Llevo casi quince años siendo profesor de Secundaria en la enseñanza pública. Ha pasado el tiempo suficiente para que comience a sentir cierta diferencia generacional con los jóvenes veinteañeros que acceden por primera vez a este trabajo. Es ahora cuando empiezo a constatar que no me faltaba razón cuando intuía (siendo profesor novel y veinteañero terminal) que en nuestra profesión la diferencia de edad entre compañeros es algo poco significativo y un pésimo indicador de una mejor o peor labor docente. Una vez que cada profesor establece las bases de su forma de entender la docencia durante los primeros años, las consecuencias de su labor en el aprendizaje de sus alumnos es completamente independiente de su edad.
Desconfía de aquel que afirme que no le molesta trabajar porque no podría vivir sin lo que hace. Es, sin duda, un cantamañanas. No recuerdo un solo día laborable que no me haya molestado el sonido de la alarma del despertador. Pero eso no quita que, al mismo tiempo, pueda reconocer que soy muy feliz con el trabajo que elegí, que disfruto en el aula, con mis alumnos, intentando transmitir tanto ese conocimiento científico básico que debe permitirles no ser unos analfabetos científicos como esa actitud escéptica y racional ante la realidad que ha de ayudar a convertirlos en ciudadanos críticos. Considero trascendente la formación académica del adolescente. Pero que me guste lo que hago no significa que minusvalore la enorme dificultad de nuestra labor diaria, que no entienda lo difícil que es mantenerse proactivo en ella, que no reconozca lo complicado que resulta que la rutina o la apatía no colonicen nuestras clases o que llegue un momento en la vida de todo docente en el que el nivel de esfuerzo físico y emocional que supone dar clases lo supere y la calidad de su labor se resienta. Yo sigo llegando cada día a casa, más allá de las tres de la tarde, absolutamente muerto físicamente. En eso no he notado ningún cambio en los años pasados desde que empecé a trabajar en esto. Llego roto porque cada día doy de media cuatro clases a unos 120 alumnos adolescentes de diferentes niveles y sigo considerando cada minuto de cada clase un reto, un desafío personal en el que debo conseguir la atención de la mayoría de los alumnos. A ese esfuerzo hay que sumarle las horas de guardia, las correcciones de exámenes y trabajos, la preparación de las clases y el tiempo dedicado a la comunicación con los padres y a la gestión de las situaciones personales de los alumnos. Por la tarde, por supuesto, siempre toca seguir corrigiendo o preparar materiales para las clases del día siguiente. Y, desde hace años, asumo que la tarde del domingo es, en parte, laboral. No pasa nada, no cuento esto por victimizarme, hay trabajos mucho más jodidos que el mío (y muchos otros que no los son pero aparentan serlo), pero sí espero que sirva para dejar constancia del hastío que me provocan esos estúpidos que andan siempre empeñados en criticar (envidiar) las vacaciones de los profesores y son incapaces de entender y apreciar la importancia de nuestro trabajo con sus hijos.
La intención de este post no es otra que ofrecer una serie de consejos realistas a los nuevos docentes. Consejos basados en mi experiencia y que, por tanto, vienen tamizados por mi propia concepción de lo que debe significar nuestra labor en las aulas. Como será evidente, mis consejos están muy lejos de las grandes intenciones y ambiciones hipertrofiadas y ampulosas de esos gurús pedagógicos que no han pisado un aula en su vida y se arrogan el derecho de darnos lecciones a los profesores cada día a través de los medios de comunicación y de los cursos de (de)formación. Personajes oscuros que se disfrazan de subversivos y dinamizadores de nuevos enfoques educativos cuando están a sueldo de fundaciones privadas de bancos y empresas que los utilizan para reenfocar los objetivos de la Educación y tratar de ponerla al servicio de sus necesidades. Vendemotos pedagógicos que subliman sus frustraciones y dan rienda suelta a sus egos en cursos de formación de un profesorado cautivo que tiene que soportar cómo se lo infantiliza para deconstruir su autoridad intelectual y así convertirlo en un guiñapo maleable en manos de advenedizos con ínfulas.
Este es mi decálogo para los nuevos profesores, una serie de ideas y reflexiones que considero que pueden ser útiles para aquellos profesores de Secundaria y Bachillerato que comienzan su singladura docente.
1. Acabas de empezar. Escucha, observa y no pretendas opinar de manera tajante de lo que aún apenas conoces. Durante los primeros años empápate de la vida de un centro educativo. Ser profesor va mucho más allá de dar tus clases, hay dinámicas y rutinas adquiridas por todos tus compañeros que al principio te desconcertarán y provocarán tu agobio. Busca algún profesor (no necesariamente de tu departamento) que te ayude a navegar por los meandros burocráticos, pregunta hasta que comprendas cómo se han de hacer las cosas pero no trates de apelar continuamente a tu bisoñez para excusar tus errores. Asúmelos y endurécete.
2. No te refugies en un cinismo impostado y prematuro para tratar de esconder tu inexperiencia, como una manera de intentar mostrarte como un profesor con poso que ya sabe lo que se trae entre manos. No lo eres y todos lo saben. Asume que tu fuerza está en la ilusión que debe darte comenzar en esta profesión. No emules de manera ridícula la crítica hacia los alumnos de ciertos profesores más veteranos porque, en mucho casos, ellos sí son capaces de suplir su decadencia física y emocional (en un trabajo que desgasta enormemente) con la experiencia (que tú no tienes). Muchos de ellos son capaces de ser grandes profesionales en el aula mientras despotrican contra todos y contra todo. Evita intentar convertirte en un miembro más de la tribu mediante la queja o el victimismo.
3. Aprovecha tu juventud para acercarte a tus alumnos y que tus clases resulten más efectivas. Nos guste más o menos la edad de ese nuevo profesor que llega a un centro suele ser uno de los aspectos que más impacta inicialmente a los adolescentes. La cercanía generacional te debería permitir encontrar valiosas vías de comunicación con los alumnos. Hace no tanto que eras uno de ellos. No te confundas y consientas que esa cercanía se convierta en un colegueo pueril. Eres su profesor, no pretendas ser su amigo. No te necesitan como amigo pero en cambio les resultarás muy útil como esa figura adulta y cercana que les ayude a centrarse en sus estudios y pueda aconsejarles en los malos momentos.
4. Evita las absurdas trincheras cavadas durante años en los claustros de los centros a los que llegues. Ahora, por supuesto, estoy hablando de la enseñanza pública, donde todavía hay oportunidad para la crítica, la disensión y la oposición a la dirección del centro o a los grupos de poder que tratan de controlar la vida educativa del centro. Al poco tiempo de empezar a trabajar en un IES te darás cuenta de que difícilmente su ambiente laboral será una balsa de aceite. Dependiendo de con quién empieces a relacionarte y a conversar habitualmente comenzarán a llegarte informaciones (en general contradictorias) de viejas rencillas, de enfrentamientos personales entre miembros de un mismo departamento, de disputas entre departamentos y, por supuesto, de discrepancias con la dirección y la jefatura de estudios. No te posiciones en una guerra que no es la tuya para así poder compartir la crítica estéril del café mañanero con compañeros a los que acabas de conocer. Ni siquiera aunque te caigan bien. Date tiempo, interacciona con todos, también con los "jefes" o con "los otros", construye tu propia opinión, sé educado pero no actúes como un borrego, no te posiciones sin toda la información y solo por una inicial simpatía personal en batallas que, analizadas con detalle, suelen ser muchas veces absurdas y, en general, solo sirven para alimentar egos sobredimensionados.
5. Este punto es importante. A ver cómo te lo explico. Yo, desde luego, lo veo así y es clave en mi trabajo diario: no solo eres profesor de los alumnos de los grupos a los que das clases. Eres profesor de tu instituto y, por tanto, eres profesor de todos los alumnos de ese centro. Y lo eres desde que entras por la puerta del IES hasta que coges tu medio de transporte para volver a tu casa. Aprovecha cada minuto en el centro y cada interacción personal con el alumnado para hacer entender a los adolescentes de tu instituto (les des clases o no) que eres alguien a quien no solo tienen que respetar sino al que pueden recurrir en cualquier momento para solucionar cualquier problema. Si cada vez que haces una guardia, cada vez que te relacionas con alumnos a los que no das clases, cada vez que caminas por un pasillo repleto de adolescentes (desconocidos o no) siempre te muestras distante y arisco (que suele ser una forma de protección de los que no se sienten seguros), terminarán viéndote como el enemigo o, simplemente, te convertirás en alguien intrascendente e invisible para ellos. Con el tiempo llegará el día que tengas que intervenir en cualquier conflicto o solucionar algún problema y te darás cuenta de que los chavales apenas son capaces de escucharte cuando les hablas (salvo que el miedo les obligue).
6. La prioridad fundamental de un profesor es conseguir que sus alumnos aprendan algo cada día gracias a su labor. Nunca olvides que ese debería ser el objetivo fundamental de la enseñanza reglada. Podrás elegir entre diferentes estrategias pedagógicas para conseguirlo pero no te equivoques, no conviertas la felicidad de los alumnos (o el cariño que te muestren) en una medida del éxito de tu trabajo. No seas presuntuoso, eres una gota de agua en el mar de su aprendizaje, no pretendas ser trascendente, no confundas sus expresiones de aprecio con un refrendo a la calidad de tu labor (no siempre son los mejores jueces en el momento pero con el tiempo sí sabrán juzgarte). Nunca cedas a la tentación de ser su "profesor Keating" y ten absolutamente claro aquellos contenidos del currículo oficial que no pueden dejar de dominar el curso siguiente. Empatiza con ellos, entiende la dificultad que supone estudiar y esforzarse a esas edades para muchos de ellos, pero no dejes de exigirles. Necesitan de tu exigencia y de tu afecto para crecer. No los abandones cuando fallen, no los menosprecies, deja siempre una puerta abierta a los que se han convertido en objetores educativos, a esos que parecen desafiarte desde el primer día, trátalos en todo momento como un alumno más, hasta el final necesitan saber que existen mecanismos para reengancharse a un sistema educativo en el que ya han naufragado.
7. Tu actitud al entrar en el aula va a determinar completamente el desarrollo de tu clase. Y no te puedes imaginar cuánto. Si tu pretensión es que la clase que vas a empezar a dar sea importante para tus alumnos y que lo que les vas a enseñar se convierta en un aprendizaje significativo para ellos solo tienes una opción: entra en el aula arrasando. Te lo repito, por si acaso no lo has entendido: a-r-r-a-s-a-n-d-o. Exigiendo, sonriendo (sonríe siempre que puedas), interpelando a alumnos particulares, obligándoles a que se sienten con rapidez y que saquen sus materiales para poder empezar a trabajar. Imponiendo (con tu autoridad, sí) un silencio inicial para poder empezar la clase. Cuando ya estén sentados, cuando hayas conseguido su atención, nunca pretendas empezar a explicar nada sin interesarte por ellos. No estás grabando un video de Youtube, tus alumnos son personas con las que te tienes que relacionar, son chavales que te tienen que importar, pregúntales cómo están, interésate por su momento vital, por sus agobios académicos, por sus frustraciones e ilusiones. Van a percibir, sin duda alguna, si tu interés es real o no. No les tengas miedo. Ironiza con ellos pero no los trates como niños, ya no los son, trátalos como protoadultos, es lo que quieren y lo que se merecen. Nunca entres en un aula a dar clases y que durante unos pocos (pero interminables) minutos tu presencia en el aula resulte insignificante, intrascendente e irrelevante. Es la primera piedra en el camino de tu fracaso como docente. El show debe comenzar cuando tú llegas y no olvides que ellos, en el fondo, están deseando conectar contigo. Necesitan que domines el espacio y los tiempos del aula.
8. No te encierres en tu departamento y socializa con tus compañeros, la docencia no es una labor individual. La utilidad de tu labor y las consecuencias de ella siempre dependerá de otros. Vuelvo a centrar mi consejo en aquellos profesores primerizos de la enseñanza pública. Es increíble la heterogeneidad de los claustros y la enorme riqueza experiencial, ideológica e intelectual a la que permite acceder la horizontalidad de nuestro trabajo, el valor que tiene que todos los profesores, ya sean novatos o veteranos, ya tengan plaza fija o sean interinos, ya sean excelentes o inútiles, tengan las mismas responsabilidades y obligaciones, que nadie pueda construir una jerarquización en nuestras relaciones personales. No permitas que la diferencia de edad y los prejuicios (generacionales o ideológicos) te impidan disfrutar de la sapiencia y de la experiencia de compañeros a los que merece la pena escuchar. Aprende de todos pero sin sentirte obligado a reverenciar a nadie. No existe un solo docente que no haya fracasado en alguna ocasión. En muchas ocasiones, serán esas relaciones personales-laborales que hayas sido capaz de establecer las que determinen la posibilidad de resolución de conflictos con alumnos.
9. Lo sabemos. Vienes a cambiar la Educación. Ahora que eres docente necesitas impugnar con la mayor premura posible la labor de todos aquellos "inútiles" que te dieron clases cuando eras adolescente. Tú lo vas a hacer todo mejor y de manera diferente. Aún no eres consciente de la enorme distancia que existe entre ser un profesor de masas (realidad) y ser un profesor de salón (ensoñación). En todo caso, date tiempo. Antes de pretender innovar y cambiarlo todo estudia, escucha, lee y analiza qué pretendes conseguir con eso que tú consideras un necesario cambio de paradigma educativo. Utiliza con inteligencia y humildad el método de ensayo-error para no perjudicar a tus alumnos con tus quimeras. Y evalúa a posteriori los resultados de tu labor, investiga qué pasó con esos alumnos a los que diste clases al año siguiente, cuando otro profesor les dio clases de tu asignatura. Porque sí, tú venías a cambiar la Educación, pero procura que en una década no haya sido la rutina laboral la que haya pasado por encima de ti y te haya convertido en ese amargado con ínfulas que termina culpando a los alumnos y al sistema de que no se aprecie como corresponde tu capacidad de "innovación pedagógica".
10. Un tema importante. No te lo tomes amal. A ver cómo te lo digo: no te pagan por dar clases en el vacío. No eres un youtuber. Te pagan por dar clases a alumnos que están en el aula contigo. Tienes que interaccionar con ellos. Resulta tan desconcertante como desolador que haya profesores (y los hay, nadie quiere hablar de ellos pero existen) que por diferentes motivos (incapacidad, desidia...) terminan transmitiendo cada día conocimientos al vacío de un aula repleta de alumnos que no lo escuchan. Hay profesores que pretenden convencernos de que cumplen con su obligación profesional explicando lo que la ley dictamina que tienen que explicar a un grupo de adolescentes que lo humillan diariamente ignorándolo de manera manifiesta. Su sufrimiento (real) no sirve como excusa para su fracaso profesional. Poco importa la vocación (o la falta de ella) que sientas si cuando cierras la puerta de tu aula no consigues que tus alumnos te escuchen, si solo los alumnos mas aplicados (esos que seguramente menos te necesitan) son los que apenas atienden a tus explicaciones mientras los demás desdeñan lo que les intentas transmitir. Nunca continúes una clase sin la atención del grupo. Y eso es algo que deberás conseguir desde el pirmer minuto de la primera clase que tengas con ellos. Las normas de aula deben ser pocas, claras y contundentes pero debes obligarte cada día a hacerlas cumplir aunque el esfuerzo sea gigantesco.
Son 10 consejos pero podrían ser algunos más. También te podría hablar de la necesidad de conocer la legislación que contextualiza la labor docente, de la obligación de explicitar perfectamente la manera de calificar exámenes, pruebas, trabajos y evaluaciones para que los alumnos nunca puedan pensar que tus notas son relativamente arbitrarias, de cómo debes intentar hablar cara a cara, sin dramas ni amenazas, con esos alumnos que inicialmente te desafían en clase para tratar de reengancharlos, de que jamás renuncies a repetir una explicación si un alumno te la pide y el ambiente de clase es el adecuado, de que si eres docente de la pública tienes que aceptar tu responsabilidad como funcionario y conocer críticamente las políticas educativas que afectan a tu labor diaria, de cómo debes compaginar una preocupación real y un afecto sincero hacia tus alumnos con cierto desapego emocional hacia ellos (no puedes ni debes llevarte sus problemas personales ni a tu casa ni a tu vida)... Este trabajo es apasionante pero los detalles que determinan nuestro día a día son infinitos y no tenerlos en cuenta, creer que solo "dando clases" cubres el expediente, suele ser el camino más rápido para la frustración, la desilusión y la decepción docentes.
Pero de todo esto escribiré otro día.