Por la mañana, en Bristol amanecemos cansados como cada día. Es una sensación que con el paso del tiempo no se alivia, el día que no tenemos agujetas, tenemos dolores musculares o, simplemente, agotamiento general. Y pensamos… “Si tampoco hicimos tanto ayer ¿no?...”
Como os comentábamos en la anterior entrada, no teníamos contratado desayuno, así que aprovechamos la cafetera de la habitación para hacernos unos cafecitos, y procedemos a la cata de los dulces que tenemos.
Tras ducha y desayuno estamos listos para salir, y sin tener que cargar con las maletas ¡Qué gusto! En la recepción del hotel, pedimos que nos validen el ticket del parking. Teóricamente, el precio eran unas 12 libras o así, pero no hay ni un solo día que paguemos esa cantidad. Cada vez que lo metemos en la máquina nos sale un precio que ronda las 8 libras, no nos vamos a quejar.
El primer destino del día va a ser Wells, en el condado de Sommerset. A priori, y por lo que nos habíamos informado, Wells es la ciudad más pequeña de Inglaterra, ya tenemos “el más” de Wells, al que se suma con contar con el privilegio de tener probablemente “la calle más antigua continuamente habitada de Europa”. Además, su casco antiguo tiene más de 700 años, y su catedral es imponente, con todo eso no necesitamos muchos más motivos para acercarnos allí.
Se encuentra a unas 22 millas al sur de Bristol y se tarda unos 50 minutos en llegar allí. Tardamos un poco en encontrar aparcamiento, primero vemos uno perfecto, justo en la plaza que da entrada a la zona amurallada, la llamada plaza del Mercado, pero ese resulta ser de corta estancia. Luego encontramos sitio en una calle, pero aunque no hay un cartel cerca, al no ver a nadie aparcado, nos resulta sospechoso, así que preguntamos a un comerciante del lugar y nos dice que sólo se puede parar 30 minutos (en la entrada de Preparando el Viaje os hablamos del aparcamiento en general).
Finalmente, no demasiado lejos de allí, a tan solo unos minutos del centro, encontramos un aparcamiento donde podemos estacionar durante unas cuantas horas. Ya sabéis, al presupuesto del viaje por Inglaterra siempre hay que sumar el coste de los aparcamientos.
Empezamos a caminar por Wells, llegamos a la plaza del Mercado, desde ella ya se divisa la torre de la Catedral. En esta plaza se celebra un mercado local los miércoles y sábados, para que lo tengáis en cuenta. En nuestra visita no tocaba.
Tras atravesar la muralla, nuestro primer punto de interés es el templo. Lo encontramos en una amplia y enorme pradera verde por la que hay caminar un buen rato para conseguir que la catedral entre dentro del visor de la cámara.
La fachada de esta catedral es diferente al resto de las que habíamos visto hasta el momento, más líneas rectas y las torres en punta desaparecen para encontrarte esta joya que nos parece muy bonita, decorada con más de 400 esculturas en su fachada. Tres siglos tardó en construirse. Su estilo es gótico temprano y en su emplazamiento, previamente, hubo otro templo. Quedan algunos restos de éste y su estilo en el claustro.
Después de haber visto varias catedrales en los anteriores días, nos encontramos en muchas ocasiones con imágenes confusas en la memoria, que nos llevan a entremezclar unas con otras. Esto nos pasaba, sobre todo, cuando estábamos allí, que teníamos la cabeza llena de calles, piedras y gótico inglés.
Pero al ver la catedral de Wells sabemos que con esa no no nos va a pasar, es diferente por fuera, y por dentro, y no con ello decimos que sea la más bonita, eso lo mejor es que cada uno juzgue. Canterbury es difícil de superar para nosotros.
La entrada a la catedral de Wells es gratuita, al igual que en Salisbury, está sujeta a la donación. En su interior encontramos el arco tijera del s.XII, un recurso arquitectónico que en este templo es totalmente visible y divide en dos parte la planta. En su interior también se encuentra, no “el más”, pero sí el segundo reloj más antiguo del mundo en funcionamiento. Se trata de un reloj medieval donde merece la pena quedarse un rato para ver su movimiento cuando da las horas.
Tras la visita al interior de la catedral, nos acercamos a la oficina de turismo que se encuentra al lado del templo. Allí, muy amablemente, nos dan información. Es bastante normal, al menos en nuestra experiencia, que los planos de la ciudad que te ofrezcan en las oficinas sean de pago. Allí, tras la explicación la mujer nos ofrece un plano. Lo cogemos y tras hacerlo nos pide el importe del mismo.
Casi de forma automática los dos decimos que no, que no, que lo llevamos en la mente. La cara de la mujer fue un poema. Y es que a esas alturas, entre parkings y entradas las libras rodaban en libertad.
Os contamos esta ruín anécdota, porque tras visitar lo que os vamos a contar ahora, nos encontramos, a la hora del mediodía a la amabilísima mujer de la oficina de turismo por la calle y, nada más vernos, nos dijo que nos andaba buscando porque había conseguido un folleto “free” (gratis) para nosotros. Aún nos reímos recordándolo. Ese día debimos contribuir a dar una imagen de crisis de verdad de los españoles…. o racanería extrema. Disculpadnos compatriotas por contribuir a esto.
Bueno, a escasos metros de la catedral y de la oficina de turismo se encuentra la que dicen que es la calle más antigua habitada de forma continua de Europa, la Vicar’s Close. No habíamos visto ninguna imagen previa, sólo leído sobre ella. Y en nuestra imaginación esperábamos un callejón sin mayor interés que ser un “más” sin mayor trascendencia.
Para nuestra sorpresa encontramos una calle maravillosa que ha debido robar años de vida útil a nuestras cámaras porque, mínimo, trajimos más de 70 fotos de ella. Es una calle totalmente residencial, empedrada, por la que se accede por debajo de un arco, para adentrarte en un viaje que te lleva bastantes siglos atrás, al s.XIV. Las chimeneas son un elemento que llegaron un siglo después. A los lados las viviendas y al fondo lo que fue una capilla y biblioteca, hoy Escuela de la Catedral de Wells.
Una calle que parece mantenerse intacta durante más de 700 años y que tiene una estética que nos asombró.
Salimos de la calle, en un momento en que el sol brillaba, en busca del Palacio del Obispo o Palacio Episcopal. El precio de entrada es de 7,50 libras. Se construyó para alojar a los obispos de Wells y Bath y está en pie desde hace 800 años.
Está rodeado por un foso con patos y cisnes que regala una bonita imagen. Para entrar, se atraviesa un paso levadizo. Lo que es el interior del edificio, en sí mismo, no nos cautivó. La mayor parte del palacio es visitable, tiene mobiliario y demás. Hay otra parte que no es visitable y todavía se destina a la vivienda de los clérigos. Y lo que sí nos pareció precioso fue sus jardines.
En el momento que comenzamos a perdernos por ellos, la lluvia quiso acompañarnos un ratito. Durante algunos momentos de manera más intensa y en otros menos. Un montón de detalles y flora se reparten por el terreno.
En nuestro paseo encontramos el lago que refleja la catedral (típica imagen de Wells) y algún rincón que se convierte casi en una postal.
En el terreno hay pozos, de hecho, el nombre de la ciudad se traduce como tal y viene del terreno en el que se ubica. Un arboretum y un Jardín comunitario son otros de sus apartados.
Tras el paseo por los magníficos jardines de cuento, buscamos un lugar para comer. Esta vez hemos prescindido de nuestro picnic y optamos por buscar un local donde tomar algo.
Durante la comida, que era un clásico bocadillo de 1.000 ingredientes, pensamos que no va a haber fuerza para continuar. Pero claro que la hay.
En apenas un rato estamos de nuevo en la zona de la catedral. En su puerta se está rodando la escena de alguna serie o película. Los cielos ingleses amenazan y juegan con las nubes de Mordor y el sol esquivo. Así que pensamos que es un momento perfecto para volver a la calle del Vicario y disparar unas cuantas veces más la cámara fotográfica.
Paseamos un rato más por las calles de Wells antes de partir a nuestro próximo destino… Más o menos a las 5 ó 5.30 de la tarde llegamos a Glastonbury a 15 minutos (unas 6 millas) de Wells.
Nuestra parada en Glastonbury siempre fue una duda, no teníamos muy claro si hacerla o no. Al final, como en Wells acabamos prontito, y eso que lo visitamos con mucha calma, decidimos acercarnos con una idea, sobre todo, subir a la colina Glastonbury Tor, donde se encuentra la Torre de San Miguel y desde donde se tienen unas bonitas vistas.
La lluvia nos acompañaba. Por lo que habíamos leído, un autobús te acercaba al pie de la colina y luego ya había que subir andando. En nuestro caso, a parte de que nos costó encontrar la parada del autobús, encima, llegamos tarde y acababa de salir el último del día. Así que, en nuestro caso, fuimos a pie desde el mismo pueblo hasta la torre.
Glastonbury es muy conocido por su Festival de Artes Contemporáneas que se celebra en junio y que que toma el nombre de la ciudad aunque se celebra a 10 km de la ciudad. El otro motivo por el que es conocido es por una especie de carácter mágico y místico que rodea la ciudad.
Lo cierto es que al pasear por sus calles, es un lugar bastante pequeño, se desprende un carácter especial, tiene aires hippies por las esquinas. Nos pareció un poco de película, sin nada claramente reseñable, eso sí.
Con lo que sí disfrutamos fue subiendo a la Torre de San Miguel. Esa colina, históricamente, está identificada como un lugar mágico. La torre que queda en la cumbre es fruto de los restos de la antigua iglesia de San Miguel, construida en el s.XII y que tras un terremoto quedó casi destruida. Ahora, la torre no tiene tejado.
Entre las leyendas sobre este lugar están los que llamaban a esta zona el Avalon del Rey Arturo o las que vinculan su existencia con druidas.
Hay menos distancia de la que parece desde el pueblo hasta la cima de la colina. Un rato por el pueblo de unos 15 minutos y luego colina arriba serán otros 15. Es un camino que se sube sin dificultad, más allá del cansancio que pueda provocar una pendiente. A partir de un momento en la cuesta aparecen unos escalones para facilitar el ascenso.
Arriba soplaba el viento como si no hubiera un mañana, pero las vistas que se obtienen de los valles a los pies es una maravilla. Nos quedamos un rato haciendo fotos del paisaje y de nosotros dando saltos (sí, así somos…) y terminamos sentados refugiados tras una roca para protegernos del viento, hasta que emprendemos el descenso, en busca de un supermercado para rellenar las provisiones.
A las 6.30 más o menos el pueblo estaba prácticamente vacío. Compramos en el único sitio que encontramos, donde los alimentos, de por sí, eran raros… y nos vamos camino a Bristol, que se encontraba a 1 hora y cuarto más o menos.
Esa noche cenaríamos en el restaurante Mackenzies de Bristol, en la zona del puerto de nuevo, después de habernos tomado algo en una terracita. Cena por 28 libras en un lugar apacible y la comida normalita, sin destacar especialmente.
Al día siguiente, nuestro destino era una bonita ciudad, con restos de la época romana y cuyo principal protagonista eran una termas… Bath…
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Revista Cultura y Ocio
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