Revista Cultura y Ocio
Doce minutos después de que cayera la horrible tempestad de esporas con forma de copos de nieve, el niño albino dejó de dibujar sobre el pulcro suelo de la avenida Skeppsbron. Gina y Nils Svensson se apartaron del pintor mudo, arredrados, cuando al fin abrió los ojos y sonrió hacia el extraño cielo lechoso. El lago Mälaren quedó a los 12 minutos convertido en una reluciente y pulida plancha plateada donde aterrizaran las esporas. Doce minutos después de que la Tierra quedase atrapada en los tentaculares haces de luz, millones de niños albinos dejaron de dibujar y recorrieron las calles fantasmales de todas las ciudades del mundo. Los pequeños huérfanos suecos se tomaron de las manos y echaron a correr en busca de un refugio seguro cuando, doce minutos después de que el niño dibujante comenzara a orar ininteligibles salmos, se escuchara un sonido atronador. Era el sonido de la devastación que dejan los tornados, los terremotos y las catástrofes naturales. Era el sonido de un nuevo amanecer; el sonido del renacimiento tras la exterminación de la raza humana.
Tantos años encerrados en una tumba subterránea para emerger a la luz de un mundo deshabitado e ignoto (desconocido), meditó desconsolada Gina. Toda la raza humana borrada de la memoria como un simple garabato que se tacha para no volver a repetir jamás su nombre. Doce minutos después de que el niño albino concluyera sus preces (oraciones) y se dispusiera a darles caza, Gina y Nils decidieron que había llegado la hora de esconderse y combatir, buscar a otros supervivientes y sobrevivir un día más.