11 de marzo... otro más. Han sido ya unos cuantos desde que el terrorismo más sanguinario perpetuó tal fecha dentro de la relación de los días para el recuerdo.
Seguramente, somos muchos los que en este día pensamos que podíamos haber sido una de las víctimas de aquellos trenes que explotaron. Sabemos que nos podría haber tocado ser uno más. O uno menos.
En mi caso, empecé marzo de 2004 engrosando la lista de los desempleados de este país. Con anterioridad había hecho varias entrevistas dentro de un proceso de selección para cubrir un puesto en un centro de trabajo ubicado en la Plaza de Legazpi de Madrid. Cierto es que, aunque me acabaron dando ese puesto, nunca llegué a firmar aquel contrato. La tarde previa a la ambicionada rúbrica e incorporación resultante alguien me llamó para excusarse. Entre titubeos y explicaciones vagas, me dio a entender algo sobre una decisión que modificaba la ya tomada por la dirección de aquel departamento y que situaba a otra persona en el lugar que iba a ocupar yo. "Lo siento, pero alguien por encima de mí ha querido que halla otro..." En definitiva, me quedé con las ganas.
De haber comenzado a trabajar, habría acudido a la oficina en tren, en la hora punta de la mañana y en la misma línea que sufrió tan espantosos ataques unos días después. Siempre que llega otro 11 de marzo pienso que a veces las cosas, los rumbos, los acasos, se tuercen para bien. Esa, al menos, fue mi suerte, aunque nunca se sabe lo que habría pasado aquella mañana si otro montón de circunstancias se hubieran conjugado para cambiar el destino de los que murieron en esos trenes.