Un número de 6 cifras. Sin contexto, sin explicación, podría ser cualquier cosa. Por ejemplo, en segundos, serían 34 horas. Casi un día y medio. Podría ser el tiempo empleado en preparar un trabajo, o lo que se ha estado fuera de casa en un fin de semana. En Euros, sería una pasta, una pequeña fortuna, suficiente para comprar un más que buen coche, por ejemplo, o una casa, depende de donde, claro. Si fueran personas, sería la población de Cádiz, gaditano más, gaditano menos. Hay un anuncio de noviembre del 2009 de una empleada de hogar buscando trabajo en Getafe con el número de referencia 124.811.
Pero no es ninguna de esas cosas. Son tuits. Mis tuits, en realidad. Es el número de ellos que llevo desde que me asomé al patio. La cantidad de mensajes que he mandado hasta esta mañana de domingo, 4 de marzo. No me suelo fijar demasiado en los números de mi cuenta, y al ver hoy ese número, 124.811, lo primero que he pensado es en esperar al 125.000 para hacer un tuit especial, una frase de celebración, algo que tuviera menos de 140 c y sirviera para celebrar…. y ahí me he quedado. ¿Celebrar qué? Y la pregunta no viene por falta de motivos, sino por maravilloso exceso. Todos los amigos, todas las sonrisas, todas las ocasiones en las que ha merecido la pena estar ahí. Y ella, la de los ojos que sonríen. La que ahora mismo duerme cuidando de esta mañana de domingo.
Y otra cosa, otro pensamiento me asaltó deslizándose traicioneramente desde el borde de la taza del café dominical. Y es que vivimos demasiado pendientes de los grandes números, de los redondos. Del bicentenario del creador de las chanclas de esparto, del 75 aniversario de la primera parrillada con champiñones, de los 10 años que llevan casados el Guardia Civil y la dependienta del Corte Inglés de Goya que se conocieron en aquella redada en Galapagar. El vestía de reglamentario verde y ella llevaba el mismo color en la cara producto de un acercamiento demasiado rápido al tema del vodka.
Porque no haber celebrado el “Buenos Días” del tuit 36543, aquel dado a ese vecino que siempre suele estar por el patio, o el del 10632, el primero a ese que luego ha compartido birras, sonrisas y paseos por Madrid. Porqué no el RT a aquel post maravilloso que me hizo sonreír esa mañana en el que todas las sonrisas parecían haberse ido con los calcetines impares que nunca encontramos. Por que no un “ven” de Ojazos, o el tuit que tan sólo ella y yo sabemos lo que significa. O el 100012, un “gracias” a un texto escrito de madrugada, que hablaba simplemente de lo simple o lo dificil, de aquí y de allá, de ti y de mi, y que daba sentido a que te llamen “escritor”. O cualquier tuit de esos en medios de reuniones, vodkas, birras, tapas, chipirones o tortillas. Cualquiera de esos valdría para celebrar, para entender, para ser algo especial.
Cada tuit importa, suma, es. Como cada segundo, cada hora. Cada paso. Cada mirada. Nos hacen los pequeños momentos. Nos definen nuestros diarios gestos, los cotidianos besos, las simples caricias, los inevitables grises. Somos más paso de hoja de calendario que gran aniversario. Somos día a día.
Por eso importa el 124.811, o el 124.812, que será un “Buenos días de domingo, vecinos”. Por que eso es hoy, domingo, y ese soy yo, un vecino. De vosotros, de ella, de mi mismo. Y soy feliz de serlo, y estoy feliz de estarlo, y no pienso dejar de hacerlo, y no voy a perderme el beso de Ojazos, recién levantada una mañana, simple, pequeña, de domingo.