Se marcha, poquito a poco, con andares cofradieros, mi amigo Manué. Mi amigo Manué ya se drogaba cuando tú o yo -de la misma edad- empezábamos a perseguir muchachas. Mi amigo Manué ya cantaba y tocaba la guitarra cuando tú y yo -por las mismas fechas- no nos tocábamos otra cosa que no fuera el badajo o la mandolina. Ya mi amigo Manué se ganaba las perras con una mano, mientras nosotros la metíamos debajo del grifo... pretendiendo borrar las huellas de un pecado mortal.
Se me muere, digo, mi amigo Manué. Harto de chutes, harto de hartarse. Lo recordarás, porque has podido verlo en cualquier esquina, en cualquier bar, pidiéndote un euro que la mayoría de las veces le has negado. Tocando unas veces una guitarra con dos cuerdas o acompasándose a la par de los Calis, los Chichos, Manzanita o los Chunguitos... con la sola ayuda de un bote vacío de lejía (cuando vendió o le quitaron la guitarra, qué más da) sobre el que tamborileaba con sus uñas negras.
Se marcha. Te marchas, Manué. Gitano de mi barrio. El que a las puertas del Hospital (la de veces que vamos a un hospital) no me aceptabas una moneda por aparcarme el coche... "porque con la salú no se trafica, padre".
Qué gran maestro. Sin más título que la calle. La puta, puñetera, dura y saboría calle.
Se marcha mi Manué... porque lleva años fumándose a mil cabrones sin boquilla. Porque de cada hermosa palabra, de cada promesa, de cada sueño y de cada hueco palabrerío de listillos gilipollas que hablan por hablar y viven por vivir, de cada uno de ellos sacó las hebras para un nuevo porro. Y así se marcha mi Manué. Con mucho respeto y sin miedo...
Y yo (porque sé que a él ni se le pasaría por la cabeza), aprovecho para cagarme en todos los muertos que le hicieron dar tantos bandazos.