Outside the window by Herbert Davis Richter
La cerradura gime como un gato enfermo cuando la llave hurga en sus entrañas, agotada por años de sobresaltos y desquiciadas esperas. Tras repetidos intentos cede la puerta, y me adentro en la casa vacía. En su silencio reverberan las lágrimas encogidas, el dolor aferrado a las paredes mugrientas. La casa me reconoce y su lamento se dispara en los regueros de vino y rosas, en las huellas marchitas de una historia cruel.
—Cuánto has sufrido —digo en voz baja. Tras un lapso breve escucho el debilitado susurro que me responde al oído: —Hemos sufrido lo dos.—Yo también he llorado. Por él, por ti, por mí. Por mamá. —Lo supe.
Paseo las habitaciones renegridas por la mezcla de nicotina y polvo, observo con tristeza sus paredes enfermas, heridas de rechazo y soledad.
—No supo cuidarte —digo rozando con los dedos un marco desgajado. —Ni siquiera supo cuidar de sí mismo. Me despreciaba, y no sé por qué. Yo solo quise con toda mi alma ser su hogar. —Lo quisiste siempre, a pesar de tus heridas... de tu miedo. —Miedo, sí. Cada día esperaba quedar reducida a escombros, ser pasto de las llamas. Me convirtió en el infierno y en su ciénaga nos ahogábamos los dos —sollozó—. ¡Cuántas veces sentí llegado el final!—Y aún así, contra toda esperanza, fuiste cobijo para su intemperie vital. —Sentía por él una infinita compasión. Era tan desgraciado...—Y te arrastró en su desgracia. Lo soportaste todo. Todo. —Mis heridas fueron las suyas. —Ahora solo quedas tú. Has sobrevivido. —Sí, pero, ¿qué queda de mí? Mírame: soy poco más que una ruina. Todo está zanjado.
Tras las sentencia llega el silencio. Pero al fin alzo los ojos y descorro todas las cortinas. Las ventanas respiran aliviadas, la luz ensancha los rincones y expulsa la pena de sus madrigueras. Ya no habrá más negrura que amamante a sus crías. Recorro la anatomía del desastre y acaricio sus mejillas agrietadas por las corrientes amargas; y así, en la mansedumbre, escucho la canción naciente del reencuentro.
—No te abandonaré —prometo—. Sanaré tus heridas y te colmaré de amor. Te vestiré con tejidos cálidos y te perfumaré con aceites esenciales; alimentaré tu alma con perlas de gratitud y te llenaré de amigos y de risas, para que vuelvas a entonar las antiguas canciones del corazón. Canciones bellas y alegres que resuenen en memorias felices. Canciones que solo tú conoces.
—¿De veras lo harás?—Lo haré por ti y por mí. Lo haremos por él. Lo haremos por el mundo y por la vida.
Una vibración sutil recorre las aristas, el techo, rebota en las esquinas y agita el aire. La casa entera tiembla feliz, recobra la esperanza de una dicha que ansía tras el inmenso naufragio.
—Tornarás a ser un verdadero hogar. Estoy segura de que él también lo querría.—Esa fue mi vocación desde los cimientos. —Tienes mi palabra de que se hará realidad. —Gracias. —Gracias a ti por haberlo cuidado, por haber soportado tanto a cambio de tan poco. Por tus cicatrices, que te hacen tan valiosa a mis ojos. Y por haberme enseñado como nadie qué significa la compasión.
Mariaje López.
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