Consciencia.
Recuperas la certeza de tu existencia mediante una compleja reprogramación vital en la que antes no había nada. No sabes cómo has llegado hasta aquí. No tienes recuerdos, salvo algunas imágenes que te parecen fotogramas de una vida que no reconoces: la onda expansiva de una explosión devastando todo a su paso, y tu cuerpo pulverizándose en medio de un infierno. Todo concentrado en un segundo que dio paso a un final inesperado y abrupto.
Despertar.
Emerges de una pesadilla de profundidad abisal, donde te contemplabas a ti misma en un sobrecogedor silencio cósmico, ingrávida en el vientre materno cuando todavía estaba todo por empezar. Te encuentras en posición horizontal bajo el techo de una sala de luminiscencia azulada, fría y aséptica. Un silencio intranquilizador ocupa la estancia, roto por quedas intermitencias electrónicas de una avanzada tecnología que te rodea.
Reconstruida.
No sabes quién fuiste; no sabes quién eres. Tratas de obtener respuestas intentando retrotraer tu nueva consciencia a un pasado que ya no existe, y te pierdes en la ausencia de los recuerdos que ya no están. Despiertas y te ha parecido el letargo finito de toda una vida y te miras a ti misma sin reconocerte, reconstruida en una inquietante anatomía sintética de tejido y sangre, automatismos y ciencia, cuya única humanidad reside en esa pequeña grieta que empieza a abrirse en lo más recóndito de tu mente.