Pablo Laborde nació en Buenos Aires, donde vive y trabaja como actor. Durante casi dos décadas se dedicó a la fotografía como actividad paralela. Sin embargo, desde chico, fue la escritura su pasatiempo y su refugio.
Es por eso que en 2010 se perfecciona involucrándose, y realizando estudios y prácticas de narrativa y de guión cinematográfico.
En 2015 recibe la primera mención en el Concurso de Guiones para Series Web de la Fundación Sagai por su obra El tipo que elonga. Ese mismo año, APAIB, en su Concurso Literario de Cuentos patrocinado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, le otorga un premio por su narración Los mellizos atroces. Ambos relatos forman parte de esta primera edición.
En la actualidad, mantiene inéditos guiones cinematográficos de dos largometrajes y dos cortometrajes. Además, trabaja simultáneamente en una novela y en la compilación de relatos que constituirán su próxima obra.
¿Cómo fueron tus inicios como escritor?
Empecé en la adolescencia, cuando nacían las perturbaciones y miedos que me acompañan hasta el día de hoy. Ahora mismo, no hago más que beber de aquella fuente inagotable. Por supuesto que van surgiendo nuevos temas, pero muchos tienen su génesis en aquellos tiempos. Mis inicios fueron más bien dramáticos: escribía para desahogarme, buscaba en la escritura un refugio.
¿Te inspiró alguna persona o alguna situación en particular?
Todo en mi casa familiar inspiraba a la lectura. Por consecuencia indirecta, a la escritura. Había una gran biblioteca, muy ecléctica, de la cual me serví libremente durante toda mi infancia y juventud. Por otro lado, todos en mi familia son lectores y escritores, por lo que escribir aparecía como algo natural también para mí. Las primeras frustraciones amorosas fueron ―sin duda― también las primeras inspiraciones.
¿A qué hora del día te surgen más ideas para ponerte a escribir? ¿Existe un horario propicio para ello o cualquier momento es ideal?
Soy un tipo bastante esquemático, pero no tengo horarios estrictos. Sí necesito de un determinado orden mental y físico para escribir. Necesito estar bien dormido, bien alimentado, sin grandes angustias económicas ni afectivas. El horario en sí mismo, no me importa tanto. Tampoco la cantidad de horas. A veces escribo diez horas seguidas, y hasta me olvido de comer. Otras veces, desarrollo una idea en una hora, y considero que por ese día saqué todo lo que podía sacar. También me he llegado a levantar a las cuatro de la mañana con una idea picoteándome la cabeza. En esos casos, suelo consolarme con la promesa de una siesta. Pero como odio dormir siesta, y seguramente acabé excitado con esa idea que me desveló, lo más probable es que después de almorzar siga trabajando.
La mayoría de los días, escribo entre las dos de la tarde y las ocho de la noche. Y hay días en que ni siquiera me siento frente a la máquina. Estableciendo un promedio, diría que escribo unas cuatro o cinco horas diarias.
¿En qué lugar de tu casa te gusta escribir?
Necesito que el lugar esté ordenado y limpio. Y, sobre todo, necesito silencio. Una de las cosas que más detesto de Buenos Aires es el ruido. Y no me refiero al rumor del tráfico. Me refiero a ese ruido que puede llegar a ser insoportable por su persistencia y volumen: veintenas de camionetas con megáfono que compran calefones; perros que ladran por horas en el balcón de un vecino; alarmas de auto que no disuaden ladrones pero que sí arruinan la paciencia; fiestas a la madrugada en el Salón de Usos Múltiples del edificio de al lado; fuegos artificiales; etc. Pareciera que el argentino en general, y el porteño en particular, gusta de ser ruidoso. Además, suelo darme manija con los responsables de ese ruido, y eso me desconcentra aún más. Como dice el personaje del cuento Locura lo cura: “Una moderada cuota de silencio ―o, más precisamente, de no-ruido― es lo que necesito para vivir en paz.”.
¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo?
Es un estudio, no muy grande y más bien despojado, con una linda ventana por la que se ve el cielo. Tengo un escritorio, una pequeña biblioteca, la computadora, un par de lámparas. Procuro que la iluminación sea cálida. La música siempre acompaña.
¿Cómo surgió la idea de “Bilis” y en qué te basaste para escribirlo?
La realidad es que no surgió una idea primaria de Bilis. Me encontré en determinado momento con una buena cantidad de relatos sin saber muy bien qué iba a hacer con ellos. El asunto de los concursos es complicado para mí: suelo escribir largo, y la inmensa mayoría de los concursos recibe cuentos de hasta cinco o diez páginas. Mis cuentos más cortos miden por lo menos el doble. Entonces me di cuenta de que la única manera de que no quedaran todos esos relatos arrinconados en el olvido, era unirlos para darles fuerza. Formar una antología. Cada uno de esos cuentos por separado no iba a poder luchar contra el anonimato, pero pensé que unidos podían llegar a adquirir cierta contundencia. Y así fue. Seleccioné diez de los relatos que me parecía que tenían un denominador común, o al menos, que no eran opuestos entre sí, y generé esa antología. El nombre de ese común denominador, fue Bilis.
Y esa idea de Bilis surgió desde el concepto de impotencia. Me puse a pensar en qué le pasa a aquel tipo que ya no soporta más, pero que al mismo tiempo aún no está preparado para morir. Pensé en el sufrimiento del que vomita todo el veneno pero, así y todo, sigue envenenado. Y que en ese afán de seguir viviendo, en ese afán de regalarse al menos una venganza, se fuerza a seguir vomitando. De ese cuerpo sólo puede salir bilis. Y de ahí salió Bilis.
Cierto cinismo o humor ácido anestesia ahí donde lo trágico se presenta como inevitable. Me gusta jugar con eso.
¿Qué estás leyendo por estos días?
La semana pasada terminé Plataforma de Michel Houellebecq, ahora estoy por terminar Imposturas, de John Banville. También descubrí hace poco a Ranpo Edogawa y a Mark Haddon. Cuando tengo espacios de tiempo cortos, releo cuentos de Bukowski, y me gustan todavía más que cuando yo tenía quince años.
Y más de estas latitudes, leí últimamente a Selva Almada y a Sergio bizzio.
Pero no me paso el día leyendo, leo cuando tengo ganas, nunca me obligo a hacerlo.
¿Cuáles son tus autores preferidos?
Me gustan muchos. Por nombrar solo algunos, David Lodge, Paul Auster, Herman Koch, Nick Hornby, Hermann Hesse, John Fante, Ian MacEwan, Hanif Kureishi.
¿Qué autores recomendarías leer?
No sé, eso es muy personal. Me tienta caer en el lugar común de recomendar los clásicos. Pero si bien algunos clásicos se mantienen vigentes, creo que la gran mayoría puede generar un efecto negativo en quien se acerca a la lectura. Creo que todo depende del tipo de lector. Al que le cuesta concentrarse, o tiene poco tiempo, le recomendaría a Murakami o a Stieg Larsson. Al que puede hacerse un espacio para la lectura más profunda, cualquiera de los autores que nombro más arriba son buenas opciones.
¿Existe algún libro famoso que te hubiera gustado escribir?
Sí. Me hubiera gustado escribir La conjura de los necios. ¿A quién no?
Sé que no soy original, pero es la verdad. Tanto es así, que hace unos años me entusiasmé escribiendo una novela. Se me hacía agua la boca imaginando que esa novela caería en las manos apropiadas y sería considerada una genialidad. Fue duro darme cuenta, una vez que terminé de escribirla, que esa “genialidad” no era otra cosa que una copia barata y mal escrita de la novela de Kennedy Toole. No logro entender cómo no me di cuenta de eso en el año entero que me llevó escribirla.
Después de pasarle raspando al plagio, después de ese brutal aprendizaje, comencé ―de a poco― a escribir sobre mis verdaderos temas.
Muchas gracias Pablo por tus respuestas y la buena onda!