-- ¡El Estado contra Jesús Tadeo Sila! -enunció el Secretario-. Tenga la bondad de subir al estrado, señor Tadeo.
Miré a mi abogado y él me sonrió intentando darme ánimos, conque me levanté muy seguro de mí mismo y tomé asiento donde me indicaban. El fiscal -un tipo gris con traje gris- se puso entonces en pié y tras pasearse encorvado ante el Juez, se aproximó a mí, con las manos en la espalda y un labio montado sobre el otro, en actitud compungida y meditabunda. -- ¿No es verdad, señor Tadeo -empezó a hablar, mirando al suelo, muy reconcentrado-, no es verdad que la mañana del 17 del pasado mes de noviembre, paseando usted con su hija por la Avenida de la Buhaira, sobre las diez más o menos... la abofeteó salvajemente porque ella, ¡su hija!, ¡una niña de once años!, tuvo la mala, la triste, la penosa y desgraciada fortuna de poner el pie en un charco? ¡No responda, por favor! ¡Calle! Déjeme terminar y hable solamente cuando se le pregunte -se detuvo, se acarició la barbilla, miró al techo-. Cabría preguntarse, señor Tadeo Sila; cabría preguntarnos, ¿acaso usted nunca ha pisado un charco? Reflexionemos con cautela. ¿Quiere hacer creer a este Tribunal, señor Tadeo Sila, que es usted tan ágil y tan extremadamente perfecto que jamás en su vida ha pisado un... charco, como inocentemente hizo su pequeña y adorable hija? Me revolví en mi asiento. -- ¡Responda! -graznó el tipo-. ¿Por qué está callado? -- Bueno, me acaba usted de decir que no resp... -- ¡Nada de trucos, señor Tadeo! Aquí no nos chupamos el dedo. Responda cuando se le pregunte. -- Jamás he abofeteado a mi hija, señor -sonreí-. Y no pisó el charco inocentemente, mi niña. Sino a conciencia, con la intención única de salpicar a ... -- ¡Intención! -clamó el fiscal, deteniéndose y mirándome a la cara por primera vez-. ¡Intención! Usted, su padre, su progenitor, que acude a esta Sala como acusado, pretende endosar intencionalidad sobre los frágiles hombros de una criatura de once años que además es su hija. Su hija. Recuérdelo. No se limita a abofetearla vilmente, sino que achaca a ella... -- ¡Yo no abofeteé a mi hija cuando pisó el charco! -exclamé, un poco mosca. -- ¿Quiere decir que la abofeteó sin motivos? ¿Por sadismo? ¿Por placer? Resuelva las dudas de este Tribunal, señor Tadeo Sila. -- ¡Quiero decir que no la abofeteé! Me limité a recriminarla y cogerla por el lóbulo de una oreja. Jamás le he puesto a mi hija la mano encima. -- ¿No le ha puesto la mano encima pero le tira de las orejas cuando pisa un charco? -- ¡No le tiré de las orejas! ¡Agarré su lóbulo y la pellizqué, solamente eso! -- No haga juego de palabras, señor Tadeo. Ya conocemos su habilidad escribiendo, pero no es éste momento ni lugar. Responda: la abofeteó por pisar un charco, ¿sí o no? -- ¡No! ¡Rotundamente no! -- ¿Por qué entonces la agredió, fuera ya a bofetadas o fuera ya a pellizcos en las orejas? -- ¡Pero...! -- No tengo más preguntas. Miré a mi abogado, que volvió a sonreírme, conciliador. El Juicio se aplazó hasta el día siguiente. -- No pasa nada -me aseguró mi abogado al siguiente día, antes de entrar en la Sala-. Vamos bien. Este fiscal tiene fama de duro, pero sus argumentos no se sostienen. Cuando me toque hablar, demostraré con análisis forenses que una bofetada no provoca daños irreversibles en las paredes craneales de... -- ¡Que no le di ninguna bofetada, coño! Que solamente... -- Ya. Las orejas. Pero tampoco es grave. Las orejas, oh. No hay lesiones y los daños tampoco son clínicamente alarmantes. Mantén la calma. Toma, relájate echando un vistazo a la prensa. No leas la portada, no quiero que te hundas. "JESUS TADEO SILA, EL CÉLEBRE BLOGUERO, PASEA A SUS HIJOS TIRÁNDOLES DE LAS OREJAS, PARA EVITAR LOS CHARCOS". Entré al Juzgado sudando. Empezaba a imaginarme metido en una espiral que iba absorbiéndome lenta y pastosamente. -- Señor Tadeo Sila -principió el fiscal, sin rodeos, enarbolando unas notas en una mano y apuntándome con la otra- ¿En octubre de 2010 abofeteó usted a su jefe porque éste no le concedió una semana de vacaciones? Responda sí o no. -- ¡No! ¡Por supuesto que no! -- ¿Por qué lo abofeteó entonces? -- ¡Jamás he abofeteado a nadie! --¿ Debe este Jurado inferir, pues, que le tiró de las orejas, tal y como suele hacer con su hija cuando la desgraciada tiene la mala fortuna de ir a pisar un charco? Me revolví en mi asiento, inquieto. Tragué aire e intenté explicarme: -- Vamos a ver. Estamos tergiversando los hechos. No creo que este Jurado pueda imputarme ningún delito por tirar de la oreja a un hijo que salta en un charco con el único fin de salpicar a... -- No cambie de tema, señor Tadeo. Hablábamos ahora de la bofetada que le propinó a su jefe por negarse éste a concederle vacaciones anticipadas. -- ¡No he abofeteado a mi jefe en la vida...! -- Vale, vale. No lo abofeteó. Pero no nos quiera hacer ver que tirar de la oreja a un superior por negarle éste unas cavaciones seguramente inmerecidas, puede soslayarse tan fácilmente. No se haga el listo, señor Tadeo. No quiera embaucar con su presunto talento para la oratoria a este Juzgado. No estamos en ningún foro de ninguno de sus agresivos blogs de tintes xenófobos. -- ¿Cómo? -- Lo ha oído bien, señor Tadeo. A este fiscal le consta su actitud violenta hacia la gente de color que vende pañuelos en los semáforos. -- ¡Nunca compro pañuelos en los semáforos! -- Claro que no. ¿Por qué habría de comprarle pañuelos a un negro? ¿No es eso lo que quiere decir? Supongo que es más fácil tirarles de las orejas. No hay más preguntas. Los periódicos de la mañana sacaron una edición especial. JESUS TADEO SILA, EL BLOGUERO RACISTA: "ES MÁS FÁCIL TIRAR A UN NEGRO DE LAS OREJAS QUE COMPRARLE KLINES. NO ME HACE FALTA ABOFETEAR A NADIE. ¿PARA QUÉ ESTAN LAS OREJAS, EH?" -- No hay motivos para preocuparnos -me susurró mi abogado, antes de entrar en la Sala por tercera vez.- Rebatiré sus argumentos uno a uno. De todas maneras, si un negro mete la cabeza por la ventanilla de tu coche, ¿por qué no vas a poder tirarle de una oreja amistosamente? -- Pero yo no... --Ah, no tiene mayor importancia. Todo el mundo lo hace. A estas alturas, el ambiente en la Sala era ciertamente opresivo. Habían venido periodistas de cada rincón de España. Y una delegación de Uganda y otra de Nigeria se sentaba entre el público, con actitud en verdad hostil. La Asociación de Empresarios Unidos también había enviado sus respectivos representantes. -- Creo, Señoría -empezó el fiscal, que a estas alturas vestía traje blanco, camisa azul y una palomita roja de lunares blancos en el cuello- que se está claramente demostrando la actitud violenta del Señor Tadeo Sila hacia grupos indefensos como niños, inmigrantes o directivos de pequeñas o medianas empresas. Sea a bofetadas o a tirones de oreja, el Señor Tadeo adolece de un odio visceral hacia las clases más marginadas de nuestra sociedad. Al decir esto, el fiscal señaló dramáticamente a uno de los miembros de la delegación de Uganda, un negro de metro y medio que lucía unas grandes orejas de las que pendían unos zarcillos de metal que se las estiraban groseramente hacia abajo. Un murmullo de horror recorría la sala. El público miraba la dilatada oreja del Ugandés y me miraba después a mí, murmurando por lo bajo y señalándome disimuladamente. -- Señor Tadeo -principió el fiscal-. Está usted costando mucho dinero a los contribuyentes, con esta pantomima de Juicio. ¿Por qué no confiesa de una vez la verdad? -- ¿Pero qué verdad ni qué...? Me callé. Había caído en la trampa hábilmente tramada. -- ¿Ni qué niño muerto, iba quizás a decir... señor Tadeo? El sudor, como goterones de cera, me corría de la frente a los labios. Frente a mí, mi abogado, con la cabeza gacha, se arrascaba un codo. -- Mire, don Jesús Tadeo Sila. Asuma su culpabilidad ahora y todo será más fácil. No puede ir abofeteando a la gente cuando le plazca. ¡Vale, vale! Tirando de las orejas. No entremos en minucias gramaticales en las que ya sabemos anda usted muy puesto. Reconozca que no puede evitar agredir a ciertos colectivos indefensos. ¡Reconózcalo aquí y ahora! -- ¡No tengo que reconocer nada! ¿Pero de qué me está usted hablando? Paseo con mi hija. Ella salta en un charco. Me salpica a mí y a un matrimonio que caminaba cerca. Y con dos deditos, ¡entérese bien!, con dos deditos la tomo de una oreja muy suavemente y le digo que eso no se hace. ¡No hay más! ¿A qué viene tanta...? -- ¡Con dos deditos! -alzó sus brazos el fiscal, en el culmen del más doloroso dramatismo-. ¡Con dos deditos los tirones de oreja! Y hay que inferir de ello, que las bofetadas las suelta con cinco, ¿verdad? ¡Oh, con cinco deditos...! Son solamente cinco deditos, ¿qué daño puede hacer una bofetada solamente asestada con cinco deditos? Me repugna usted, señor Tadeo. Repugna usted a esta Sala, perdone que se lo diga. El murmullo de fondo fué subiendo de tono y el Juez hubo de asestar seis mazazos en la mesa para acallarlo. Una señora se desmayó en la última fila y uno de los representantes de Nigeria comenzó a dar forma entre sus manos a un muñequito de cera, sospechosamente parecido a mí. Salí escoltado por media docena de policías. En la edición de los diarios de fin de semana, un gran titular a todo color anunciaba: JESÚS TADEO SILA: "RECOMIENDO USAR DOS DEDOS PARA LOS TIRONES DE OREJAS Y CINCO PARA LAS BOFETADAS". Y de fondo, una foto mía que no venía a cuento, con la palma abierta, que algún desarmado me había sacado mientras espantaba una mosca o paraba un taxi. El lunes, y tras las torpes apelaciones de mi abogado, se decretó el secreto de sumario y aquí ando, aguardando una sentencia que ha de llegar tarde o temprano. Cuando salí de los Juzgados, llovía. Una muchedumbre sedienta de justicia me esperaba. Pero empecé a saltar sobre los charcos que encontré en mi camino y los puse a todos perdidos.A mi abogado, eso sí, le tiré de las orejas con cinco dedos.
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