Ayer fue la primera vez en mucho tiempo que pasó desapercibido.
Según los entendidos, los psicólogos y los eruditos, esto sucede justo cuando has conseguido normalizar una situación que tiempo atrás te había tenido con el alma en vilo. Bueno, más que en vilo, mi alma ha estado saltando por los aires como si una bomba de relojería no hubiera tenido ningún reparo en que explotase un día sí y al otro también.
Y de qué manera, ¿verdad? Sí, sí. Te lo digo a ti, M. Porque han sido meses de reventar: primero de horror, después de rabia, más tarde de miedo… hasta llegar al vacío. A un vacío lleno de un ruido sordo que casi acolcha. La sensación de una bajada de tensión constante que me hacía caminar sin saber muy bien hacia dónde… En fin, a estas alturas tampoco te voy a descubrir nada que tú no sepas.
He estado descontando días como quien deshoja margaritas sólo con la firme intención de que a mi esternón le cupiera un poco más de aire. Quizás ese que me respirabas. Porque hay personas que son oxígeno y tú eras la burbuja que siempre queda después del caos.
Pero, de repente, fuiste tú quien lo trajiste: tú trajiste el caos. Inesperadamente, si no no sería un caos. Me metiste de lleno en un auténtico desgobierno de mi misma… y no vino sólo. La fiesta macabra me tenía reservadas esas garras que te raspan lo poco de integridad que te queda después de perder la batalla de 4 inviernos.
No viniste nunca más tú. Como tampoco lo hizo la mano que necesité para levantarme. Esa mano también huyó, pero víctima de los otros miedos que a veces asaltan y te vuelven de goma. Me abandonó la seguridad de lo que llevaba haciendo 14 años. Sin cesar. Sin parar. Me aplastó el asfalto. Me dejó en bragas la memoria.
Pero pude más. Como si esto fuera un cuento de Dickens, necesitaba un buen final. Porque ser huérfana de algo más que un padre, lejos de herirte, te hace más noble. Más humilde. Y más fuerte.
Toqué fondo hace no mucho… Lo sabes. Sé que lo sabes, porque estuviste allí. Quizás conocedor de que se barajaba el cambio y no querías dejarme sola ante el abismo. Esta vez sí tuve cerca una mano para levantarme. O al menos, para no desgastarme. Tuve el abrazo que te hubiera pedido; olía más joven, pero fue capaz de darme las vueltas de tuerca que se me habían girado…
Sin saber aún qué se cocía para horas más tarde, poco antes, esa misma noche, había estado nevando. Al salir a la calle y empezar a caminar, mientras crujían mis pasos creando nuevas huellas y con unos cuantos copos en mi flequillo, recordé tus palabras de hace muchos años: “Me gusta el silencio que se crea cuando nieva, porque es esponjoso, suave… Me gusta ese silencio porque sólo guarda opciones y posibilidades. La vida, al fin y al cabo, es una posibilidad“. Fue la señal. Ahora lo sé. Pero no pude verla hasta que más tarde llegaste tú, todo tú, para recordarme que no nací sabiendo que esas opciones de las que me hablaste ahora se podían abrir ante mi. Sin más. No necesitaba perder más tiempo. Estaban ahí. Justo delante. Donde siempre habían estado.
Durante unos instantes, no supe sostener esa idea. De tan nueva, me parecía indefendible. ¿De dónde iba a sacar más fuerzas si ya se las habían llevado todas? No me llegó nada más. Mi pregunta se quedó sobre la colcha fría, haciendo compañía a la noche aún más fría y a la persona que ocupaba el otro lado de la cama. Vagamente, recuerdo que hubo unas lágrimas que me quemaron las mejillas. Vágamente, recuerdo que se encendió una luz. Vágamente, recuerdo que llegó ese abrazo…
La mañana me pareció moverse lenta. No sé cómo llegué al volante. Pero después, cuando el sol empezó a saludarme en la carretera, me sentí como en casa. Conduje de vuelta durante unos cuantos kilómetros que escondían las casas, el monte y el asfalto en ese blanco que ahora ya, por fin,yo miraba con otros ojos. Llegaron más lágrimas. Y con ellas, llegaron también más manos, más agallas y menos polvo en el camino.
Ayer se cumplieron 14 desde que hiciste el mutis de la obra. Y no me di cuenta hasta hoy, que miré el calendario y vi un 29 remarcado en rojo. Fue justo que recordé dónde se había empezado a cerrar todo. O a iniciar todo.
No hay que subestimar el poder de las palabras. Las tuyas se volvieron mías aquella noche hace dos meses. Y las recupero aquí para que pueda volver a ellas cuando se me olvide, si es que lo hago, que la vida es una posibilidad. Una bella, flamante y disparatada posibilidad.
La vida es un regalo que merece ser contada…
A M. 28/11/2014
Es curioso lo relativo que es el tiempo. ¿Verdad? Lo despacio que a veces queremos que pasen algunos minutos… sólo porque estamos en la gloria. Y estar ahí es lo más cerca que yo he conocido de la felicidad, la de verdad. Soy afortunada de tener buenos recuerdos. Los de pan y cebolla. Todos. Todos me han dejado en el punto en el que me encuentro ahora. Y me siento bien cuando me miro al espejo… Tanto como para saber que lo mejor está por llegar.
Aunque lo mejor quizás ya esté rondando por aquí. El tiempo, como te he dicho, es relativo. Sé que de algún modo me estás sirviendo de motor de búsqueda para lo que llevo deseando tantos años. Lo curioso es que en éste, éste último, han pasado muchas cosas y muy deprisa. O quizás ese era el ritmo normal al que tenían que sucederse.
No lo sé. Sólo sé que estoy aquí y ahora. Sentada en el cuarto que me reservásteis en la casa que elegimos juntos. La que por fin conseguimos y donde colocamos los pedazos que habían viajado con nosotros por todas partes. Nos hemos cogido muchas veces de las manos; también otras tantas tuvimos que sacar una cara más amable que no hiciera saltar todo por los aires… Porque motivos hubo. Pero conseguimos no meter la pata, respirar profundo y pensar con el corazón más que con la cabeza.
Un año, papá. Y sé que si por algún motivo alguna vez me hubieras hecho la pregunta: “¿Me querrás el resto de mi vida?”, te hubiera respondido sin dudar algo que hoy escuché por casa: “No… Te querré el resto de la mía”.
Y así será. Siempre. Todos los años. Sean relativamente buenos, malos, cortos o largos.