Revista Sociedad
Este martes, 11 de Marzo de 2014, se han cumplido diez años desde la trágica jornada de los sangrientos atentados en varios trenes de cercanías del área de Madrid. Unos atentados que provocaron 192 fallecidos, y unos 1.500 heridos de diversa consideración. Unos atentados que provocaron heridas en la sociedad que todavía no se han cerrado diez años después.
Es evidente que nuestro primer recuerdo y toda la solidaridad debe dirigirse hacia las víctimas, todas ellas inocentes que vieron truncada su vida, o marcada para siempre por heridas físicas y psicológicas que, incluso, hoy, diez años después, no les dejan dormir sin pesadillas.
Todos los medios de comunicación le han dedicado espacios especiales al recuerdo de los luctuosos hechos de ese jueves 11 de Marzo de 2004. En la Catedral de La Almudena se ha celebrado un Funeral de Estado (retransmitido en directo por varias cadenas de televisión). Por cierto, el Estado creía que era laico. Y las radios han abierto sus micrófonos a los oyentes, para que rememoraran lo que perdieron, lo que sufrieron, lo que vieron y lo que vivieron en ese trágico día.
Escuchando este espacio en Onda Cero (por la mañana, en el programa Herrera en la Onda), me ha sorprendido que la mayoría de los que han llamado han manifestado su inquietud por conocer a los verdaderos autores de aquel atentado. Esa es la herida social, desgraciadamente la más difícil de curar.
Da la sensación de que genera mucha inquietud y desaliento haber perdido a un ser querido a manos de unos cuantos mindundis mataos y fanáticos, que hicieron explotar unas bombas caseras en varios trenes de Cercanías de Madrid. Y que preferirían saber que ese atentado fue el resultado de una conspiración cósmica de los poderes oscuros. Quizá eso daría más glamour a la pena y al dolor, aunque no los mitigaría de ningún modo.
La realidad es que el 11-M ha sido utilizado e instrumentalizado por todos, con indignos fines electorales o políticos. Por otra parte, esa es la peor tradición fratricida de este país, que parece absolutamente incapaz de conseguir que las Dos Españas de Machado sean ya sólo cosas del pasado.
Me da envidia ver las conmemoraciones del 11-S en Nueva York. Tres mil víctimas inocentes de unos desalmados fanáticos que atacaron a la sociedad norteamericana. Desde su punto de vista, que "nos" atacaron. La sociedad en su conjunto, y sus enemigos.
Ha habido un juicio completo del 11-M, con su correspondiente sentencia. Y la verdad judicial, es decir, la verdad de todo aquello que pudo ser probado, es que la autoría de los atentados corresponde a unos cuantos fanáticos islamistas, bajo la inspìración o las órdenes de Al Qaeda. Fin de la historia.
Sin embargo, parece persistir en la sociedad la inquietud por conocer a los (presuntos) inductores o autores intelectuales de los atentados del 11-M. Como si necesitáramos ponerle alguna cara conocida a la culpabilidad por tantas víctimas inocentes. De esto son culpables (y también rehenes), los políticos y los medios de comunicación. Todos ellos han insistido, con intereses y objetivos contrapuestos, en utilizar los atentados y las víctimas para apoyar o soportar sus propios intereses.
Es cierto que los atentados se produjeron sólo tres días antes de la convocatoria electoral del 14-M, que dio el punto final a la segunda legislatura de Aznar, y el gobierno pasó a manos del PSOE, encarnado en José Luis Rodríguez Zapatero. Es cierto que los atentados influyeron en el resultado de estas elecciones. No recuerdo haber sufrido tantas aglomeraciones y colas en el colegio electoral como ese domingo. Los atentados movilizaron a varios millones de tradicionales abstencionistas, que depositaron un voto que básicamente resultó ser de castigo al PP. Intuyo que por la cuestión de la guerra de Iraq, que siempre tuvo una fuerte oposición popular, y también por la gestión, bastante torticera, de las primeras horas y días tras el atentado.
El PP se dio cuenta desde el principio de que un atentado islamista les iba a perjudicar en sus ambiciones electorales de situar a Mariano Rajoy en la Presidencia del Gobierno. Es por ello que, más allá de las primeras pruebas que ya hacían intuir esa autoría, insistieron casi hasta el esperpento en una hipotética autoría de ETA; incluso hoy hay voceros que siguen sosteniendo esa teoría, algunos, por cierto, con mando en plaza. Y el PSOE vio una oportunidad de capitalizar los atentados en su propio beneficio, y cometió la tropelía de violentar la jornada de reflexión, ese sábado víspera de la jornada electoral, con ataques a las sedes del PP, entre otros desmanes.
Aun hoy, algunos políticos del PP, y los medios de comunicación más afines, insisten en sugerir una conspiración tras los atentados. Aunque no se diga nunca explícitamente, claro, sería una conspiración del PSOE para desbancar al PP del poder. Una hipótesis que resulta abominable sólo de pensarla y que nunca ha tenido ninguna base policial ni jurídica.
Respetando al máximo el dolor de las víctimas, esa es la peor herida que le ha quedado a esta sociedad. Una nueva fractura que separa irremediablemente a los que nos creemos la verdad judicial, y a los que siguen insistiendo en otras oscuras conspiraciones nunca explicadas, los conspiranoicos.
Y es que la sociedad española necesita una catarsis profunda. Han pasado ya casi cuarenta años desde los inicios de la Transición y de la elaboración de una Constitución que daba la espalda, muy respetuosamente, eso sí, al régimen anterior. Creo que ya ha llegado el momento de madurez social como para embarcar al país en una profunda renovación que deje definitivamente atrás al pasado histórico (y sangriento) que le ha tocado vivir a este país.
Otros países de nuestro entorno (Francia, Alemania, Gran Bretaña,...) no han vivido conflictos civiles globales en los últimos dos siglos. No creo que ningún francés contemporáneo se considere a sí mismo como perdedor en la Revolución Francesa.
Pero España, para nuestra desgracia, vivió una muy sangrienta Guerra Civil hace apenas 75 años. Una guerra que tuvo su inicio en un alzamiento militar, apoyado inequívocamente por las derechas más conservadoras del país. Una Guerra a la que siguió una posguerra donde los españoles se dividían entre vencedores y vencidos, una división que aún hoy parece bastante visible a menudo.
Porque la II República, que fue vencida en la Guerra Civil, equivocadamente se identifica con la izquierda. Mientras que la derecha estaría tras el Alzamiento y pasó a ser la facción dominante en el país durante muchas décadas.
Esta dicotomía provoca efectos muy nefastos en la sociedad española. Hemos llegado a un estado tan kafkiano que ser patriota (ser un amante de este país, de España) sigue siendo de derechas. Y esto no se va a resolver con parches, porque las heridas son demasiado profundas.
Creo que ya ha llegado el momento de iniciar un nuevo proceso constituyente, para proclamar una Constitución que sea definitivamente de todos. Habrá que revisar si el pueblo acepta una Monarquía, o prefiere que nuestro régimen sea republicano. Habrá que inventar una bandera nueva que no haya sido nunca de nadie antes, para que todos la podamos sentir como propia. Y un Himno Nacional con una letra que todos podamos entonar con orgullo y sin vergüenza ni recato.
Si no cogemos el toro por los cuernos, nos acabará corneando. No podemos seguir viviendo con estas pequeñas rencillas diarias que nos arruinan la convivencia. Y que, por cierto, alientan los nacionalismos segregacionistas. Es absurdo, por ejemplo, que existan tres asociaciones diferentes de Víctimas del Terrorismo, porque hasta los muertos todavía son nuestros o suyos.
Necesitamos que la sociedad española tenga una nueva ilusión, y que todos nos sintamos identificados con nuestro país, y trabajemos por su progreso y bienestar.
Es, sin duda, una tarea ingente. Pero una tarea necesaria, sin duda, o nos acabaremos consumiendo en esas pequeñas piras que se incendian todos los días. Una tarea, por cierto, que requiere de políticos de altas miras, de largo plazo, que piensen de verdad en España y en los españoles.
Ni contables ni menestrales nos servirán para esa labor.
JMBA