Foto original del blog de Eterna Cadencia
¿Cómo empezaste tu carrera como escritor y cuándo?
No sé si hubo un cuándo ni un cómo. Desde muy chico me gustó leer y me gustó escribir. Escribía para entretenerme, como un juego, y esperaba ansioso que llegara el momento de empezar el secundario porque suponía que ahí “enseñaban a escribir”. No conocía personalmente a escritores y lo veía como algo muy lejano, tal vez por eso tardé mucho en considerarlo como algo viable o posible.
¿Te inspiró alguien en particular?
En un principio, no, sobre todo porque no conocía a nadie que escribiera. Mucho tiempo después gané una mención en un concurso que organizaba el diario El Litoral, de Santa Fe. Me pagaron un pasaje y fui a recibir mi diploma. Ahí conocí a Enrique Butti, que trabajaba en el diario y es un gran escritor. Él me pasó su novela “Indí”, que me deslumbró completamente. Un poco después, ya en Córdoba, conocí a Lilia Lardone. Su novela “Puertas adentro” no sólo era excelente sino que además transcurría en un pueblo muy cerca del mío. Entonces empecé a hacer taller con ella y casi desde entonces somos amigos.
No sé si ellos dos exactamente me “inspiraron”, pero sí me ayudaron a ver que era posible, que no era una locura pensar en la escritura como una opción.
¿A qué hora del día te surgen más ideas?
¡A todas horas! No tiene tanto que ver con un horario, sino con una cierta disposición mental, con estar tranquilo, mantener los problemas a raya, saber cultivar el ocio creativo.
En general cuando me baño o cuando manejo en la ruta, en viajes largos, siempre se me ocurren buenas ideas.
¿En qué lugar de tu casa te gusta escribir? ¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo?
Me gusta escribir en mi escritorio, sentado en mi silla, y que en lo posible no haya ruidos molestos alrededor. El departamento en que vivo en Buenos Aires es bastante pequeño y el escritorio está en el mismo ambiente que mi cama. No hay demasiada ambientación: libros, un par de plantas, paredes blancas, un par de fotos o imágenes. Me gustan los escritorios grandes, generalmente tablones o puertas sobre caballetes. No es extraño que reine cierto desorden de papeles.
¿Cómo surgió la idea de “222 patitos y otros cuentos” y en qué te basaste para escribirlo?
Como casi siempre pasa con los libros de cuentos, no hubo un solo disparador. Es una serie de historias que se fueron acumulando con los años. Algunos surgen de anécdotas que me contaron algunos amigos, otros de pequeñas escenas que vi, o frases escuchadas un poco al pasar. Muchos cuentos suceden en Cabrera, un pueblo ficticio pero muy parecido al pueblo en que yo crecí y si bien no hay ningún personaje que retrate directamente a alguien, sí hay algo de la experiencia de vivir en el pueblo, de personas y situaciones que conocí allí que están en el libro.
¿Qué estás leyendo por estos días?
“La flor azul”, una novela de Penélope Fitzgerald que me está gustando muchísimo. “El campo”, la antología con los extraordinarios cuentos de Juan José Morosoli que se acaba de editar (Morosoli es un autor uruguayo que no tiene desperdicio y que hasta ahora conocía sólo gracias a fotocopias). “Las clases de Hebe Uhart”, de Liliana Villanueva, otro libro sin desperdicio. Y estoy empezando “Maelstrom”, de Luis Sagasti, su libro anterior “Bellas Artes” es excelente, así que a este le tengo mucha fe.
¿Cuáles son tus autores preferidos?
La lista siempre cambia un poco, de acuerdo a lo que releo o lo que descubro, lo que tengo más a mano, lo que recuerdo. Algunos de los inamovibles son Juan José Saer, Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano, Flannery O’Connor, John Cheever, Anton Chejov, Eudora Welty, Cesare Pavese, Natalia Ginzburg, Alice Munro, Felizberto Hernández.
¿Qué autores recomendarías leer?
¡Un montón! En principio, todos los de arriba. Pero, por otro lado, desconfío un poco de las recomendaciones así tan generales. Creo que no todos los libros son para todos los lectores o para todos los momentos de la vida. Lo mejor, me parece, es ir a la librería o a la biblioteca con tiempo y con paciencia, leer las contratapas, chusmear las primeras páginas, si se puede, leer algún capítulo. Ver qué nos llama la atención y, sobre todo, charlar con el librero o el bibliotecario y contarle qué tenemos ganas de leer, sobre qué temas o qué tipos de libros, comentarle si buscamos algo que nos entretenga o que nos haga pensar o que nos deslumbre o que nos haga olvidar de algún problema. Un buen librero y un buen bibliotecario tiene alma de celestino: es capaz de armar las mejores parejas. Por eso, cuando uno encuentra un buen librero o un buen bibliotecario ¡tiene que cuidarlo! Esas son las recomendaciones más válidas, las que en toman en cuenta las necesidades y las búsquedas personales de cada lector y lo ayudan a llegar al libro perfecto para esa persona, en ese momento.
¿Qué libro famoso te hubiera gustado escribir?
¡Ni idea!
¡Muchas gracias Federico Falco!