Danny Boyle se llevó el gato al agua el año pasado en la gala de los Oscar, con su Slumdog Millionaire, consiguiendo ocho premios de la academia entre los que se encontraban los de película, dirección y guión adaptado. Ahora vuelve con una nueva cinta bajo el brazo, que supone además otra vuelta de tuerca a su variopinta e irregular carrera cinematográfica, con una historia muy sencilla pero muy impactante y conmovedora que aborda temas tan profundos como la supervivencia, los miedos, la lucha interior y la superación personal. Por si alguien todavía tenía alguna duda de que su nueva película entraría en la pugna final de nominadas de este año déjenme añadir que la historia del film está “basada en hechos reales” y que el guión está adaptado de un libro que escribió el propio protagonista de lo sucedido. Touché.
Aaron Ralston, es un tipo al que le gusta perderse por los paisajes pelados de Utah. En la película le acompañamos a una de sus intrépidas excursiones, siendo partícipes de la adrenalina que desprende el chaval. Al principio del viaje, Aaron, conoce a un par de chicas y les enseña una especie de gruta poco conocida y se bañan juntos en un lago que se encuentra dentro de una roca, y todos ríen y son felices y el espectador es consciente de que una de las chicas se está enamorando de él y, a la vez, percibe que él lo que quiere es montarse un trío (bueno, tal vez fueron imaginaciones mías). Pero es que en el fondo no importa porque rápidamente se despiden, separando sus caminos, y mientras veía alejarse a las chicas no podía evitar preguntarme: ¿a que ha venido esto? ¿Estos momentos representan la calma antes de la tormenta o es que simplemente a Boyle le faltaban escenas para llegar a la hora y media de película?
Pero sigamos. Tras despedirse de las excursionistas, Aaron retoma su marcha saltando sobre las rocas cual cabra montesa hasta que, vaya por Dios, en una de éstas resulta que cede el suelo bajo sus pies y el muchacho entra en caída libre dentro de una de las fallas. Cuando quiere darse cuenta de lo que ha sucedido se encuentra que un pedrusco de considerables dimensiones le ha atrapado la mano y no dispone de medios útiles para soltarse. Esto es lo que, técnicamente, los alpinistas y exploradores varios suelen llamar: problemón de aupa. Rápidamente el muchacho empieza a hacer recuento de víveres y materiales para ver cómo afrontar la situación, empezando por el agua disponible. Llegados a éste punto, todos aquellos que piensen que la cosa se resolverá de forma rápida y sin demasiados problemas, quedando el asunto en mera anécdota con algunos rasguños y poca cosa más, déjenme que les recuerde el título de la película.
Está claro que con un planteamiento de éstas características la elección del actor principal es crucial. El elegido para aguantar el peso de la cinta sobre su espalda es James Franco, secundario de lujo en películas como la saga Spiderman, El valle de Elah, Mi nombre es Harvey Milk o Come, reza ama y protagonista ocasional en títulos menos relevantes como Flyboys: héroes del aire o Tristán e Isolda. El actor logra salir airoso con una digna interpretación de un papel por el que medio Hollywood debería estar suspirando. Franco transmite la desesperación, angustia y fatiga del protagonista que, no obstante, intenta mantener su cabeza serena la mayor parte del tiempo posible, aprovechando para poner en orden su vida, recuerdos y, ¿porque no?, aspiraciones de futuro. Es evidente que Franco se curra una buena interpretación, pero resulta más evidente, si cabe, que el papel era toda una perita en dulce.
Viendo la película me imaginaba al director, Danny Boyle, empezando a plantear la película y contando a sus familiares y conocidos que estaba trabajando en un nuevo proyecto, de poco más de hora y media de duración, sobre un tío que se pillaba una mano con una roca y que, viendo la reacción en sus rostros, si algo tenía claro ante todo es que, a pesar del planteamiento inicial, la película no podía aburrir ni decaer en ningún momento. Y así es 127 horas: ritmo, ritmo, ritmo. Tenemos a un tipo atrapado en un pedrolo, aislado de cualquier atisbo de civilización y no dejan de pasar cosas constantemente. A veces incluso se tiene la sensación de que hay demasiado ritmo y el espectador no es capaz de asimilar el grado de soledad y sufrimiento del protagonista, que durante todo el tiempo parece estar de lo más entretenido. Efectivamente pues, el mayor logro de la película es que consigue no aburrir al espectador, pero ese nunca debería ser el mayor logro de una película.
Resumiendo: Entretenida película con un interesante punto de partida, una loable interpretación y un rotundo final.
critica 127 horas (127 hours)