Busto homenaje al último alcalde republicano de Carmona.
La foto es de Sara Roldán.
Un día ya escribí que cuentan los más mayores que aquel día en Madrid brotaba la primavera y que a la par brotaba la alegría, que las gentes se abrazaban por las calles, que las mujeres repartían escarapelas y alfileres con la tricolor, que las calles eran mareas humanas, los taxis hacían sonar los cláxones, los chiquillos cantaban… Cuentan los más mayores que ese día Madrid fue una ciudad feliz porque la primavera había llegado a España para deshacerse de los viejos modos, del caciquismo, porque la libertad asomaba en los balcones simbolizada en banderas recién bordadas.Y cuentan los más mayores que en esa felicidad también había buena parte de ingenuidad. Una ingenuidad que terminó dándose de bruces contra el golpe de Estado franquista.
No es tiempo para nostalgias aunque es bonito rememorar aquellos días y pensar lo que pudo ser y no fue. Eibar fue el primer pueblo que izó la tricolor en su Ayuntamiento. Fueron multitud las localidades que andaban pendientes de lo que ocurría en aquel bullicioso Madrid para desenterrar miedos. Miedo a los caciques y a ese clero que estaban metidos en la espina dorsal de España. Los ayuntamientos han sido la más cercana administración de la ciudadanía y fueron miles los alcaldes cómplices de su pueblo. Este verano pasé rápidamente por Carmona, en Sevilla, y allí estaba un busto homenaje al último alcalde republicano, uno de tantos buenos alcaldes, conocido como Curro Elías. Vale, el busto lo esculpió y lo donó un tío mío, escultor: Pedro Sánchez Panadero y allí luce al fresco de un parque.
Y no sé qué habría sido de este país si el franquismo no hubiera triunfado contra la democracia. Puedo intuir cómo andaría la educación, cómo la Iglesia no tendría privilegios; puedo intuir que los derechos civiles y sociales serían grandes, que ya hasta el 39 éramos vanguardia en muchos. No sé si Catalunya y Euskadi, o Euskal Herría quizá, serían parte de una República Federal. O si serían repúblicas independientes.
Con todo, este país, puzzle de identidades y sentimientos podría haberse quitado las cadenas impuestas por esos poderes seculares: los poderosos, propietarios de las tierras; la Iglesia católica y su brazo armado, esa parte del Ejército que se consideraba columna vertebral de España. Ese ejercito salvapatrias cómplice del nazismo y el fascismo.
Si la República no hubiera sido tan ingenua, este país sería más educado y más culto. Más formado. Con más posibilidades. Este país no viviría bajo un sistema antiguo, trasnochado, casposo, hereditario, machista y con privilegios. La monarquía es un sistema corrupto e irracional por definición. Es un sinsentido. Seguramente sea cierto que en la Transición no se pudo hacer otra cosa por evitar un baño de sangre y una renovada y reforzada represión. Se mantuvo la bicolor, un himno sin letra y una familia real. Y los vencedores del Golpe estaban ahí, latentes y hoy dando la cara.
Desde anoche en la cena, pasando por el desayuno y todo el día de hoy me encuentro a un patético jefe de estado paseándose con sus amigos de los Emiratos Árabes para intentar levantar su imagen, su marca, que no la de España. Su paseo internacional, dos años después de aquella cacería de elefantes con su amante, roza el rídiculo. Esta es ya una monarquía bananera.
Los monárquicos, quienes le quieren, el mejor consejo que podían darle al rey es que se marche. Si no, nos lo va a poner todavía más fácil. Ahora bien, tan patético como el jefe de Estado es la mirada hacia otra parte de los grandes partidos políticos, especialmente el PSOE. Es incomprensible la actitud de un partido socialista de alma republicana que ve la degradación de la monarquía sin decir ni pío.
Lo que es evidente es que la República vendrá, quizá como otras veces. Tranquila, con alegría y de la noche a la mañana.
Pues eso: ¡Viva la República!