Revista Cine
"12 angry men" (1957) fue el debut en la pantalla grande del director Sidney Lumet, en base a la obra teatral de Reginald Rose. En pocas palabras, narra las deliberaciones de un jurado para decidir la culpabilidad o inocencia de un joven acusado de homicidio, en un caso que inicialmente parece muy evidente pero que va revelándose como mucho más complejo, a raíz de la duda surgida en uno de ellos (el "número 8"), duda razonable que terminará transmitiendo a los demás paulatinamente, venciendo la presión de una mayoría que se va diluyendo en sus argumentos y evidenciando en su carencia de objetividad, hasta cambiar por completo el veredicto planteado al principio.
Vista de manera superficial, no pasará de ser una interesante película acerca de un juicio, quizás con la peculiaridad de estar enfocada en la discusión entre los miembros del jurado (donde se desarrolla prácticamente toda la trama) antes que en el debate entre la defensa y la parte acusadora -que suele caracterizar a este género-, o en el hecho de transcurrir casi completamente en tiempo real. Un análisis más detenido, sin embargo, nos permitirá descubrir en esta obra una alusión a temas tales como la (pretendida) objetividad de nuestras decisiones, y la importancia de la duda.
La aparente unanimidad de la condena contra el acusado se vio frenada por la inicialmente solitaria disención del "número 8" (Henry Fonda), al cual no parecía convencer del todo la aparente solidez de los argumentos de la parte demandante. El replanteamiento de lo que se daba por ya juzgado, permitió no obstante, descubrir no solamente las debilidades de las pruebas y testimonios presentados durante el juicio, si no también las subjetividades, prejuicios y egoísmos escondidos tras el discurso de los más entusiastas oradores del grupo, echando por tierra la pretendida objetividad que debería guiar a quienes tienen en sus manos la vida de una persona.
Vemos así dos tipos de factores influyendo sobre la decisión de los personajes. Por un lado están aquellos externos, que afectan a todos por igual. Aquí tenemos desde el simple calor (era el día más caluroso del año y la ventiladora no funcionaba) -factor disuasivo para el desarrollo de una discusión prolongada-, hasta la presión del grupo, que pasó de ser necio y despectivo cargamontón contra el único disidente, a constituirse finalmente en silenciosa pero severa conminación contra el último defensor de la culpabilidad del acusado, el "número 3"(Lee J. Cobb). Por otro lado, los factores internos de cada individuo juegan un rol no menos importante. Resaltan en este punto el prejuicio racial del "número 10" (Ed Begley), el cínico desinterés del "número 7" (Robert Webber) -preocupado únicamente por el juego de baseball que lo esperaba-, la fría y distante seriedad del "número 4" (E.G. Marshall), y la decepcionada paternidad del "número 3", incapaz de desligar emocionalmente el caso judicial de su propia vida. La idea de un jurado imparcial y objetivo que reflexiona para llegar a un justo veredicto, queda pues desvirtuada, encontrando su salvación únicamente a través de personas como el "número 8", y luego el "número 9" (Joseph Sweeney) -los únicos cuyos nombres son conocidos al final-, que logran anteponer sus principios por encima de todo aquello que hace claudicar inicialmente al resto. Situación bastante ideal, pues la razón y la justicia lejos están de ser el motor del accionar mayoritario del ser humano.
Importante es también el papel de la duda en el desarrollo de la trama. No es la inocencia del acusado lo que defiende en principio el "número 8", si no su imposibilidad para llegar a una certeza en lo que a su culpabilidad se refiere; motivo suficiente para abstenerse de condenar a un posible inocente. Poco importa tal posibilidad sin embargo, a individuos como el "número 7", el "número 10" o el "número 3", a quienes moviliza como se dijo antes, factores ajenos al caso. La duda se constituye así en el motor fundamental de la razón, base a su vez de la justicia. No en vano es aquélla objeto de condena por parte de ideologías dogmáticas que basan su dominio social precisamente en la fe ciega de mayorías incapaces de cuestionamientos; la duda generalizada representaría pues, su derrumbe ideológico.
Finalmente, no es de sorprender que una película tan profunda en significados, no haya tenido éxito comercial en su momento. No es la reflexión lo que busca el gran público en el cine, si no sólo el divertimento pasajero, que suele proveer la filmografía pródiga en acción y bullicio, cosas de lo que evidentemente carece "12 hombres con ira".
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