¿A veces te da pereza tomarte la píldora anticonceptiva diaria o detestas el siempre incómodo momento en el que hay que ponerse el condón?
Pues tras darte este corto tour por algunos de los métodos anticonceptivos más oscuros, chiflados y hasta peligrosos de la historia, te alegrarán las opciones que tienes en el siglo XXI.
En la Grecia antigua estaban convencidos de que brincar y acuclillarse inmediatamente después de una sesión amorosa evitaba que el esperma entrara en el útero de las damas.
Y un estornudo consolidaba la misión.
En el Oscurantismo europeo pensaban que si una mujer se amarraba testículos de comadreja a la pierna se protegería de embarazos indeseados.
Para ser justos, pocas cosas inspiran menos pasión que ver que la dama de tus sueños tiene los testículos de un animal colgando de una pierna.
No conformes con la técnica de brincar y acuclillarse, los antiguos griegos también aconsejaban tomarse los residuos tóxicos de los herreros, es decir, el agua que usaban para enfriar sus herramientas.
De alguna manera se puede decir que era efectivo pues contenía mucho plomo.
Así que era anticonceptiva, pero sus efectos secundarios eran náusea, insuficiencia renal, convulsiones, coma y muerte.
Lo más asombroso es que una versión de esa técnica seguía usándose hasta la Primera Guerra Mundial, cuando las mujeres se iban a trabajar como voluntarias en fábricas con plomo, sólo para que las mantuviera estériles.
Los antiguos egipcios empezaron por buen camino.
Se dieron cuenta de que nadie iba a quedar preñado si podían crear algún tipo de barrera allá abajo.
Fue uno de esos momentos en los que se le prendió el bombillo a la humanidad, y casi inmediatamente se fundió cuando surgió la idea de que la barrera ideal sería miel con caca de cocodrilo.
Por suerte, lo que sobrevivió fue el concepto, en la forma de diafragma, no la manera de realizarlo.
Sí, testículos una vez más.
En este caso, fueron los canadienses del siglo XVI los que molían los de los castores hasta reducirlos a un polvo fino que le añadían a una potente mezcla de bebidas alcohólicas.
Presuntamente era tan efectivo como colgarse testículos de comadreja, pero tenía la (des)ventaja de que terminabas completamente borracho.
En otras palabras, el condón original.
Antes de los preservativos con sabor a frambuesa (entre gustos no hay disgustos), te tenías que conformar con intestinos de animales.
Uno de los registros históricos más antiguos de condones hechos con intestino de cerdo viene acompañado incluso de un útil manual, que sugiere remojarlos en leche caliente antes de usarlos.
No es estrictamente su limón pero se dice que el famoso don Juan era un gran aficionado de esta técnica.
El método requería de medio limón al que se le sacaba la pulpa y se insertaba en la vagina.
La cáscara hacía las veces de capuchón cervical y el ácido del jugo era un potente espermicida, de manera que no era tan desatinado.
Por los años 900 a.C., los expertos en control de natalidad chinos le aconsejaban a las mujeres tragarse 16 renacuajos fritos en mercurio inmediatamente después del coito.
La técnica funcionaba de una forma similar a la del agua de herrero, es decir, actuaba como un veneno.
Así que efectivamente las mujeres no daban a luz... y muchas quedaban permanentemente estériles.
Otras posibilidades eran daños al hígado, a los riñones y otros importantes órganos y, en el peor de los casos, la muerte.
Los antiguos sumatranos sabían que la amapola era mucho más que una flor.
Las mujeres usaban la cáscara de la planta como diafragma durante el acto sexual, o se insertaban las flores en sus vaginas, lo que se cree que tiene el mismo efecto que fumar opio.
No se sabe cuán efectivo era, pero la experiencia probablemente no se asemejaba al uso de un simple condón.
Si tras leer lo que hacían en el pasado te estabas sintiendo muy ufano por vivir en el futuro, aquí tienes una técnica de apenas unos 60 años atrás.
Tras una velada agitada, las mujeres se echaban la gaseosa bebida dentro de ellas.
La teoría era que la carbonatación forzaría al líquido a entrar en la vagina y el azúcar haría que explotaran las células del semen.
Gracias a esta explicación científica, la Coca Cola se volvió en una popular ducha vaginal poscoito.