Revista Viajes
13 días por el sur de Inglaterra. Día 1: Madrid - Stansted - Cambridge
Por Tienesplaneshoy @Tienesplaneshoy
Bueno, pues llegó el día. Llegó el miércoles en el que habíamos pensado desde hacía meses cuando comenzamos con la organización del viaje.
Tras haber tenido en cuenta todo lo que os comentamos en Preparando el Viaje, nos damos un madrugón, que mejor nos habría venido no acostarnos.
Volamos con Ryanair, el avión salía a las 6.15 de la mañana. Con el tema de la facturación y, teniendo en cuenta que esta compañía low cost ha flexibilizado un poco su política, llevamos una maleta mediana, dos trolleys y dos mochilas. Suena mucho, pero de verdad que no llevabamos tanto, el paraguas escondido en la manga de la chaqueta, eso sí, que por cierto, llevábamos puestas en agosto en Madrid para que no pesará de más la maleta (lo sé, no estamos dando la imagen de no ir muy cargados). De hecho, la noche anterior tuvimos que quitar 9 kilos al equipaje que nos sobraban, ya no sabíamos de qué prescindir. Definitivamente, acabamos de quedar como dos tarados…
El caso, que sin apenas dormir, allí estábamos, en Barajas, tomando un café, que no podíamos tener ni emoción del sueño que nos invadía. El objetivo era montar en el avión y, en las dos horas y media del trayecto, dormir.
Tuvimos un vuelo bueno, pero dormir, dormir poco. Llegamos a Stansted, es uno de los aeropuertos de Londres que se encuentra a medio camino entre éste y Cambridge. En el capítulo de Londres explicaremos cómo llegar en transporte desde este aeropuerto hasta la capital (en una hora). En el primer día no lo tuvimos que hacer porque teníamos reservado el coche en el mismo aeropuerto, pero el día de devolución del vehículo tuvimos que usarlo.
Recogimos nuestras maletas y nos fuimos en busca del mostrador de Avis. Allí, encontramos a una amable señorita a la que, de entrada, no entendimos absolutamente nada. Entre el sueño, recién llegados… éramos dos pasmarotes ahí plantados con todo el arsenal de maletas y mochilas, y el taco de folios impresos, de reservas, mapas ¡Qué decir!
Tuvimos suerte y, a pesar de ir a recoger el coche una hora antes de lo que lo habíamos reservado, nos dieron un Golf diésel sin tener que esperar (con la peculiaridad de que allí es más barata la gasolina que el diésel, al menos, durante la fecha de nuestro viaje en agosto 2014). Lo cierto que el coche resultó ser una maravilla, no tuvimos percances y el trato con la empresa fue correcto y sin sobresaltos.
Colocamos el GPS (que llevamos nosotros), colocamos los asientos, el equipaje, toqueteamos todos los botones. Pulsaciones a 150, hay que arrancar, coche manual (eso sí, seguro a todo riesgo), el que conduce, que es el mismo que “el que no escribe”, al volante. La que escribe al lado del copiloto, y… suena el motor… Hay que salir de ahí.
Sí, hay que salir de ahí e ir a Cambridge (a unos 40 minutos y 30 millas), que era nuestro destino para ese día. La hora perfecta, eso sí, pocas horas de sueño a nuestras espaldas, unas cuantas de viaje y de golpe, todo cambiado de lugar.
De lo que se ve durante el trayecto a Cambridge, no puedo describir mucho. Iba tan pendiente de los coches, de los bordillos de la izquierda, de los semáforos, rotondas, GPS, el asfalto ese que escupe el agua… De esa sensación extraña de estar haciendo todo mal. Pero debo hacer una mención pública “al que no escribe”, pero sí conduce por la izquierda, por sus dotes, su maestría, su calma y templanza al volante, por meter las marchas a la velocidad de la luz, por ser tan chulito de, encima, ir adelantando y por todo lo que ha tenido que renunciar por conducir mientras yo veía paisajes, hacía videos, cantaba.. y le ayudaba ¿eh? ¡Que mi labor ha sido vital!
Volviendo a Cambridge. En Cambridge decidimos ir directamente al hotel, suponíamos que no nos dejarían subir por ser temprano, pero quizá sí estacionar el vehículo. Y así fue.
Alojamiento de Cambridge: Travelodge Ochard Park. A las afueras, de hecho muy muy cerca del Park and Ride (os hablamos aquí de cómo funcionan). Un alojamiento básico que, dado los precios de Inglaterra, es bastante aceptable y nos atrevemos a recomendar (sin aire acondicionado eso sí). La misma estructura que los travelodge, moqueta, cama amplia, baño como de cabina pequeño pero con muy buena ducha, kettle en la habitación con galletitas. Está aceptable y la atención es buena.
Recién llegados ocurre la primera anécdota del viaje. Tras hablar con ellos, nos dicen que podemos dejar allí el coche, y que a 5 minutos andando tenemos el autobús que nos lleva al centro, el check-in no lo podríamos hacer hasta más tarde. Nos parece buena idea. Pero antes queremos ir al baño.
Vamos al que hay en el hall, primero va uno, luego otro. Yo la segunda, muerta de sueño, antes de salir, veo una cuerda que sale del techo y me resulta extraño, pienso que este sistema de tirar de la cadena es un poco arcaico. Sin dudarlo tiro…
Se enciende de rojo el interior, una sirena a todo volumen empieza a sonar (se me quitó el sueño de golpe)… y salgo disparada, como si eso fuera una alarma de bomberos y me tuviera que tirar por la barra metálica.
No tiréis de esas cuerdas porque no solo están allí, no, esas cuerdas las encontraréis en los baños públicos más veces si viajáis por Inglaterra. Son las cuerdas para pedir ayuda si a alguien le pasa algo en el baño.…
Dicho esto, ahora queremos comentaros lo que hicimos y lo que creemos que hubiera sido mejor hacer si elegís nuestro alojamiento.
Nosotros dejamos el coche en el parking gratuito del hotel, caminamos 5 minutos y cogimos el autobús que te lleva al centro de Cambridge (línea B). El autobús, 10 libras, los dos ida y vuelta.
Cerca del alojamiento hay un Park and Ride que cuesta 1 libra dejar el coche de 1 a 18 horas y a parte se paga el bus, cuyo precio desconocemos, pero fácilmente salga más económico acercarse allí en coche, dejarlo aparcado y coger el bus que sale desde el aparcamiento. Ahí lo dejamos, para que alguno echéis un ojo, dejamos la web.
Hacia las 10 de la mañana estamos en Cambridge, con esa sensación rara que se tiene cuando uno no ha dormido, empieza el día para los demás y tú tienes un desfase temporal que no sabes si tienes hambre, sueño, si es por la mañana o la tarde… pero lo que sí teníamos era mucha emoción. El autobús desde el hotel no tarda más de 10-15 minutos en dejarte en el corazón de Cambridge.
A Cambridge se puede ir desde Londres como excursión del día. Desde Liverpool Street sale un tren que en una hora te deja allí y en un día se puede ver perfectamente lo más significativo.
Para empezar, comentar la trascendencia de Cambridge, siempre conocida por sus carácter universitario, su universidad vive desde el s.XIII. La traducción de su nombre es Puente sobre el Río Cam. Río que dota de muchísimos rincones con encanto a esta ciudad, como os vamos a contar.
Elegimos una parada un poco al azar, nos guiamos porque justo el autobús pasa por delante de uno de los puntos que teníamos apuntados. Round Church, así que pensamos que ese es un buen lugar para bajar. Y por ahí vamos a empezar:
Round Church. Llama la atención por su planta circular. Su origen, del s.XII, dicen que es una inspiración del Santo Sepulcro de Jerusalén. Existen muy pocos templos en Inglaterra con esta arquitectura tan peculiar.
Se encuentra situada en una una intersección de varias calles que ya están metidas en el centro de la ciudad. La iglesia, la contemplamos desde fuera, habíamos leído que ya su funcionalidad no estaba dedicada al santo oficio, sino que era un centro de exposiciones (Precio: 1 libra). Dadas las circunstancias, y que acabábamos de pisar el suelo de Cambridge, lo que más nos apetece es pasear por sus calles.
Cada vez que uno hace turismo y, sobre todo, cuando cambias de país, todo te llama mucho la atención. Recién llegados a Inglaterra, la arquitectura británica, sus calles, los semáforos, los colores, los aromas, la gente… todo te resulta tan diferente que cualquier detalle es susceptible de llamar tu atención y emocionarte.
El primer contacto con la ciudad tras la iglesia fue algo caótico, nos encontramos muchísimos japoneses casi tomando la ciudad. No esperábamos algo parecido, porque no nos referimos a un autobús o dos, hablamos de muchísimos, y muchísimos. Poco a poco, conseguimos ir acostumbrándonos, y vimos como había destinos donde no veías a ninguno y otros donde no te veías ni a ti mismo.
Cambridge está lleno de Colleges y la mayoría son visitables, aunque depende del día y sus actos privados os podéis encontrar que algunos no sean accesibles, como pasó en nuestra visita. Hay que destacar dos de ellos por diferentes motivos, uno el Peterhouse, el más antiguo de la ciudad que aún sigue en funcionamiento, y el otro, el más popular, el King’s College, que nosotros visitamos. Aunque se encuentran otros tantos con sus peculiaridades, por ejemplo el Trinity Colleges, que es el que da los títulos oficiales de inglés entre otros.
Nos encaminamos hacia la Oficina de Turismo con la intención de obtener un plano del lugar. Decir que en muchos de estos lugares también te cobran por ello. Amablemente, nos explican qué podemos ver y aprovechamos para comprar allí mismo las entradas al King’s College, 7,40 libras por persona (para empezar a acostumbrarnos). Y hacia allí que nos dirigimos, queríamos verlo antes de la hora de comer, que ya se sabe que por Inglaterra se come antes que aquí, y el horario de visita era de 9.45 a 16.30.
Desde la Oficina de turismo al College es un pequeño paseo, pero en ese momento forma parte de lo que más nos gusta de viajar; pasear, escaparates, carteles, timbres de bicis… Un mercadillo, cosas que te vas encontrando y te hacen que vayas configurando como es ésta popular ciudad que estás empezando a conocer.
Entramos sin dificultad ni esperas en el King’s College. Este recinto fue mandado construir en el s.XV por Enrique VI. Es impresionante, el tamaño del mismo, los jardines, cada uno de los edificios que conforma el complejo, pero si algo te deja sin palabras es su capilla.
Cuando uno dice o escribe la palabra “capilla” se imagina un pequeño rincón anejo a la planta principal de una iglesia, o una girola desde donde salen pequeños espacios circulares que homenajean algún santo, virgen, Cristo. Vale, pues esto es “otro tipo de capilla”. Nuestro primer contacto con el Gótico Inglés nos dejó sin palabras…
Especialmente luminosa, sus veinticinco vidrieras, los detalles de las paredes, la ornamentación, es un derroche de decoración, que siendo “exagerada” resulta especialmente bonita. Según tu cuello va subiendo por las paredes hasta chocar con los techos, sorprenden unas bóvedas preciosas que se construyeron posteriormente a los orígenes de la capilla, en el s.XVI. Es cuando no puedes dejar de mirar, y acordarte de que desde ese momento para ti la palabra “capilla” adquiere una nueva dimensión.
Este recinto universitario, como os decíamos, fue mandado construir por Enrique VI, se inició en el s.XV y llevó más de 100 años acabarlo. Entonces, el rey tan solo contaba con 19 años, pero tenía grandes ambiciones con respecto a este lugar. Es un gótico inglés perpendicular, y es que si algo sacamos en claro en nuestro viaje por el sur de Inglaterra fue que el gótico en su Historia ha sido trascendental.
En esta capilla se celebró el matrimonio de Enrique VIII y Ana Bolena. De hecho, para tal celebración se mandó construir el coro.
Impresionante lugar del que salimos medio emborrachados hasta los jardines. Allí vemos cómo estudiantes de verano se mezclan con algunos turistas como nosotros, y cómo desde el propio jardín, por primera vez, nos podemos acercar al río Cam, donde la vida transcurre como si de un cuento se tratara.
Era casi mediodía, a pesar de haber llegado hacía unas cuantas horas y con lluvia, ésta había parado, el día estaba bastante caluroso, y numerosas barcas llevan a gente por un paseo a lo largo del río. Es uno de los atractivos de la ciudad.
Estas barcas son curiosas, muy parecidas a las góndolas, pero más largas. El barquero se pone en una base que está en los extremos de la embarcación y con un palo bastante largo, que clava en el fondo del río, va dándose impulso. Existe la posibilidad de contratar la barca con barquero o, si estas animado, lanzarte tú mismo a intentarlo.
Nos quedamos un rato cerca del río, y es que hasta ahora nos lo habíamos contado, pero acceder a éste no es tan sencillo como parece.
En Cambridge los college dan al río. En gran parte del itinerario del mismo, no es posible acceder a él y caminar por su orilla unos kilómetros. No.
Y aquí aparecen los famosos Backs. Estos son la parte trasera de los college, cada uno tiene acceso privado a una zona de río y sus propios puentes. Así que, una de nuestras oportunidades de acercarnos al río era desde aquí que ya habíamos pagado la entrada, aunque luego dimos con otras cuantas más gratuitas.
Y es que, en Cambridge existen unos cuantos puentes públicos y de acceso libre; el más conocido el Magdalene Bridge, el Silver Street Bridge y el de Garret Bridge.
Tras la visita al río, cruzar el puente, visitar el College con su capilla, sentimos que el haber dormido apenas dos horas y todo lo que llevábamos encima empieza a pasar factura, y necesitamos energía.
Hacemos una parada rápida en un McDonald’s solo para sobrevivir, ante todo intentar beber algo, ir al baño y sentarnos un rato. Nada más acabamos, pensamos que la sangre no nos llega al cerebro, caemos en un estado de shock importante y buscamos un banco donde descansar un rato.
Vale, en Cambridge, así como en otras muchísimas ciudades inglesas no hay bancos, debe ser que la gente no se encuentra motivada para quedarse en el exterior, pero estamos tan desesperados que no sabemos ni qué hacer, necesitamos sentarnos y poder cerrar los ojos 5 minutos aunque sea.
Así que, tras arrastrarnos por Cambridge, llegamos casi de nuevo a la altura del King College y nos encontramos con la Iglesia Great St Mary, desde donde teníamos apuntado, que se podía subir para tener una vista aérea de la ciudad. Tras haber recorrido gran parte de sus calles, la idea de la panorámica no la vemos clara, en Cambridge encontramos el encanto de estar a pie de calle, de ese toque británico en decoración y, para qué engañarnos, el bajón de después de comer que nos convirtió en dos rocas.
Pero la Iglesia de St. Mary tenía algo muy bueno que ofrecernos, observamos que en lo que parecía su jardín había gente sentada comiendo, en una praderita verde que parecía ideal para descansar. Decidimos copiarlos, y entramos… con la única pega de que no era un jardín, era un cementerio…
Tal era nuestro cansancio que, bajo un árbol nos sentamos, nos tumbamos, una crucecita a un lado, una tumba al otro, el sol filtrándose por las ramas del árbol que nos cobijaba, el murmullo de la gente hablando. 3 minutos de vídeo para grabar esa surrealista situación y 15 de siesta ¡Qué paz..! (y tanto pensaréis, una siesta en un cementerio, descansamos de muerte...).
Los 15 minutos sirven para sacar algo de fuerza, aunque no nos duraría demasiado…
Continuamos nuestro paseo por Cambridge, vamos en busca de los puentes públicos de los que antes
os hablábamos.
Lo primero que nos encontramos al lado de la Iglesia y frente al King’s College (esquina de Bene't Street y Trumpington Street) es el Reloj del Corpus.
Os encontraréis una especie de esfera plana redonda y bañada en oro con un saltamontes negro con cara de Pasaje del Terror encima. En la esfera dorada no hay número ni agujas, solo una hendiduras que se iluminan cada 5 minutos. Y es que solo cada 5 minutos el reloj marca la hora correctamente. Su autor dice que así se representa la irregularidad de la vida. Por otro lado, el bicharraco tiene nombre y se llama el Cronófago responsable de comerse el tiempo. Un toque dramático de lo que el paso del tiempo supone. Este reloj lo presentó en 2008 Stephen Hawkins
Este reloj es un auténtica maravilla, tardó en construirse 7 años, aunque comentan que un relojero llamado John Harrison intentó hacerlo en el s.XVIII sin terminarlo. Eso sí, la mecánica con la que funciona llamada “salto de saltamontes”, se basa en un movimiento pendular que él creó.
Lo cierto es que esa imagen, entre tétrica y extraña, hace del reloj un atractivo bastante difícil de fotografiar por el reclamo que despierta entre los turistas.
Nos acercamos a las inmediaciones del Queen’s College, tenemos mucha curiosidad por ver el famoso Puente Matemático, o Puente de Newton que dicen las leyendas. Para eso llegamos al Silver Bridge, desde allí se puede observar perfectamente esta curiosa construcción que comunica los edificios del Queen’s College, el nuevo y el viejo. La zona estaba muy animada y el flujo de embarcaciones de paseo por ese sistema de palo-empuje parecido a las góndolas, es incesante por el río Cam.
Desde la distancia, el Puente Matemático tiene una apariencia muy de imaginarte a Newton colocando tablones de madera rectos y desafiando a la gravedad, hasta ser capaz de construir ese puente que se observa sin un solo tornillo, tuerca, o elemento de sujeción. Para completar la leyenda, se dice que unos estudiantes, queriendo demostrar que también ellos podían, lo desmontaron y, al intentar volverlo a hacer… eso ya no se sujetaba y hubo que anclarlo.
Eso es lo que se cuenta pero parece ser que la realidad es otra. Que ese puente se construyó con posterioridad a la muerte de Newton, y fue William Etheridge el que se encargó de su diseño, que incluía desde el principio elementos de anclaje. Lo cierto es que el puente tiene enganche, y el hecho de construir esa curvatura con tablones totalmente rectos, sigue haciendo del Puente Matemático un rincón que los visitantes quieren contemplar.
Desde el Puente Silver miramos en dirección opuesta al puente matemático, allí se encuentra, para los amantes de Pink Floyd el primer local donde tocaron, The Anchor. Avanzamos por las calles hasta buscar otro de los puentes que hay más adelante donde podemos bajar al nivel del río. Desde ahí se observa el Darwin College, el primero de Cambridge en admitir alumnos de ambos sexos. Nos encontramos ante un embarcadero y una especie de parque que va por el margen del río donde Cambridge pasa de ser un lugar agitado en una tarde en agosto a un paseo casi solitario entre la vegetación.
En un rato estamos dando la vuelta, de nuevo el cansancio cae, cae mucho, nos duelen los pies, los riñones. La cámara ya no sabemos cómo sujetarla y pensamos en dejarla abandonada en cualquier rincón. Decidimos sacar un poco de fuerza y acercarnos a Magdalene Bridge, el otro puente público.
Allí mismo, se encuentra el lugar desde donde salen las barcas. Nos sentamos al borde del embarcadero y vemos a los barqueros (estudiantes principalmente) de cerca por primera vez. No van todos uniformados, pero sí que el pantalón corto de estampado escocés predomina. De fondo, otros chicos jóvenes están con su equipo de música regalándonos un sonido poco identificable por nosotros.
Nos quedamos 20 minutos ahí sentados, viendo las barcas ir y venir, haciendo punting, que es comparando como llevan los barqueros las barcas y como se las apañan los turistas para no caer directamente al agua, eso si que es un milagro y no el Puente de Newton o el Reloj del Escarabajo.
Cuando nos vamos a poner de pie, no respondemos de nosotros, así que llega el momento de tomar una decisión. Queríamos cenar en un pub inglés, pero era tal el cansancio que el estómago estaba cerrado. Pensamos que tendríamos más noches para hacerlo, todas las vacaciones por delante en Inglaterra. Buscamos un supermercado para ir comprar avituallamientos.
Como nuestros itinerarios son densos y pueden estar condicionados por meteorología, queremos tener siempre comida con nosotros, seguir un poco la dinámica de Escocia, comidas nuestras, cenas en pubs. Pero en este caso no siempre pudo ser así.
Compramos agua, dulces, fruta, pan de molde, aperitivos, algo de embutido, y nos vamos en busca del autobús para volver al hotel.
No tardó demasiado en llegar y, de nuevo, en 15 minutos estábamos en nuestra parada. Descargamos el coche, llegamos a la habitación y ni las maletas había que deshacer, como decíamos en estos viajes, uno es una tortuga.
Al tocar la cama, tocamos el cielo. Como la habitación tiene cafetera, nos tomamos algo de lo que habíamos comprado, un café calentito, unas galletitas… y nos parece increíble todo lo que el día ha dado de sí y todo lo que queda por delante. Ponemos el despertador muy temprano… las 7.30 y nos dormimos casi hablando, recordándolo todo,…
Al día siguiente, Canterbury, no se nos olvidará esa catedral, y los acantilados de Dover, un poquito de paisaje británico
¿Tienes planes hoy?
Ubicación en Google Maps
Tras haber tenido en cuenta todo lo que os comentamos en Preparando el Viaje, nos damos un madrugón, que mejor nos habría venido no acostarnos.
Volamos con Ryanair, el avión salía a las 6.15 de la mañana. Con el tema de la facturación y, teniendo en cuenta que esta compañía low cost ha flexibilizado un poco su política, llevamos una maleta mediana, dos trolleys y dos mochilas. Suena mucho, pero de verdad que no llevabamos tanto, el paraguas escondido en la manga de la chaqueta, eso sí, que por cierto, llevábamos puestas en agosto en Madrid para que no pesará de más la maleta (lo sé, no estamos dando la imagen de no ir muy cargados). De hecho, la noche anterior tuvimos que quitar 9 kilos al equipaje que nos sobraban, ya no sabíamos de qué prescindir. Definitivamente, acabamos de quedar como dos tarados…
El caso, que sin apenas dormir, allí estábamos, en Barajas, tomando un café, que no podíamos tener ni emoción del sueño que nos invadía. El objetivo era montar en el avión y, en las dos horas y media del trayecto, dormir.
Tuvimos un vuelo bueno, pero dormir, dormir poco. Llegamos a Stansted, es uno de los aeropuertos de Londres que se encuentra a medio camino entre éste y Cambridge. En el capítulo de Londres explicaremos cómo llegar en transporte desde este aeropuerto hasta la capital (en una hora). En el primer día no lo tuvimos que hacer porque teníamos reservado el coche en el mismo aeropuerto, pero el día de devolución del vehículo tuvimos que usarlo.
Recogimos nuestras maletas y nos fuimos en busca del mostrador de Avis. Allí, encontramos a una amable señorita a la que, de entrada, no entendimos absolutamente nada. Entre el sueño, recién llegados… éramos dos pasmarotes ahí plantados con todo el arsenal de maletas y mochilas, y el taco de folios impresos, de reservas, mapas ¡Qué decir!
Tuvimos suerte y, a pesar de ir a recoger el coche una hora antes de lo que lo habíamos reservado, nos dieron un Golf diésel sin tener que esperar (con la peculiaridad de que allí es más barata la gasolina que el diésel, al menos, durante la fecha de nuestro viaje en agosto 2014). Lo cierto que el coche resultó ser una maravilla, no tuvimos percances y el trato con la empresa fue correcto y sin sobresaltos.
Colocamos el GPS (que llevamos nosotros), colocamos los asientos, el equipaje, toqueteamos todos los botones. Pulsaciones a 150, hay que arrancar, coche manual (eso sí, seguro a todo riesgo), el que conduce, que es el mismo que “el que no escribe”, al volante. La que escribe al lado del copiloto, y… suena el motor… Hay que salir de ahí.
Sí, hay que salir de ahí e ir a Cambridge (a unos 40 minutos y 30 millas), que era nuestro destino para ese día. La hora perfecta, eso sí, pocas horas de sueño a nuestras espaldas, unas cuantas de viaje y de golpe, todo cambiado de lugar.
De lo que se ve durante el trayecto a Cambridge, no puedo describir mucho. Iba tan pendiente de los coches, de los bordillos de la izquierda, de los semáforos, rotondas, GPS, el asfalto ese que escupe el agua… De esa sensación extraña de estar haciendo todo mal. Pero debo hacer una mención pública “al que no escribe”, pero sí conduce por la izquierda, por sus dotes, su maestría, su calma y templanza al volante, por meter las marchas a la velocidad de la luz, por ser tan chulito de, encima, ir adelantando y por todo lo que ha tenido que renunciar por conducir mientras yo veía paisajes, hacía videos, cantaba.. y le ayudaba ¿eh? ¡Que mi labor ha sido vital!
Volviendo a Cambridge. En Cambridge decidimos ir directamente al hotel, suponíamos que no nos dejarían subir por ser temprano, pero quizá sí estacionar el vehículo. Y así fue.
Alojamiento de Cambridge: Travelodge Ochard Park. A las afueras, de hecho muy muy cerca del Park and Ride (os hablamos aquí de cómo funcionan). Un alojamiento básico que, dado los precios de Inglaterra, es bastante aceptable y nos atrevemos a recomendar (sin aire acondicionado eso sí). La misma estructura que los travelodge, moqueta, cama amplia, baño como de cabina pequeño pero con muy buena ducha, kettle en la habitación con galletitas. Está aceptable y la atención es buena.
Recién llegados ocurre la primera anécdota del viaje. Tras hablar con ellos, nos dicen que podemos dejar allí el coche, y que a 5 minutos andando tenemos el autobús que nos lleva al centro, el check-in no lo podríamos hacer hasta más tarde. Nos parece buena idea. Pero antes queremos ir al baño.
Vamos al que hay en el hall, primero va uno, luego otro. Yo la segunda, muerta de sueño, antes de salir, veo una cuerda que sale del techo y me resulta extraño, pienso que este sistema de tirar de la cadena es un poco arcaico. Sin dudarlo tiro…
Se enciende de rojo el interior, una sirena a todo volumen empieza a sonar (se me quitó el sueño de golpe)… y salgo disparada, como si eso fuera una alarma de bomberos y me tuviera que tirar por la barra metálica.
No tiréis de esas cuerdas porque no solo están allí, no, esas cuerdas las encontraréis en los baños públicos más veces si viajáis por Inglaterra. Son las cuerdas para pedir ayuda si a alguien le pasa algo en el baño.…
Dicho esto, ahora queremos comentaros lo que hicimos y lo que creemos que hubiera sido mejor hacer si elegís nuestro alojamiento.
Nosotros dejamos el coche en el parking gratuito del hotel, caminamos 5 minutos y cogimos el autobús que te lleva al centro de Cambridge (línea B). El autobús, 10 libras, los dos ida y vuelta.
Cerca del alojamiento hay un Park and Ride que cuesta 1 libra dejar el coche de 1 a 18 horas y a parte se paga el bus, cuyo precio desconocemos, pero fácilmente salga más económico acercarse allí en coche, dejarlo aparcado y coger el bus que sale desde el aparcamiento. Ahí lo dejamos, para que alguno echéis un ojo, dejamos la web.
Hacia las 10 de la mañana estamos en Cambridge, con esa sensación rara que se tiene cuando uno no ha dormido, empieza el día para los demás y tú tienes un desfase temporal que no sabes si tienes hambre, sueño, si es por la mañana o la tarde… pero lo que sí teníamos era mucha emoción. El autobús desde el hotel no tarda más de 10-15 minutos en dejarte en el corazón de Cambridge.
A Cambridge se puede ir desde Londres como excursión del día. Desde Liverpool Street sale un tren que en una hora te deja allí y en un día se puede ver perfectamente lo más significativo.
Para empezar, comentar la trascendencia de Cambridge, siempre conocida por sus carácter universitario, su universidad vive desde el s.XIII. La traducción de su nombre es Puente sobre el Río Cam. Río que dota de muchísimos rincones con encanto a esta ciudad, como os vamos a contar.
Elegimos una parada un poco al azar, nos guiamos porque justo el autobús pasa por delante de uno de los puntos que teníamos apuntados. Round Church, así que pensamos que ese es un buen lugar para bajar. Y por ahí vamos a empezar:
Round Church. Llama la atención por su planta circular. Su origen, del s.XII, dicen que es una inspiración del Santo Sepulcro de Jerusalén. Existen muy pocos templos en Inglaterra con esta arquitectura tan peculiar.
Se encuentra situada en una una intersección de varias calles que ya están metidas en el centro de la ciudad. La iglesia, la contemplamos desde fuera, habíamos leído que ya su funcionalidad no estaba dedicada al santo oficio, sino que era un centro de exposiciones (Precio: 1 libra). Dadas las circunstancias, y que acabábamos de pisar el suelo de Cambridge, lo que más nos apetece es pasear por sus calles.
Cada vez que uno hace turismo y, sobre todo, cuando cambias de país, todo te llama mucho la atención. Recién llegados a Inglaterra, la arquitectura británica, sus calles, los semáforos, los colores, los aromas, la gente… todo te resulta tan diferente que cualquier detalle es susceptible de llamar tu atención y emocionarte.
El primer contacto con la ciudad tras la iglesia fue algo caótico, nos encontramos muchísimos japoneses casi tomando la ciudad. No esperábamos algo parecido, porque no nos referimos a un autobús o dos, hablamos de muchísimos, y muchísimos. Poco a poco, conseguimos ir acostumbrándonos, y vimos como había destinos donde no veías a ninguno y otros donde no te veías ni a ti mismo.
Cambridge está lleno de Colleges y la mayoría son visitables, aunque depende del día y sus actos privados os podéis encontrar que algunos no sean accesibles, como pasó en nuestra visita. Hay que destacar dos de ellos por diferentes motivos, uno el Peterhouse, el más antiguo de la ciudad que aún sigue en funcionamiento, y el otro, el más popular, el King’s College, que nosotros visitamos. Aunque se encuentran otros tantos con sus peculiaridades, por ejemplo el Trinity Colleges, que es el que da los títulos oficiales de inglés entre otros.
Nos encaminamos hacia la Oficina de Turismo con la intención de obtener un plano del lugar. Decir que en muchos de estos lugares también te cobran por ello. Amablemente, nos explican qué podemos ver y aprovechamos para comprar allí mismo las entradas al King’s College, 7,40 libras por persona (para empezar a acostumbrarnos). Y hacia allí que nos dirigimos, queríamos verlo antes de la hora de comer, que ya se sabe que por Inglaterra se come antes que aquí, y el horario de visita era de 9.45 a 16.30.
Desde la Oficina de turismo al College es un pequeño paseo, pero en ese momento forma parte de lo que más nos gusta de viajar; pasear, escaparates, carteles, timbres de bicis… Un mercadillo, cosas que te vas encontrando y te hacen que vayas configurando como es ésta popular ciudad que estás empezando a conocer.
Entramos sin dificultad ni esperas en el King’s College. Este recinto fue mandado construir en el s.XV por Enrique VI. Es impresionante, el tamaño del mismo, los jardines, cada uno de los edificios que conforma el complejo, pero si algo te deja sin palabras es su capilla.
Cuando uno dice o escribe la palabra “capilla” se imagina un pequeño rincón anejo a la planta principal de una iglesia, o una girola desde donde salen pequeños espacios circulares que homenajean algún santo, virgen, Cristo. Vale, pues esto es “otro tipo de capilla”. Nuestro primer contacto con el Gótico Inglés nos dejó sin palabras…
Especialmente luminosa, sus veinticinco vidrieras, los detalles de las paredes, la ornamentación, es un derroche de decoración, que siendo “exagerada” resulta especialmente bonita. Según tu cuello va subiendo por las paredes hasta chocar con los techos, sorprenden unas bóvedas preciosas que se construyeron posteriormente a los orígenes de la capilla, en el s.XVI. Es cuando no puedes dejar de mirar, y acordarte de que desde ese momento para ti la palabra “capilla” adquiere una nueva dimensión.
Este recinto universitario, como os decíamos, fue mandado construir por Enrique VI, se inició en el s.XV y llevó más de 100 años acabarlo. Entonces, el rey tan solo contaba con 19 años, pero tenía grandes ambiciones con respecto a este lugar. Es un gótico inglés perpendicular, y es que si algo sacamos en claro en nuestro viaje por el sur de Inglaterra fue que el gótico en su Historia ha sido trascendental.
En esta capilla se celebró el matrimonio de Enrique VIII y Ana Bolena. De hecho, para tal celebración se mandó construir el coro.
Impresionante lugar del que salimos medio emborrachados hasta los jardines. Allí vemos cómo estudiantes de verano se mezclan con algunos turistas como nosotros, y cómo desde el propio jardín, por primera vez, nos podemos acercar al río Cam, donde la vida transcurre como si de un cuento se tratara.
Era casi mediodía, a pesar de haber llegado hacía unas cuantas horas y con lluvia, ésta había parado, el día estaba bastante caluroso, y numerosas barcas llevan a gente por un paseo a lo largo del río. Es uno de los atractivos de la ciudad.
Estas barcas son curiosas, muy parecidas a las góndolas, pero más largas. El barquero se pone en una base que está en los extremos de la embarcación y con un palo bastante largo, que clava en el fondo del río, va dándose impulso. Existe la posibilidad de contratar la barca con barquero o, si estas animado, lanzarte tú mismo a intentarlo.
Nos quedamos un rato cerca del río, y es que hasta ahora nos lo habíamos contado, pero acceder a éste no es tan sencillo como parece.
En Cambridge los college dan al río. En gran parte del itinerario del mismo, no es posible acceder a él y caminar por su orilla unos kilómetros. No.
Y aquí aparecen los famosos Backs. Estos son la parte trasera de los college, cada uno tiene acceso privado a una zona de río y sus propios puentes. Así que, una de nuestras oportunidades de acercarnos al río era desde aquí que ya habíamos pagado la entrada, aunque luego dimos con otras cuantas más gratuitas.
Y es que, en Cambridge existen unos cuantos puentes públicos y de acceso libre; el más conocido el Magdalene Bridge, el Silver Street Bridge y el de Garret Bridge.
Tras la visita al río, cruzar el puente, visitar el College con su capilla, sentimos que el haber dormido apenas dos horas y todo lo que llevábamos encima empieza a pasar factura, y necesitamos energía.
Hacemos una parada rápida en un McDonald’s solo para sobrevivir, ante todo intentar beber algo, ir al baño y sentarnos un rato. Nada más acabamos, pensamos que la sangre no nos llega al cerebro, caemos en un estado de shock importante y buscamos un banco donde descansar un rato.
Vale, en Cambridge, así como en otras muchísimas ciudades inglesas no hay bancos, debe ser que la gente no se encuentra motivada para quedarse en el exterior, pero estamos tan desesperados que no sabemos ni qué hacer, necesitamos sentarnos y poder cerrar los ojos 5 minutos aunque sea.
Así que, tras arrastrarnos por Cambridge, llegamos casi de nuevo a la altura del King College y nos encontramos con la Iglesia Great St Mary, desde donde teníamos apuntado, que se podía subir para tener una vista aérea de la ciudad. Tras haber recorrido gran parte de sus calles, la idea de la panorámica no la vemos clara, en Cambridge encontramos el encanto de estar a pie de calle, de ese toque británico en decoración y, para qué engañarnos, el bajón de después de comer que nos convirtió en dos rocas.
Pero la Iglesia de St. Mary tenía algo muy bueno que ofrecernos, observamos que en lo que parecía su jardín había gente sentada comiendo, en una praderita verde que parecía ideal para descansar. Decidimos copiarlos, y entramos… con la única pega de que no era un jardín, era un cementerio…
Tal era nuestro cansancio que, bajo un árbol nos sentamos, nos tumbamos, una crucecita a un lado, una tumba al otro, el sol filtrándose por las ramas del árbol que nos cobijaba, el murmullo de la gente hablando. 3 minutos de vídeo para grabar esa surrealista situación y 15 de siesta ¡Qué paz..! (y tanto pensaréis, una siesta en un cementerio, descansamos de muerte...).
Los 15 minutos sirven para sacar algo de fuerza, aunque no nos duraría demasiado…
Continuamos nuestro paseo por Cambridge, vamos en busca de los puentes públicos de los que antes
os hablábamos.
Lo primero que nos encontramos al lado de la Iglesia y frente al King’s College (esquina de Bene't Street y Trumpington Street) es el Reloj del Corpus.
Os encontraréis una especie de esfera plana redonda y bañada en oro con un saltamontes negro con cara de Pasaje del Terror encima. En la esfera dorada no hay número ni agujas, solo una hendiduras que se iluminan cada 5 minutos. Y es que solo cada 5 minutos el reloj marca la hora correctamente. Su autor dice que así se representa la irregularidad de la vida. Por otro lado, el bicharraco tiene nombre y se llama el Cronófago responsable de comerse el tiempo. Un toque dramático de lo que el paso del tiempo supone. Este reloj lo presentó en 2008 Stephen Hawkins
Este reloj es un auténtica maravilla, tardó en construirse 7 años, aunque comentan que un relojero llamado John Harrison intentó hacerlo en el s.XVIII sin terminarlo. Eso sí, la mecánica con la que funciona llamada “salto de saltamontes”, se basa en un movimiento pendular que él creó.
Lo cierto es que esa imagen, entre tétrica y extraña, hace del reloj un atractivo bastante difícil de fotografiar por el reclamo que despierta entre los turistas.
Nos acercamos a las inmediaciones del Queen’s College, tenemos mucha curiosidad por ver el famoso Puente Matemático, o Puente de Newton que dicen las leyendas. Para eso llegamos al Silver Bridge, desde allí se puede observar perfectamente esta curiosa construcción que comunica los edificios del Queen’s College, el nuevo y el viejo. La zona estaba muy animada y el flujo de embarcaciones de paseo por ese sistema de palo-empuje parecido a las góndolas, es incesante por el río Cam.
Desde la distancia, el Puente Matemático tiene una apariencia muy de imaginarte a Newton colocando tablones de madera rectos y desafiando a la gravedad, hasta ser capaz de construir ese puente que se observa sin un solo tornillo, tuerca, o elemento de sujeción. Para completar la leyenda, se dice que unos estudiantes, queriendo demostrar que también ellos podían, lo desmontaron y, al intentar volverlo a hacer… eso ya no se sujetaba y hubo que anclarlo.
Eso es lo que se cuenta pero parece ser que la realidad es otra. Que ese puente se construyó con posterioridad a la muerte de Newton, y fue William Etheridge el que se encargó de su diseño, que incluía desde el principio elementos de anclaje. Lo cierto es que el puente tiene enganche, y el hecho de construir esa curvatura con tablones totalmente rectos, sigue haciendo del Puente Matemático un rincón que los visitantes quieren contemplar.
Desde el Puente Silver miramos en dirección opuesta al puente matemático, allí se encuentra, para los amantes de Pink Floyd el primer local donde tocaron, The Anchor. Avanzamos por las calles hasta buscar otro de los puentes que hay más adelante donde podemos bajar al nivel del río. Desde ahí se observa el Darwin College, el primero de Cambridge en admitir alumnos de ambos sexos. Nos encontramos ante un embarcadero y una especie de parque que va por el margen del río donde Cambridge pasa de ser un lugar agitado en una tarde en agosto a un paseo casi solitario entre la vegetación.
En un rato estamos dando la vuelta, de nuevo el cansancio cae, cae mucho, nos duelen los pies, los riñones. La cámara ya no sabemos cómo sujetarla y pensamos en dejarla abandonada en cualquier rincón. Decidimos sacar un poco de fuerza y acercarnos a Magdalene Bridge, el otro puente público.
Allí mismo, se encuentra el lugar desde donde salen las barcas. Nos sentamos al borde del embarcadero y vemos a los barqueros (estudiantes principalmente) de cerca por primera vez. No van todos uniformados, pero sí que el pantalón corto de estampado escocés predomina. De fondo, otros chicos jóvenes están con su equipo de música regalándonos un sonido poco identificable por nosotros.
Nos quedamos 20 minutos ahí sentados, viendo las barcas ir y venir, haciendo punting, que es comparando como llevan los barqueros las barcas y como se las apañan los turistas para no caer directamente al agua, eso si que es un milagro y no el Puente de Newton o el Reloj del Escarabajo.
Cuando nos vamos a poner de pie, no respondemos de nosotros, así que llega el momento de tomar una decisión. Queríamos cenar en un pub inglés, pero era tal el cansancio que el estómago estaba cerrado. Pensamos que tendríamos más noches para hacerlo, todas las vacaciones por delante en Inglaterra. Buscamos un supermercado para ir comprar avituallamientos.
Como nuestros itinerarios son densos y pueden estar condicionados por meteorología, queremos tener siempre comida con nosotros, seguir un poco la dinámica de Escocia, comidas nuestras, cenas en pubs. Pero en este caso no siempre pudo ser así.
Compramos agua, dulces, fruta, pan de molde, aperitivos, algo de embutido, y nos vamos en busca del autobús para volver al hotel.
No tardó demasiado en llegar y, de nuevo, en 15 minutos estábamos en nuestra parada. Descargamos el coche, llegamos a la habitación y ni las maletas había que deshacer, como decíamos en estos viajes, uno es una tortuga.
Al tocar la cama, tocamos el cielo. Como la habitación tiene cafetera, nos tomamos algo de lo que habíamos comprado, un café calentito, unas galletitas… y nos parece increíble todo lo que el día ha dado de sí y todo lo que queda por delante. Ponemos el despertador muy temprano… las 7.30 y nos dormimos casi hablando, recordándolo todo,…
Al día siguiente, Canterbury, no se nos olvidará esa catedral, y los acantilados de Dover, un poquito de paisaje británico
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