Fotografía original de Revista La Balandra
¿Cómo empezaste tu carrera como escritora y cuándo?
Nunca pensé la escritura como una carrera. Por el contrario, entiendo la escritura como un no lugar, un no arribo. La escritura se me impuso, nunca la busqué de manera consciente. Empezó a “habitarme” diría a mis seis o siete años, cuando aprendí a leer y pasaba horas encerrada en mi habitación en vez de “salir” o “hacer deportes” como reclamaba mi madre con cierta desesperación. Recuerdo que en segundo grado la maestra me llamó al orden porque había escrito una composición sobre la vida de San Martín de tres páginas, cuando sólo debía escribir unos pocos renglones. Todavía la conservo: la composición es una especie de cuento histórico, una ficción sobre datos de la vida real de San Martín.
¿Te inspiró alguien en particular?
No vengo de familia intelectual ni nada interesante para contar en ese sentido. Sin dudas, la lectura fue y sigue siendo mi mayor fuente de inspiración. A los veinte, cuando decidí formalizar mi aprendizaje en talleres literarios – sobre todo los diez años de estudio con Guillermo Saccomanno – lo que me inspiró fue la lectura de grandes autores. Leer por primera vez autores como Sherwood Anderson, Katherine Anne Porter o Isak Dinesen, me hizo experimentar algo semejante al asombro de la niñez frente al descubrimiento del mundo. Leer renueva y mantiene activo mi deseo de escribir. Por otra parte siempre fui tímida y observadora de pequeña, y creo que busqué un modo no explícito de comunicar las cosas imperfectas de la vida. Sin duda, aquellas que me afectaban.
¿A qué hora del día te surgen más ideas?
Las ideas me surgen cuando no las salgo a buscar de modo voluntario. Por el contrario, emergen como una especie de ensueño diurno cuando suspendo el pensamiento. (Cosa difícil para mí porque soy muy obsesiva). Freud enseña a los analistas a trabajar en lo que llama “atención flotante”, esto es, no escuchar al yo del paciente y su palabrerío con el que se evita ir a lo importante. Una disposición donde sin prestar atención, se escucha. Eso mismo puede aplicarse a ese estado de gracia que puede alcanzar un escritor ante la hoja en blanco. Quizás la que lo dijo mejor fue Flannery O’Connor cuando aconseja escribir un poco todos los días “sin esperanza y sin desesperación”.
¿En qué lugar de tu casa te gusta escribir? ¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo?
Mi lugar es el anti “cuarto propio” de Woolf. Escribo en el comedor diario de mi casa, un lugar de paso. Y es literal: el comedor tiene doble circulación. Pero ya me acostumbré y tengo cierto entrenamiento para escribir en lugares ruidosos, incluso en bares. Tengo mi consultorio donde podría escribir más tranquila pero no logro apropiarme de ese espacio, quizás porque es donde trabajo, y cuando termino, quiero volver a casa. Por supuesto que el silencio, y no tener demandas de ningún tipo siguen siendo hoy como siempre, la mejor situación para un escritor. Así que valoro los pocos momentos de soledad y con tiempo libre por delante frente a la computadora. Con la biblioteca cerca y el mate.
¿Cómo surgió la idea de “Cosa de nadie” y en qué te basaste para escribirlo?
El nudo del argumento surgió de un hecho real, pero como siempre sucede, la mayoría es invención. Mi hermano es arquitecto así que conozco bastante de cerca el oficio y eso ayudó. Y por esos días leía “El común olvido”, de Silvia Molloy donde hay un personaje que es una mujer que sufre demencia, no recuerda nada de su pasado y entonces, uní una cosa con otra. Me entusiasmé tanto con la historia que llegó a ser una nouvelle de 120 páginas. Pero no pude con ese formato y volví al cuento. Creo que eso fue providencial porque el recorte a lo Hemingway con “El viejo y el mar”, potenció la historia, porque hay mucho que no quedó en el texto, pero yo sé más de lo que se cuenta y los personajes los conozco como la palma de mi mano. A la hora del armado del libro fue uno de los cuentos que más peso tuvo y le dio título al libro.
¿Qué estás leyendo por estos días?
Leo mucho al mismo tiempo, por placer y por trabajo. Por estos días termino “Anna Karénina”, de Tolstoi, generalmente aprovecho los veranos para leer algún clásico pendiente. Terminé “La hija del optimista”, de Eudora Welty que me impactó, creo que van a sumarse a esos escritores que hacen mella. Además estoy releyendo los cuentos completos de Scott Fitzgerald y William Faulkner porque lo di a mis alumnos de taller como lectura de verano y quiero estar a tono cuando ellos los comenten. Y hace unos días retomé la obra de Oliver Sacks a raíz de su carta tan emotiva en el The New York Times donde anticipa su muerte. Sus historias a medio camino entre la reseña clínica y el cuento lo convierten en un autor original. No había leído “Un antropólogo en marte” el libro que contiene la historia a la vez fascinante de Temple Grandín. La autista de alto rendimiento que diseña los mataderos para que las vacas sean sacrificadas sin sufrir estrés.
¿Cuáles son tus autores preferidos?
Sin dudar, Anton Chejov y Raymond Carver. Actuales, Lorrie Moore. Alice Munro, la leo desde hace años, cuando nadie la conocía. Me enteré que le decían la Chejov canadiense y eso me bastó para salir a rastrearla. Era inhallable. Encontré “Escapada” en Librería Norte, (una de las mejores librerías de Buenos Aires y donde tienen libros difíciles). “Escapada”, resultó ser para mí su mejor libro de cuentos y paradójicamente, ya no se consigue en español. Para cuando ganó el Nobel ya tenía leída toda su obra editada en español. Y de aquí cerca, admiro a Mario Levrero. Sobre todo sus escritos más autorreferenciales como “La novela luminosa”, “El discurso vacío” y “Diario de un canalla”.
¿Qué autores recomendarías leer?
Recomendaría leer autores de los que casi no se habla y que merecen la pena ser leídos como el cuentista noruego Kjell Askildsen. David Vann, sus novelas “Caribou Island” y “Sukkwan Island”, son de lo mejor que leí en los últimos tiempos. El israelí Yoram Kaniuk, de él “1948”. Jamaica Kincaid una autora nacida en la isla de Antigua. Otra isleña, nacida en Dominica, Jean Rhys. William Goyen, de esos autores con obra corta pero contundente.
¿Qué libro famoso te hubiera gustado escribir?
“Nueve cuentos” de J. D. Salinger. Una obra magistral. Un libro que empieza y termina en sí mismo. Con la precisión de relojería, donde no hay siquiera un silencio, un suspiro de más. Admiro ese filo en que Salinger construye sus personajes: algo enajenados, pero cotidianos. Cada historia deja al lector en un estado de estupefacción. Cada cuento es único, sin más conexión entre sí que la perfección.
¡Muchas gracias Laura Galarza!