Llegaba el sábado y el clima en la capital invitaba a unas cañas con los colegas en alguna plaza, a un paseo por la sierra, a una pachanga al aire libre… a cualquier cosa menos a meterse todo el día en la oscuridad de una sala de cine. Sin embargo, un gran poder conlleva una gran responsabilidad y tener el carné de friki trae consigo ciertas obligaciones para con nuestros compatriotas. Así que, como borregos al matadero, volvimos a la búsqueda desenfrenada de butacas contiguas.
Nos esperaba la jornada más infantil y tierna, ya que los sábados abren mañaneros con la sesión infantil, que este año regalaba a niños, tanto de edad como de corazón, una de las películas más bellas del maestro Hayao Miyazaki, la melancólica “Mi vecino Totoro”, que devoramos junto con Bebé Friki, un trasto disfrazado de Totoro con una capacidad de concentración y de observación impresionantes.
En este blog, dejo testimonio de mi firme creencia de que este chaval se convertirá en un referente mundial en cualquier materia que quiera abordar. Cuenta la leyenda que, algún día, los frikis dominarán el mundo y no me extrañaría que él, fuese su líder.
Dicho esto, lo importante es que tras la comida de rigor, japonesa, cómo no, después de ver el anime, muy bien compartida, comenzó de nuevo la retahíla de películas.
SONG OF THE SEA
Mientras que para una gran mayoría de los asistentes, “Lo que hacemos en las sombras” fue la mejor película de la muestra, para mí, esta combinación de animación tradicional, leyendas irlandesas, música folk y chavales entrañables, fue la vencedora. O al menos, la que más me llegó a la patata.
El director de “El secreto del libro de Kells” vuelve a adentrarse en su Irlanda natal para narrar los avatares de los dos hijos de un farero viudo, un chaval aventurero y con carácter iracundo tras la muerte de su madre y su hermana, una personita luminosa y optimista que, nadie sabe por qué, no puede hablar.
La llegada de la abuela de los muchachos y su firme idea de llevarlos a la ciudad, fuera de la pequeña isla donde viven, provocará que los hermanos inicien una asombrosa aventura donde conocerán a un puñado de extraños personajes de raíces celtas, descubriendo por el camino varios misterios de su familia.
Para un gallego como yo, que ha mamado desde pequeñito las leyendas celtas y que ha vivido su infancia al lado del mar, con los sonidos de las gaitas como parte de su banda sonora, fue inmediata la zambullida en la historia. Desde el minuto uno me encontraba disfrutando como un enano con este hermosa historia, contada desde las entrañas, con dos personajes principales que se hacen simpáticos desde el primer momento.
Muy difícil no dejar escapar una lagrimilla con ese tierno y cálido final, que nos dejó a algunos una sonrisa que ni el más oscuro de los monstruos pudo borrar en el resto del día.
GOODNIGHT MOMMY
Leticia Dolera nos advirtió. La película que venía a continuación era una mezcla entre “Funny Games”, Cronenberg y “Canino”, de lo que podíamos deducir que no iba a tener el ritmo de Michael Bay y mejor sería armarse de paciencia.
Efectivamente Leti no mentía. La película, al menos en sus dos primeros tercios, muestra, contemplativa y serenamente, la relación de dos gemelos entre sí y con una madre recién operada que regresa a una casa enorme, repleta de claustrofóbicos espacios. El ambiente malsano se intuye desde el principio y se va cargando muy poco a poco, hacia un tercio final que se desmelena de forma salvaje.
El problema es que cuando llegamos a este punto, ya estamos más aburridos que un nini en el bingo de un geriátrico. Aburrimiento del que sólo salimos al asistir, estupefactos, a un momento que desborda en ridiculez, protagonizado por una pareja de recaudadores de la cruz roja sin ningún jodido sentido.
La película juega con la baza del misterio de qué estará pasando en aquella casa, sin embargo, hasta yo, que soy bastante empanado para descubrir giros, había intuido el tema a los veinte minutos de metraje.
Un nuevo ejemplo que demostraba que la muestra SyFy de este año iba a ser más contemplativa que rumbera.
SPRING
De nuevo, nuestra musa, nos dio la clave y es que sus píldoras de las películas que presenta suelen resumir su esencia en formato tweet, con una puntería digna de Green Arrow. “Spring”, según ella, era una película fantástica de monstruos en la que te esperas, en cualquier momento, ver aparecer en la pantalla al Ethan Hawke y la Julie Delpy de “Antes del amanecer”.
Tal cual.
Un pendenciero chaval americano, decide cambiar radicalmente de vida tras la muerte de su madre, a la que ha estado cuidando los últimos años a causa del cáncer, mudándose a Italia, donde intenta integrarse lo mejor posible trabajando en el huerto del clásico huraño-entrañable señor mayor con más sabiduría que El libro de Petete.
Allí conoce a una misteriosa muchacha que está más buena que el pan y, obviamente, ya que el sex appeal europeo da sopas con ondas al usamericano, se muere por sus huesitos. Sin embargo, la muchacha esconde algún que otro arcano secreto y su relación parece abocada al fracaso, lo que suscitará largas conversaciones sobre el amor, la vida, la muerte y las relaciones humanas.
El componente fantástico tarda en llegar y lo hace de una forma natural y muy bien engrasada y, a partir de aquí, éste salpica la película sin hacerse nunca con el control, constituyendo más una excusa para las reflexiones y la relación entre los protagonistas que un fin en sí mismo, lo que a algunos puede llegar a desesperar y, a otros, como a mí, nos puede embelesar.
Yo disfruté como un MiniOn en una fiesta caribeña de pijamas con las largas conversaciones pseudotrascendentales y me pareció que las proporciones entre metafísica y ciencia ficción alocada eran perfectas, con lo que salí de la sala con un gran sabor de boca.
CUB
Podéis ver mi opinión sobre esta peli, que ya vimos en Sitges, aquí.
CRAZY BITCHES
Aún hoy me pregunto: ¿por qué volví? Hubiera sido un final de jornada perfecto. Una cenita de tapeo con Khaleesi, unas birras y a la cama a una hora prudente, con tiempo suficiente como para descansar el cerebelo. Pero no. Mi lado maratoniano me susurraba continuamente que cómo me iba a perder una cinta que se llamaba “Putas locas”.
Y lo pagué.
Con creces.
Después de que Leti abogase por la igualdad de géneros y nos dijera que “Crazy bitches” estaba escrita y dirigida por una mujer, a la media hora estaba cabreado como una mona por la sarta de diálogos y situaciones estúpidas, machistas y estereotipadas de la peor película del festival, con diferencia.
Sí, peor que los pandilleros raperos.
Sí, peor que los cutrezombies japos.
Así que, en ese punto, ante la posibilidad de pirarme a mi casa o sobarme, elegí la segunda, suscitando la profunda envidia de mis compañeros, menos acostumbrados a ovillarse en butacas de madrugada.
Eso sí, cada vez que abría un ojo y escuchaba otro trozo de diálogo, volvía al modo cascarrabias, murmurando juramentos como un Spencer Tracy friki. Con lo que me volvía a dormir, esperando encerrado en mis propios pensamientos a los títulos de crédito de aquel producto infame.