Fotografía: www.mdzol.com
¿Cómo fueron tus inicios como escritor? ¿A qué edad?
Empecé a los quince años, más o menos. Como a la gran mayoría de los que nos dedicamos a escribir, me pegó mucho la lectura. Soy único hijo y siempre sentí el mundo como un lugar hostil. Leer era una manera de salir de casa sin salir de casa. Me parece que cuando se genera esa relación de emocionalidad intensa con los textos, muy pronto querés profundizar el vínculo; es decir, empezar a tramarlos vos. Lo primero que escribí fueron poemas. Los guardaba en una carpeta. En el verano, a la madrugada, nos tirábamos en el pasto de plaza Irlanda con unos amigos y leíamos en voz alta nuestros escritos. Era una cosa medio panteísta. Nos sentíamos Walt Whitman.
¿Te inspiró alguien en particular, alguna persona cercana a tu entorno, algún escritor?
Prefiero hablar de motivación antes que de inspiración. Creo que en la decisión de escribir –que, en mi caso, tomé sin darme cuenta de que la había tomado- tuvieron que ver dos personas. Por una parte, mi viejo que tenía una rara fascinación por los escritores y que era un excelente lector de una biblioteca minúscula –tenía tres libros: Arlt, Mariano José de Larra y Joaquín B. González-; por otra, un preceptor que tuve en la secundaria que estudiaba Letras y soñaba con ser escritor. En otro orden, la cultura del rock a través de las revistas subterráneas y de las puntas que mandaba Spinetta en sus discos y en los reportajes.
¿Existe algún momento especial del día en que te surgen las ideas?
El mejor momento del día para escribir es la mañana. Soy diurno. Trato de levantarme lo más temprano posible y aprovechar hasta el mediodía. La mañana es genial. La asocio con la frescura, con el inicio. No sé. Si tengo que escribir de tarde lo hago, pero me siento más lúcido por la mañana.
¿En qué lugar de tu casa te gusta escribir?
Escribo en la cocina. Tengo una mesa cómoda, hay buena luz y algo de intimidad. En realidad, quisiera tener un escritorio al lado de una ventana, pero no existe por ahora esa posibilidad y me adapto bastante bien mi lugar.
¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo?
Una tabla sostenida por dos caballetes. Frente a mí tengo una placa de corcho con papeles pegados y un almanaque. Sobre la mesa hay una laptop, una pilita de libros, un termo y el mate. Detrás está la cocina propiamente dicha, que procuro mantener limpia y ordenada. Como es un lugar que también se usa para comer, mi “equipo” de escritura tiene que ser fácil de trasladar.
¿Cómo surgió la idea de “Hospital Posadas” y en qué te basaste para escribirlo?
Me basé en una historia personal. Algo que viví en los años 80 con un tipo muy violento que frecuentaba por aquella época. También pesó la figura del Hospital Posadas como protagonista asordinado –es un clima omnipresente- del relato. El Posadas es un lugar increíble, un ministerio de la carencia, un espacio extremo en donde todo puede ser posible, sobre todo lo más cruento. Pero cuando empecé a escribir la novela, me atravesó un tópico del que me cuesta zafar y que tiene que ver con el narrador como voyeur.
¿Querés contarnos que estás leyendo por estos días?
Estoy enganchado con tres novelas hermosas que me tienen encandilado: Rio de las congojas de Libertad Demitrópulos, Redacciones Cautivas de Horacio González y Banzai de Carlos Bernatek. Hace poco disfruté mucho la última novela de Iosi Havilio que se llama Pequeña Flor.
¿Cuáles son tus autores preferidos?
Mi respuesta cambia día a día. Son muchos. Nombro cuatro al azar: John Berger, Simenon, Saer y Di Benedetto.
¿Qué autores recomendarías leer?
Cormac Mccarthy, Samuel beckett, Dino Buzzati
¿Existe algún libro famoso que te hubiera gustado escribir?
Muchos. El primero que me viene a la cabeza es El desierto de los tártaros de Buzzatti.
Fotografía original de la portada de la nota: Blog Eterna Cadencia
¡Muchas gracias Jorge por tus respuestas!