Revista Opinión

-- El día de los Bestias

Publicado el 19 julio 2012 por Jesustadeosila

   Volvemos a las andadas, compañero, con esto de los mayas y el nuevo fin del Mundo. Que no sé yo ya, te lo juro, si como anda la cosa nos asusta o nos alivia que el mundo acabe una mañana de éstas, de camino, pongo por ejemplo, al banco o a la siguiente manifestación que se tercie.    Tú recordarás que hace años ya nos endiñaron un vaticinio de éstos, creo que de la mano -o por mejor decir, de la lectura- de ciertas líneas de Nostradamus.    Recuerdo que hubo un eclipse un ocho de agosto.    Pues bien, unos quince días antes, fíjate, el Presidente de la Comunidad del bloque donde entonces vivía, convocó un pleno extraordinario. Reunió a todos los vecinos en la planta baja y propuso el suicidio colectivo de las cuarenta y cuatro familias que habitábamos el edificio.    Se hizo un silencio así, compañero...    ¿Hay que poner más dinero?, fué lo primero que preguntó Angelita la del principal derecha, que a trancas y barrancas si tiraba con la pensión de viudedad. -- ¡Hay que matarse sencillamente, Angelita! -aclaró nuestro presidente- ¡Matarse antes de que una ola gigantesca se chupe el bloque, o un cruento terremoto se lo trague o un meteorito sideral le meta un balonazo en los cimientos! ¡Hay que matarse! Que es lo que hacen muchos chinos, muchos japoneses y muchos norteamericanos iluminados en estos casos.    De cuarenta y cuatro vecinos que éramos, cuarenta y cuatro bocas que se quedaron mudas, como entenderás, con lo que el presidente aprovechó para ajustarse las gafas bifocales, extraer de su carpeta un libraco del Círculo y, abriéndolo con grande pompa, pasar a hablarnos de Nostradamus, médico francés del siglo XVI, la mar de sabio, dijo, la mar de serio y la mar de saborío, admitió, mas con talento sobrado para adivinar, a  más de 400 almanaques de distancia, lo que en breves días nos iba a deparar el destino: ¡eclipse, muerte y destrucción!    Nos habló nuestro iluminado presidente, sin dar un respiro, del Apocalipsis Bíblico, de la llegada de la Bestia -no pudimos muchos evitar aquí mirar a Lola, la mujer del camionero del quinto- y del Juicio Final. Y al acabar la enumeración de catástrofes a todas luces insalvables, concluyó con un suspiro hondísimo en lo ya dicho: que sólo el suicidio colectivo podía librarnos de olerle el aliento al Maligno e ir a morir en una obscura grieta de la tierra... -- Y los del bloque de al lado, ¿qué? Porque ellos pagan doce euros menos de comunidad, creo...    Nuestro presidente se volvió a Angelita la del principal y le explicó que la Bestia no dejaría un bloque en pié, ni una barriada, ni una capital.    Nostradamus advirtió destrucción y de aquí no se salva ni el gato, dijo, hay que joderse, Angelita. -- ¿Y si ese señor anduviera equivocado? -se pellizcó un lóbulo don Alfredo, el del cuarto.    Nuestro presidente sonrió con suficiencia: -- Si Nostradamus atina con los eclipses, sensato es pensar que atine con hecatombes. ¿No es justo otorgarle al hombre ese pequeño margen de confianza?    Conque para el día once a las once, quedó fijado el suicidio colectivo de las cuarenta y cuatro familias del bloque. -- Fíjense que saltaremos ordenadamente desde la planta once -añadió nuestro presidente, sacando a relucir una calculadora-. ¿Lo ven? Once plantas más cuarenta y cuatro pisos, da cincuenta y cinco. Y cincuenta y cinco más uno, da cincuenta y seis. Y diez dedos de las manos, sesenta y seis. Por diez de los pies, 660. Más seis, que es el pico de la última factura de la Luz... ¡666! ¡El número de la Bestia!    Y ni Angelita la del principal, tuvo alma para decir ni pío.    Conque se suicidaron todos, compañero.    A mí no me lo permitieron porque, según el Tesorero, tenía pendientes de pago un par de recibos atrasados, nada y menos, no te creas... 66'6 euros mal contados.
   -- El día de los Bestias.


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