Cultura
Publicado el 16 julio, 2013 | por Antonio CruzSi en este último mes se ha hablado largo y tendido del 50° aniversario de la novela más conocida y reconocida de Cortázar, Rayuela, obra emblemática del llamado boom latinoamericano de escritores que surgieron allí en los años 1960 y 1970 (Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes…), ahora se celebran (nunca es sencillo ni siquiera comprensible enaltecer un óbito) los 10 años de la ausencia de uno de los escritores que se crió con el rebufo de aquéllos convirtiéndose en el mejor de todos los surgidos en el postboom latinoamericano.
Roberto Bolaño, natural de Santiago de Chile, falleció el 15 de julio de 2003 en Barcelona, cuando contaba con cincuenta años de edad y a causa de una insuficiencia hepática motivada por la cirrosis hepática que padecía; no consiguió llegar a tiempo el transplante de hígado. Queda patente que en Bolaño confluyen de manera diáfana todas las características para catalogarlo como un escritor maldito, probablemente muy a su pesar: dificultad en su primera época para editar sus trabajos, problemas económicos que mitigaba ganando concursos literarios menores, precaria salud, muerte prematura… Esta frase, expresada a Santiago Gamboa resume lo que acabo de explicar: “Soy la típica imagen del poeta latinoamericano: mi esposa con tisis arrullando a la bebé recién nacida que llora, mi hijo con problemas de adolescencia y yo encerrado en el baño intentando acabar un poema”.
Quienes lo conocieron hablan de él como un personaje curioso, enigmático y diferente, y no exclusivamente en el plano literario. No sólo era un voraz lector, también le apasionaba el cine. Como recuerdan aquellos que lo trataron y trabaron amistad con él como Jorge Herralde, su editor. Trabajaba siempre en horario nocturno, fumando, bebiendo grandes cantidades de infusiones con miel (lo único que podía ingerir) y escuchando música rock. Solía redactar sus trabajos de forma manuscrita o bien mecanografiándolos, para comprar finalmente un ordenador en 1995, que aunque pueda sorprender estamos hablando de otra época y de un escritor que también era de otro tiempo, un estilo que aunque vislumbre parecerlo, no bebía del citado boom latinoamericano, pululaba por sus límites, saliendo y entrando a su antojo; era en definitiva un profundo y vehemente innovador.
Sus influencias primarias hablan por sí solas: Borges y Cortázar; dos escritores que fueron totalmente antagonistas y se mostraron distantes entre ellos, existiendo apenas relación entre ambos, a pesar del respeto mutuo. En lo que respecta a poesía, cuanto la mágica palabra se posaba en los labios de Bolaño, de éstos siempre brotaba un nombre: Nicanor Parra, otro rompedor e iconoclasta alejado del estilo poético más clásico. También alababa a otros escritores chilenos como Gonzalo Rojas o Jorge Edwards, –aunque criticó duramente a otros paisanos suyos como Antonio Skármeta o Isabel Allende– y dentro de la poesía también se sintió fascinado por la producida en lengua francesa y en especial por Arthur Rimbaud, otra de sus más claras influencias.
¡Pero qué puñetera es la vida, y maldigo la muerte miserable! Me lo imagino en sus primeros pasos como escritor, sufriendo, con todas las dificultades y calamidades imaginables, con problemas económicos, asediado por la enfermedad, por la muerte, y en cambio ahora todos hablamos de él, sus obras se reeditan, todos desean dedicarle un ensayo, un artículo (como yo estoy haciendo ahora), se piensa en la adaptación de sus novelas para la gran pantalla y las primeras ediciones de sus libros en el mercado de la bibliofilia superan los 400 euros. Fue alabado en vida por gente tan dispar como Susan Sontag y Patti Smith, y el único consuelo en su muerte fue el reconocimiento que alguna vez pudo sentir cuando aún vivía; se le amó no sólo en España y Latinoamerica, también en Francia y EEUU. A pesar de su más allá actual, Bolaño pervive y resucita en sus obras, poemarios y novelas, esas de títulos evocadores, poéticos o enigmáticos: La literatura nazi en América (1996), Estrella distante (1996), Los detectives salvajes (1998), Nocturno de Chile (2000), la póstuma 2666 (2005) o el poemario Los perros románticos (1993). Cada una sus palabras, frases y espacios, rezuma la esencia de uno de los más grandes de la literatura contemporánea. ¡Larga vida a Bolaño! (aunque ya no esté físicamente): 10 miserables años sin el escritor de la mirada triste.