Revista Cultura y Ocio

10 preguntas a inés garland

Publicado el 04 septiembre 2014 por Elalmacendelibros @almacendelibros

inés garland 3

Fotografía original: Alejandra López

¿Cómo empezaste tu carrera como escritora y cuándo?

Escribí mi primer cuento a los once años una mañana mientras pasaba las vacaciones en lo de mi abuela en Mar del Plata. Me quedé toda la mañana escribiéndola e ilustrándola mientras mis hermanas iban a la playa. Cuando llegaron mis padres, que venían a vernos algunos fines de semana, y mi abuela les mostró mi “obra”, y ellos me miraron (no miraban mucho ellos), quedó signado mi destino de escritora: la había pasado tan bien en ese mundo imaginario ¡y encima lograba atención!

¿Te inspiró alguien en particular?

Leía mucho las aventuras de Sandokán, de Emilio Salgari, los cuentos de Andersen y de los hermanos Grimm, leía una colección de misterio con una heroína que se llamaba Nancy Drew, Anne de los tejados verdes. Era una lectora voraz, pero en ningún momento, creo, asocié que lo que yo iba a hacer se parecía a lo que habían hecho esos autores, como si por ser de otra categoría lo mío fuera otra cosa, algo menor y sólo para mí y para mi familia.

¿A qué hora del día te surgen más ideas?

No hay una hora del día para las ideas aunque mientras duermo se organizan las soluciones a los problemas puntuales que encuentro de narración, y muchas veces las ideas aparecen en la cama a la mañana. Pero durante el día cualquier cosa puede disparar una idea. Andar en colectivo es muy productivo, por ejemplo. O en bicicleta. No estar pensando o buscando concretamente sino mirando pasar la vida, escuchando lo que dicen por ahí, observando a los demás.

¿En qué lugar de tu casa te gusta escribir? ¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo?

Escribo en una mesa que es mi escritorio, en la computadora. Ahora vivo en un cuartitocasa que tiene mi cama y esa mesa y nada más. En el departamento del que me acabo de ir esto mismo estaba en mi cuarto. Cama y mesa. De a ratos escribo tirada en la cama, en un cuaderno. Tengo que tener cerca un par de diccionarios y algunos libros, lápices, sacapuntas, broches y clips y, aunque ahora no lo traje, un corcho con fotos y mensajes.

¿Cómo surgió la idea de “La arquitectura del océano” y en qué te basaste para escribirlo?

La arquitectura del océano es un libro de cuentos. Cada cuento salió de manera individual y cada uno tuvo su origen en diferentes cosas. Generalmente empiezo con una imagen o una frase que me llamó la atención y sigo lo que William Stafford llama “El hilo de oro”: voy yendo, el relato se despliega, se abren cajoncitos de la mente que guardan recuerdos o imágenes almacenadas que están vinculadas de maneras extrañas a eso que estoy contando y que veces ni sé bien qué es. El relato manda, pide, dirige y los cajoncitos se abren. En algún momento descubro qué estoy haciendo. A veces sé muy bien lo que quiero, pero igual el relato me lleva y aparecen cosas inesperadas. Cuando termino de escribir, corrijo. Y corrijo. Y corrijo.

¿Qué estás leyendo por estos días?

Por estos días acabo de terminar Alrededor de la jaula de Haroldo Conti que me enamoró con su sutileza y su mirada poética sobre todas las cosas. Ahora termino un libro de ensayos de Natalia Ginsburg y empecé Más allá del tiempo de David Grossman aunque es tan triste que da miedo.

¿Cuáles son tus autores preferidos?

John Berger y W.G.Sebald son dos escritores que hubiera querido conocer personalmente. Ahora lo sumo a Conti. Tengo escritores que me encantan pero que no hubiera querido conocer especialmente, pero esos tres me enamoraron. Me gusta muchísimo Natalia Ginsburg. Los cuentistas americanos: Flannery O’ Connor, Carver, Cheever, James Salter. La poeta Sharon Olds a la que traduje junto con Nacho Di Tullio durante dos años, Kavafys, Rumi. Ahora acabo de traducir a Lydia Davis que me gustó muchísimo, me hizo reír y me abrió puertas de lo que se puede hacer. Hay un relato de ella que se llama “Las vacas” en el que durante páginas y páginas ella mira las vacas del vecino. Es maravilloso. Nunca más vas a mirar a las vacas de la misma manera después de leerlo. Y de eso se trata ¿no? De mirar el mundo con ojos nuevos. Me es imposible hacer una lista de autores preferidos. Los escritores del boom latinoamericano marcaron mi juventud. Los americanos vinieron después. Hay muchos, como Salter, Davis y Sebald que son de los últimos años. ¡Askildsen! Me olvidaba de Askildsen: los cuentos de él que publicó Lengua de trapo son imperdibles. Alfred Hayes, publicado por La Bestia Equilátera. ¡Los cuentos de Chejov! No se acaba nunca.

¿Qué autores recomendarías leer?

Los que mencioné arriba y tantos más que ahora no me aparecieron quién sabe por qué. Creo que cada uno tiene que buscar los libros que le hablan especialmente. Cuando encontrás un autor que te gusta tratá de saber a quiénes leía. El de la lectura es otro hilo de oro. Es bueno también tener un librero amigo. Quedan pocos, pero los hay. En la librería Norte y en La Barca y en La boutique del libro en San Isidro tenés libreros que saben escuchar. Probar y equivocarse y darle más de una oportunidad a algún libro que te recomendaron mucho personas afines. Me pasó con Clarice Lispector que no le encontraba la vuelta y una vez me llevé Un solplo de vida a Colonia a una especie de retiro voluntario que hice en la mitad del campo y de repente se me abrió su escritura como un don. Todavía me pasa con ella que hay días en los que no puedo entrarle a su escritura. No veo el sentido de leer algo que no me toque especialmente, dejo muchos libros por la mitad. A veces los retomo, a veces no. No tengo tiempo para leer por compromiso aunque a veces tenga que hacer un esfuerzo ya sea por trabajo o por cariño hacia alguien que me da su libro. Me gusta mucho enamorarme. Recomiendo eso.

¿Qué libro famoso te hubiera gustado escribir?

Nunca pienso en eso. Para escribir ese otro libro tendría que haber sido esa persona y me resulta difícil pensar en ser otra persona. No porque esté tan feliz siendo yo, todo lo contrario, pero me conozco un poco, qué trabajo empezar de vuelta. Me resulta más fácil imaginarme siendo una persona que no escribe: un músico o un acróbata o un campesino como el abuelo de Saramago que en invierno metía los chanchitos en la cama entre él y su mujer para que no se murieran de frío y que abrazó cada árbol de su huerto la noche antes de morir porque supo que se iba con la certeza de las personas profundamente conectadas con la vida.

¡Muchas gracias Inés por tu tiempo y generosidad!


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