Yo imaginé para ti una vida. Una vida que, más o menos, sería como todas las vidas. Yo imaginé para ti una vida con sus luces y sus sombras. Una vida llena de vivencias cuyo final sería una vejez plena y aceptada, que se despide en paz con la convicción de que ha estado bien; de que el viaje ha valido la pena. Yo imaginé para ti una vida, pero entonces, cuando aún te quedaban muchas cosas por hacer, ocurrió aquella desgracia que te produjo secuelas irreversibles y te sumió en una existencia inimaginable sin posibilidad de retorno. Créeme que, aunque ya no puedas creer en nada, hice todo lo posible para salvarte. Pero ellos me lo impidieron y se creyeron mejores que yo por dejarte muerto en vida.
Y ahí estás sin estar, sumido en la negrura, con tu soledad de plomo, tu mudo calvario, y con millones de segundos interminables.