Hoy toca Premio Nobel de la Paz. Quizá no os resulte muy familiar pero Albert Schweitzer fue algo más que eso: filósofo, músico, teólogo, constructor de órganos, escritor,… el señor de vuestra izquierda era todo un cerebrito antes de los 30 y alguien reconocido y popular en la Alemania de principios del siglo pasado, pero ¿qué te impulsa a dejarlo todo para irte a Lambarené, Gabón, con tu mujer, fundar un hospital y ejercer como medico?
A pesar de sus constantes viajes a Europa, ya nunca dejaría África siendo el sentimiento humanitario el motor de su vida. Nuestro amigo Albert decía que la civilización occidental estaba en decadencia por el progresivo abandono de sus raíces éticas.
Su punto de partida era la siguiente frase: “soy un ser vivo y deseo vivir con seres vivos que desean vivir”. Parece una perogrullada pero si la leéis con calma no siempre se da, ya que multitud de veces caemos en el derrotismo, el pesimismo o nos rodeamos de personas que parecen estar de vuelta de todo. Schweitzer tenía “reverencia por la vida” y el hecho de ser solidario con otro ser vivo según él, aumentaba esa necesidad y ganas de vivir. Y si algo hay en África son esas ganas de vivir y salir adelante.
En los años que estuvo en Gabón llegó a tratar a miles de leprosos y de víctimas de la enfermedad del sueño (una enfermedad exclusiva de África entre los paralelos de 15º latitud norte y 20º latitud sur). Durante toda su vida fue consecuente con su pensamiento dándose a los demás. Quizá no fundó una gran organización médica o creo una red de salud por todo el país o descubrió una vacuna milagrosa pero seguro que los que lo tuvieron cerca disfrutaron de la vida del primer gran humanitario de la historia. Su sobrino fue el filosofo Jean Paul Sartre...
En Africa todo sucede debajo de un árbol. Gran verdad. Aqui me teneis escuchando a Msika Sichinga entre Florence con su gorra roja y Cateligne en los alrededores de Kasungu, Malawi. 2004, en una reunión con un consejo escolar de una de las escuelas donde interveníamos
Solo Livingstone con su cruzada anti esclavista se le puede igualar. Podía haber “vivido de las rentas” de sus libros, de sus estudios de órgano (desarrolló un estilo de interpretación similar, según se cree, al que tenía Bach), de las conferencias que dió a lo largo del mundo, del Nobel que recibió en 1952, de la lucha antinuclear que emprendió en los últimos años de su vida pero decidió volcarse en África en general y en el ser humano en particular. Con los 33.000 dolares del premio fundó otra leprosería. Murió en 1965 a los 90 años. Una vida larga para un proyecto eterno. Si vais a Lambarené podréis visitar su tumba. Una gran frase de este personaje: “Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma”. Bien por Albert