Volví a caer en las garras de Antoine y, como siempre, terminé más intrigada del Pequeño Príncipe de cómo había iniciado.*
Más que una intriga, es un enigma.
Sí, propio así. Un enigma que me inquieta y que me está carcomiendo el corazón y que me lo hace palpitar como un bombo: tan fuerte tan fuerte, que con cada bom-bom, bom-bom, bom-bom, se levanta el viento, y el viento levanta las paredes de mi corazón rojo Valentino que suelta los palillos para poder protegerme pero que con violencia los vuelve a recoger, para seguir palpitando. No está jugando ¡no! Me está protegiendo. Como lo ha hecho desde cuando respiro.
Porque eso que dicen del corazón, que es ciego, en mi caso, es cierto. El mío en particular es ciego de nacimiento y no logra ver fuera de esas paredes rojo Valentino; por ende no ha visto que yo he crecido.
No ve. No sabe de razones. Como tampoco sabe que en estos años yo he llegado a conocerlo y que he aprendido que cuando este músculo con paredes rojo Valentino late al ritmo del bombo, tengo que escucharlo, porque cuando el corazón late así de fuerte es señal de que está vivo.
Y será por como leí esta vez el Principito - como cuando de pequeña caía un libro en mis manos y no lograba avanzar de página aunque que el libro fuese fascinante - que de nuevo este corazón rojo Valentino comenzó a palpitar al ritmo del bombo.
Y yo que siempre me había reprochado mi falta de concentración a la hora de leer. Pero ayer dejé de hacerlo. Ayer que reviví ese método de lectura muy mío, y que volví a sonreír y a ser feliz como cuando yo era niña y adolescente y me pasaba las tardes divagando por las páginas de un libro sin cambiar de página. Donde algunas veces mi voz sustituía la del narrador y era yo que continuaba hasta terminar la historia; otras me gustaba pensar que el autor me explicaba porqué escribía una cosa en lugar de otra, o porqué le hacía hacer una cosa a un personaje cuando le hubiese gustado hacerle hacer otra, opuesta a la que terminó por escribir en esas páginas.
El problema de este enigma es que no sé cómo explicarlo, por lo que lo mejor será comenzar por el principio.
** El Principito, Antoine de Saint-Exupéry