Vengo escribiendo el Chatarra desde el 2000, en los tiempos de “Super Chatarra Special” primero y de “Libreta Chatarra” después. Digamos, desde Menem hasta el flamante Presidente Macri. Opiné de todos los temas y cuándo quise. En algunas cosas acerté, en otras cambié, en más de una sostuve mis posiciones. Quince años es mucho tiempo. Siempre escribí libremente, sin pensar las consecuencias de lo que uno escribía, con la libertad de expresión que tiene que haber en democracia, sólo limitada por la injuria o el agravio personal.
Hace unos cuatro años, noté que, inconscientemente, empecé a medir lo que escribía, a evaluar la conveniencia o no de opinar en mi blog. Como no me pasó en todos estos años de la democracia restaurada, tuve miedo a expresarme.
Ése fue el peor de los legados del kirchnerismo. La autocensura. Fue el daño más grande que le hizo al país y a la democracia. Y un síntoma de su autoritarismo, rasgo que comparte con otros populismos del continente.
En esos días me vi pensando qué hacer, a dónde ir cuando avanzarán un poco más, cuando cruzaran el límite, cuando se cargaran a todas las instituciones de la Nación. En el momento en que perdiéramos la República (porque venían, explícitamente, por todo), ¿a dónde esconderse? ¿a dónde ir?
La soledad parecía más solitaria que nunca. La sensación de que una sociedad me había dado la espalda y el cansancio moral de no compartir la forma de pensar de mis compatriotas. Sentí que hasta el país se me había escamoteado.
Entonces, decidí poner un pequeño grano de arena y no dejarles llevarse lo que fue mi patria.
Primero decidí que no me iban a callar. No me iban a silenciar.
Seguí escribiendo. Seguí opinando.
Si querían que tuviera miedo, no les iba a dar el gusto.
Luego me propuse como fiscal en la Red Ser Fiscal. Hice los cursos y me decidí a servir durante un día, para defender la pureza del voto.
Fui a las marchas. Por primera vez en mis casi cincuenta años, milité en un partido político. Me afilié al PRO, cuando era una utopía pensar en Mauricio Macri Presidente. Y trabajé en la sede de mi barrio, inflando globos, repartiendo boletas, dando charlas, doblando folletos.
¿No era cándido pensar que eso podría parar a un gobierno autoritario?
Un día, miles de argentinos salieron a las calles con sus cacerolas, a gritar que no tenían miedo. Mientras los analistas políticos que cobraban sueldos de intelectuales en los medios de comunicación, explicaban porqué esas protestas no tendrían ni masividad ni futuro, los argentinos que no querían que los Kirchner se cargaran al país, salieron a protestar con lo poco que tenían.
Y el viento empezó a virar. Las cosas empezaron a cambiar.
Los mismos que auguraron el fin de los caceroleros, se atrevieron a pronosticar el triunfo de Daniel Scioli en primera vuelta. Y maltrataron a María Eugenia Vidal, calificándola como una candidata testimonial. Proclamaron que Macri no quería ganar por no cerrar una alianza con Massa.
Cuando el 25 de octubre de 2015, las urnas mostraron lo que el país quería, el análisis de todos los especialistas (sic) se vio defraudado.
Estuvieron juzgando al PRO y a la alianza Cambiemos con sus categorías del siglo XX. Evaluaron con sus herramientas dicotómicas y la realidad les dijo que el ciudadano también vota por gestión y cambia su voto por aquel que les promete hacer la cloaca o el canal que nadie hizo en los últimos veinte años. Ser de derecha o de izquierda cada vez tiene menos sentido.
Y sin embargo, siguen si ver lo que pasó. Siguen juzgando sin bajar al nivel del ciudadano y preguntarse qué y porqué votó.
Hace minutos, asumió un nuevo Presidente en la Argentina. Y cerró con ese acto doce años que agregan más vergüenza que logros en la historia nacional. Algún día, algunos de los que apoyaron con ánimo de patota al gobierno kirchnerista, se avergonzarán de lo que bancaron, se pondrán colorados al recordar en qué vereda estuvieron, el momento que decidieron ser miserables.
Hoy yo quiero recordar al amigo que dejó de tomar un café conmigo, al cuñado que arruinaba las fiestas familiares discutiendo de política, al menemista convertido al modelo nacional y popular que te patoteaba por Facebook, al ganso que repetía consignas goebbelianas sin preguntarse lo que decían, a los artistas que aplaudieron como focas al calor de un subsidio o un puesto, a los universitarios de café que le dieron andamiaje teórico al macartismo, a los progresistas que levantaron la mano para matar la república, a los jóvenes que te decían sueltos de cuerpo y sin ponerse colorados que no se puede hacer política sin ser corrupto, a los desinformadores militantes, a todos aquellos que creyeron ser revolucionarios siendo meros matones de salón.
A todos ellos, no los olvido. A todos ellos, han sido medidos y no han dado la talla.
La historia los dejará de lado. Los condenará al lugar oscuro que se ganaron con tanta servilidad y obsecuencia.
Y un día, se mirarán al espejo y se darán cuenta que les fallaron a su patria y a sus compatriotas, del modo más pusilánime.
Para ellos: no pienso sentarme a su mesa.
Los conozco y ya sé como son.
Ni se te ocurra llamar para pedir ese café que tenés pendiente.
Una nueva era se abre. Esperemos que seamos dignos de ella.