Sonó el despertador, la ropa del día sobre la silla, todo guardado. La maleta estaba preparada y lo primero que había que hacer era mirar por la venta ¿Niebla?... Esto… ¡Si! Ups… ¿Lluvia? Esto… ¡Si! … Ups… Pero menos que ayer, bien (Lo que hace tener actitud).
El día anterior nos habíamos acercado al Valle de Otzal huyendo del clima mordoriano que acompañaba al Valle de Stubai que no nos dejaba subir a ninguna montaña. Y en este día nos tocaba volver a Madrid y, lo más importante, nos tocaba volver a Madrid desde Munich, que es desde donde habíamos cogido los vuelos. Y además de desplazarnos hasta allí, teníamos que contar con el tiempo suficiente para dejar antes el coche de alquiler en la oficina del aeropuerto, con el tiempo que eso pudiera llevar. Y no se queda ahí la cosa porque, por supuesto, no teníamos intención de desayunar y salir hacia Alemania. Munich ya lo conocíamos y el Valle de Stubai aún nos debía algo…. Madrugar era importante, y la actitud positiva también.
Llovía, efectivamente lo hacía. Pero lo positivo es que se abría algún claro, así que como Neustift estaba muy cerca, nos fuimos para allá. Aparcamiento gratuito, subida en el Elferliffte incluída en la Stubai Card, si no unos 13 euros persona.
Parece que está a ratos medio despejado, no estamos para ser exquisitos, se monta y punto. Y ahí que montamos, y ahí que eso empieza a subir. Ay, qué bonitas vistas, los pueblos abajo, “mira, mira”, qué precioso, mira, mira… ya no mires. A mitad de subida se deja de ver, y de nuevo entramos en Lluvia de Estrellas.
Desde arriba hay varias rutas señalizadas para poder hacer y que nos habría encantado, en concreto la Panoramweg (de unas 4 horas, más o menos) pero en la cumbre la visibilidad va y viene constantemente y, dado el día en el que nos encontramos es el de vuelta, no estamos para perdernos por la montaña, ni poder dedicarle tanto tiempo.
Lo cierto es que a ratos tenemos suerte de contemplar algunas vistas maravillosas. De presenciar como se tiran los parapentistas ladera abajo y comienzan a volar sobre el Tirol y las nubes. Y no solo eso, gozamos de la experiencia de tratar con las vacas-perro austriacas, que aprietan la cabeza para que las acaricies. Dejad que las vacas se acerquen a nosotros…
Tras un ratito arriba, volvemos abajo y cogemos el coche. Hay que vengar la experiencia de dos días atrás, a pesar de que vemos en el camino que las cumbres en general siguen tapadas, nos dirigimos a Top of Tyrol, que si no habéis leído las entradas anteriores, os remitimos a ésta donde hay una versión detallada de nuestra primera visita y del lugar.
Cuando llegamos al parking de Top of Tyrol hay algún coche más que dos días atrás, pero tampoco nada impresionante. Preguntamos en las taquillas como está la situación y nos comentan que hay niebla, que en algunos momentos se abre. Como tenemos la Stubai Card de nuevo podemos subir gratuitamente.
En este caso, tardamos en subir hasta los 3210 metros unos 50 minutos, sin ninguna de esas paradas que vivimos en la experiencia anterior.
Durante la subida gozamos de mejores vistas que en la otra ocasión, está un poco más despejado y podemos alcanzar a ver más lejos pero, arriba del todo, la niebla continúa siendo protagonista y, aunque es menos densa que en nuestra anterior experiencia, lo que viene siendo visibilidad, no hay.
Estamos arriba unos 20 minutos, esperando ese baile de nubes y el milagro, que no llega. Nuestra obstinación no ha tenido la recompensa que esperábamos, eso sí, al menos en los trayectos hemos podido hacernos un poco mejor a la idea del lugar en el que nos encontramos.
De bajada, otros 50 minutos y ponemos rumbo a Fulpmes. Hay una tercera telecabina que tenemos que vengar, la Shorlick2000. Hacia allá que vamos.
Estamos muy locos. Definitivamente se nos está yendo de las manos el cocktail Valle de Stubai-Niebla. Se nos va mucho, porque son las 14:00 de la tarde, estamos en el aparcamiento de la telecabina y ha salido ligeramente el sol. Miramos hacia arriba de la montaña ¿Subimos?
Nuestro avión sale de Munich a las 19.00. Estamos a 200 km del aeropuerto, tenemos que dejar el coche de alquiler, tenemos que facturar y es agosto, que implica tráfico, más gente en el aeropuerto, más colas...
El que no escribe tiene mirada de poseído, me da miedo, quiere subir, lo noto. Son muchos años los que nos unen, puedo olfatear su locura transitoria de viajero incansable. En un momento debió soplar viento del norte y lo vimos claro. El viaje estaba saliendo muy bien. Vale sí, el Valle de Stubai y su cielo de algodón jugaba con nosotros, pero ya se sabe como es el amor, a veces cuánto más difícil te lo ponen más te enamoras, y nos había encantado. Ya estábamos pensando que otro verano teníamos que volver a estar zona.
Durante 13 días no habíamos tenido ni un percance serio, nos lo habíamos tomado todo al ritmo que nos había pedido cada instante. Decidimos ser responsables y no correr el riesgo de estropearlo. En el mismo aparcamiento, maletero abierto y lleno de maletas, sacamos algo de embutido que nos quedaba, unas patatas, y el pan. Comimos mirando hacia la montaña que habíamos decidido no subir, y sonreíamos.
Comimos muy rápido. Cuando estás en ese punto del viaje en que has decidido que el turismo ha terminado es cuando ya tienes ganas de llegar. El chip cambia y, entonces, lo único que te preocupa es que no haya atasco, que no haya un accidente, que no pongan pegas al devolver el coche… El aeropuerto a 200 km, genera cierta tensión.
Antes de arrancar camino de Munich, paramos en la Oficina de Turismo para devolver la Stubai Card y que nos reintegraran los 2 euros de fianza por tarjeta. Y ponemos rumbo a Alemania.
El trayecto transcurre sin incidentes, algún radar colocado a bastante mala leche, pero todo normal. Paramos a repostar para devolver el automóvil con el depósito lleno.
A las 17:00 llegamos a devolver el coche en el aeropuerto de Munich. No llegamos mal, pero tampoco nos ha sobrado demasiado tiempo. El que no escribe, por trabajo, tiene bastante dominado este aeropuerto y el momento “alquiler de coche”. Allí, todas las compañías devuelven el coche en el mismo lugar, una especie de parking donde van recepcionando los coches personal de la compañía correspondiente a cada uno. Nosotros alquilamos con Avis y al poco de entrar nos atendieron de una forma amable y sin ser especialmente meticulosos (íbamos a todo riesgo).
Una vez facturada la maleta, nos quedamos en la plaza central exterior del aeropuerto viendo como hace surf la gente en una piscina de olas que habían instalado allí. Luego pasamos el control de seguridad donde nos piden por primera vez en la vida el email de confirmación de la tarjeta de embarque que habíamos sacado online. No les valía solo con el código si no que tuvimos que entrar al móvil a enseñar el correo. Y lo curioso es que nos lo piden a los dos, que íbamos por separado por diferentes controles de seguridad.
Un café antes, de salir. Un avión, un par de horas y media con cena incluida. Una espera larguísima en Barajas para recoger nuestras maletas.
La cerradura, la puerta se abre, sale calor… y se ve nuestra casa a la 1 de la mañana. Hemos vuelto. Lo primero en lo que se fija la mirada es en la temperatura del termostato, luego en el sofá, donde pasamos tantas horas meses atrás planificando este pedazo de viaje. Lo empezamos a hacer cuando nos arropábamos con la mantita y lo terminamos de hacer con el aire acondicionado a todo meter de madrugada. También vino a la mente la imagen del salón 13 días antes, la última vez que lo habíamos visto antes de partir, lo recordábamos lleno de maletas en el suelo, cargadores, guantes, bañadores…. 13 días tan lejos y en un sitio tan diferente.
En el espejo, nuestras caras no eran ni parecidas a 13 días antes cuando partimos a Austria, pálidos, cansados por el trabajo y por el calor. En el avión camino de nuestras vacaciones a Austria llevábamos la ilusión de bañarnos en los lagos de los Alpes (lo hicimos), la ilusión de ver una Cueva de Hielo (vimos dos), la ilusión de pisar un glaciar (lo hicimos), la ilusión de saltar por una pradera como Heidi (lo hicimos), teníamos la esperanza de ver una marmota (la vimos), el espejismo de creer que podríamos taparnos por la noche con un edredón (ocurrió), con la esperanza de que pudiéramos recorrer una de la que dicen que es la carretera alpina más bonita de Europa en un día despejado (ahí estuvo el sol), pensábamos en telecabinas, montañas, paisajes, cascadas, casas con flores…
Gracias una vez más al destino por colaborar en estas inolvidables vacaciones.
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