Hoy es 11 de Marzo. Hace ya nueve años que vivo en Tenerife. Pero ese 11 de Marzo - el del 2004 - estaba trabajando en la Urgencia del Hospital de La Princesa. Una llamada del SAMUR a primera hora: "Vamos con las víctimas de un atentado" no nos alarmó. No era la primera vez que había un atentado en Madrid. Pero nada nos preparó para la avalancha de heridos que llegaron: gente joven, en su mayoría, trabajadores que iban al trabajo como un jueves cualquiera. Y que, en vez de eso, llegaron a nuestras manos. Quemados. Sordos. Amputados. Eso, los que llegaron.
- Estoy vivo porque otros, con sus cuerpos, me taparon - recuerdo que decía un señor sin poderlo creer.
Trabajamos como nunca. Todos. Juntos. Urgenciólogos, intensivistas, internistas, cirujanos y anestesiólogos. Olvidadas las rencillas y los rencores. Codo a codo. Sin parar. Los médicos de Familia trabajaron sin descanso en los centros de salud atendiendo las Urgencias menores. Y mis residentes de entonces fueron a los trenes, a levantar cadáveres, a buscar supervivientes. Algunos, a buscar a su familia.
Llegué a mi casa de noche. Mi santo se había pasado el día en el quirófano del Gregorio Marañón operando. Nos miramos sobre la cabeza de Susanita, que era apenas un bebé. Y entonces - después de un día sin derramar una lágrima - estallé. Lloré como nunca he llorado. Aún lloro al recordarlo.
Lo recordé el otro día en esta entrevista de Diario Médico.