una auténtica exposición de cicatrices de infancia, de esas que dejan marcas perdurables, imposibles de borrar. Mirad, leed el horror. . .
Me cago en Dios, abre la maldita puerta o la echo abajo, quién coño te crees que eres, estás en mi casa, basura, te voy a reventar como no abras, y los trompazos que no daba en la puerta de mi habitación, ya abollada, sino en mi cabeza, o así lo sentía yo, escondido debajo de las mantas, con el miedo dentro, muy dentro de mí, tanto que notaba cómo roía el corazón, la garganta, el pecho, las sienes, el estómago. Miraba cómo los candados que había puesto en la puerta de mi cuarto cedían paulatinamente a sus embestidas. Vas a querer no haber nacido, mamón; venga, cariño, déjalo, no ves que...; cállate, puta. Y mi hermano ¿dónde estaba? El pomo destrozado. La puerta a punto de ceder. Cobarde de mierda, abre si eres hombre.

Me plantea muchas reflexiones, pero sobre todo dos que me gustaría compartir con vosotr@s:

 Siempre me ha parecido cuanto menos curioso el hecho de haber tantos maltratadores que, fuera de su casa son adorables, muy queridos, apreciados e incluso venerados por sus amigos y vecinos, y que, aunque en gran parte sospechen lo que se cuece dentro, se tapan los ojos con grandes antifaces, porque es más cómodo no ver, más seguro no preguntar. 

Mis padres daban lo mejor de ellos mismos a los demás. Al menos esa era la impresión que tuve de niño. Pero al llegar a casa, el bajón de las drogas y el alcohol los transformaba, los volvía violentos, empezaban a discutir, a romper cosas, y sus hijos lloraban y éramos otra molestia que había que gestionar. 

Y la evidencia de que, en la vida futura de un niño y/o adolescente maltratado, pueden ocurrir dos cosas totalmente opuestas, dos formas de evolucionar distintas: -- Los hay que llegan a ser también padres maltratadores y repiten en sus retoños los horrores sufridos en sus propias carnes ¿se llevará en los genes? ¿una especie de venganza particular o afán por sentirse importantes y superiores? 
A mi padre le pegaba mi abuelo. Lo soltaba regodeándose cada vez que podía. Lo tenía grabado a fuego en la memoria. Mi padre odiaba a su padre. Yo odio al mío. Esa es la herencia que me deja. La herencia del odio. Y la obsesión por vengar el miedo que me ha inoculado.

-- Pero también los hay (desconozco en cuanta proporción real) que, completamente repelidos por la figura paterna, sienten pavor, verdadero horror a llegar a ser como él, a convertirse en alguien así.
En el proceso de escritura de este libro, con el que llevo tres años, afloran preguntas que no sé responder. Cuestiones que duelen. ¿Absorbimos mi hermano y yo el sufrimiento de mis padres? ¿Necesitamos una escafandra para mantenerlo a recaudo? E incluso más adecuado, ¿un mono ignífugo para resistir el calor de esa lava? ¿Les podemos transmitir ese sufrimiento a nuestros hijos?

✔ Me asalta una pregunta que no dejo de repetirme ¿se puede seguir sintiendo un fuerte lazo de unión por alguien que, a pesar de ser tu padre, te ha destrozado la vida?
Porque lo que no asumo, lo que me cuesta asumir, lo que me duele y aplasta es que, pese a que lo rechace, siempre tendré un vínculo con mi padre. Y esta simple evidencia me provoca arcadas, una sensación viscosa, desagradable, una opresión en el pecho para la que no encuentro ninguna palabra precisa.

Resumiendo: “Vengo de ese miedo” es una historia real muy bien escrita y contada desde la ira, el rencor y el resentimiento, desde los recuerdos dolorosos, el sufrimiento y el odio, de alguien atenazado por el miedo. Escrita por un adulto cuya infancia no fue más que una prueba diaria de supervivencia, una infancia en estado de alerta continuada en una casa, que más que un “hogar” era un campo de batalla perpetuo. Triste, todo muy triste.
Miedo. Esa es la base de mi educación. No el afecto. Miedo e indefensión.

¿Os recomiendo leer esta novela? Por supuesto, creo que todo el mundo debería leerla, porque Miguel Ángel Oeste no es el único que ha sufrido algo así, de tal envergadura y creo que se merece que le leamos, es lo mínimo que podemos hacer por él. Pero advertidos habéis quedado de su dureza, porque es de esas historias que golpean fuerte, que si eres mínimamente empático, te desgarran el alma. 
Mi nota esta vez es la máxima, para variar, dicho sea irónicamente:
“VENGO DE ESE MIEDO” de Miguel Ángel Oeste

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