Revista Cultura y Ocio
15 días en Irlanda e Irlanda del Norte. Día 10: Península de Dingle y Castillo de Ross
Por Tienesplaneshoy @Tienesplaneshoy
Amanece en Killarney como si se hubiera hecho un agujero en el cielo y hubiera una fuga de agua. Llueve mucho.
El día anterior lo habíamos dedicado a recorrer alguno de los pueblos de Irlanda. En este día teníamos previsto recorrer la Península de Dingle. Ese era todo nuestro plan. Hacerlo con calma y, cuando acabáramos, volver a Killarney. Vamos a ver cómo gestionamos la lluvia intensa durante todo el día para poder ver los paisajes de esta zona del Parque Nacional de Killarney.
El recorrido va a ser circular. Nosotros lo vamos a hacer en el sentido de las agujas del reloj, algo que nos resulta cómodo, ya que las pocas veces que coincidimos con algún autobús no nos toca hacerlo de frente.
Habíamos leído que las carreteras en esta zona eran estrechas. No más que en otras partes de Irlanda. De hecho, nos parecen bastante aceptables.
La zona de Dingle es como adentrarte en una Irlanda más salvaje.
Salimos con dirección Dingle (pueblo). La carretera inicialmente es de las que tienen marcada hasta la línea divisoria central (deluxe). A lo largo del viaje, vemos flores en numerosas ocasiones pero va a ser en este itinerario donde éstas más van a resaltar. Pegado al margen del asfalto la vegetación parece querer conquistarlo todo y, concretamente, las flores hacen de ese día gris algo diferente.
Nos encantan esas flores. Los paisajes se van mostrando como una alfombra verde con casitas salpicadas. Nos vamos aproximando al mar y la primera parada que hacemos es en Inch Beach.
En Inch Beach cae la lluvia de una manera que “duele”. Sí, sí… duele. Es lluvia fina acompañada de vientos fortísimos y parece que se te clavan como agujas en la cara. Nos tenemos que quedar un rato dentro del coche esperando el momento para salir. Tras un par de minutos, decidimos que no podemos esperar más. En 3 minutos acabamos calados. La lluvia nos viene por delante y por detrás, y el viento nos mangonea como quiere. Es impresionante.
Continuamos la carretera, y nos vamos encontrando paisajes preciosos. Imaginar esos paisajes con más luz y menos lluvia nos hace soñar. Aún así, continuamos. A ratos para de llover, y a ratos vuelve. Hacemos numerosas paradas.
Una de ellas es impresionante. Sopla tanto el viento que el mar está totalmente asalvajado, las olas llevan tanta fuerza que en vez de verse el azul, la costa se ha cubierto de una capa de espuma blanca infinita que generan las olas al romper. Paramos al borde de la carretera, aprovechando que no hay mucho tráfico.
Al disparar las fotos vemos que en algunas sale el pelo en ellas (el mío, el que no escribe no tiene ese problema, ya le gustaría), el viento lo azota y mueve de lado a lado haciendo que mechones se cuelen delante del objetivo. Y si no hay pelo, hay agua, gotas que caen directamente en la lente. Una pelea de decenas de fotos para conseguir un par decentes.
Continuamos por la Península de Dingle parando cada vez que vemos ocasión e ignorando las inclemencias meteorológicas. Es el día en el que estamos en Dingle, no podemos dejar que la lluvia nos venza.
A pesar del clima, Dingle no está resultando para nada decepcionante. Esta es la zona de paisajes donde se rodó La Hija de Ryan.
A la hora de comer llegamos al pueblo de Dingle. Los paisajes de esta zona son preciosos para intentar comer al aire libre, pero nosotros no lo vamos a poder aprovechar. El tiempo no da tregua.
Para aparcar hay que hacerlo en la zona del puerto. Está hasta arriba de gente, pero tras unos minutos conseguimos un hueco para nuestro coche de alquiler.
Comemos en Marina Inn. No nos apetece ponernos a buscar, así que entramos en uno de los primeros que nos encontramos en el puerto. El local tiene un decoración típica del país. Nos sentamos en unas mesas bajas rodeadas de taburetes. Al alzar la vista y mirar al que no escribe me da la risa. Tiene una cara de salud impresionante, un curtido del viento, la cabeza mojada, gotas por todos los lados. Hay que sacarle una foto, lo normal sería que tuviéramos cara de castigados, pero no, unas vacaciones está claro que sientan bien, te llueva o no, no hay más que vernos. Hace días que en mi caso he abandonado el secador, el maquillaje y cualquier accesorio embellecedor, vamos salvajes como Irlanda y su clima.
Para comer, un fish and chips y unos langostinos en salsa con arroz. El primero muy mejorable, el pescado parece fresco pero el rebozado basto y demasiado frito, recuerda más a la merluza a la romana que te ponen en España en los comedores escolares que a un fish and chips de los de verdad. El plato de langostinos un aciertazo, cocinados con un toque oriental. Agua para beber y 2 cafés. Total 35€. Atención normal.
La comida nos sirve para coger un poco de aliento. Cuando abrimos la puerta la lluvia continua. Nos ponemos las capuchas, cámaras bajo chubasqueros y paseito de sobremesa bajo el agua.
En Dingle encontramos una estatua que homenajea al delfín más famoso del lugar, Fungie. Fungie es un vecino de la Bahía de Dingle. Dicen que en los años 80 apareció este simpático delfín que vive en esta bahía. Por ello, en vuestro paseo por Dingle veréis numerosas referencias al delfín, y diferentes excursiones organizadas para ver al querido Fungie. Nosotros, entre viento, niebla, lluvia y la suerte animal que nos caracteriza en los viajes, dejamos que el resto del mundo disfrute de la excursión para el avistamiento de Fungie o sus discípulos (porque no tenemos la certeza de que sea el mismo delfín) y nos ponemos a pasear.
Le dedicamos, después de comer, menos de una hora al paseo bajo la lluvia por el pueblo y volvemos al coche. Tenemos en mente pasar por el Connor’s Pass.
El Connor's Pass es el paso de montaña más elevado de toda Irlanda, una carretera estrecha y serpeante por la que queríamos alcanzar unas buenas vistas y pasar al otro lado. Irlanda no es un país con grandes elevaciones, así que no es que se vaya a subir muchísimo, pero sí que apuntaba maneras la idea, a pesar de tener que enfrentarnos a una carretera sinuosa.
Ponemos rumbo hacia allí, está muy cerca de Dingle. Vemos que las nubes están amarradas a las montañas irlandesas. Aún así, comenzamos a subir. En menos de un minuto no se ve absolutamente nada. Ni de frente, ni a los lados. Sigue lloviendo y la niebla es totalmente densa. Momentos de tensión. Es estar en ese punto en el que no puedes dar la vuelta, avanzas y tampoco se ve nada, la carretera tiene un quitamiedos de piedras bajitas que no lo ves.
En un momento decidimos que hay que dar la vuelta como sea y, haciendo una maniobra peligrosa, pero que entendemos que lo es en menor medida que seguir por ese camino con la niebla, retrocedemos sobre nuestros pasos.
Las vistas nos recuerdan a nuestra experiencia subiendo al Top of Tyrol en Austria, donde fuimos premiados con una experiencia muy parecida… Aquí estábamos en el paso de montaña más alto de Irlanda, allí estábamos en uno de los que dicen que es de los mejores miradores que hay, y en ninguno de los dos sitios vimos nada.
Continuamos recorriendo las carreteras de Dingle y llegamos a pasar una vez más por la Playa de Inch, que en la mañana nos había regalado unos vientos y gotas de lluvia como agujas. Esta vez paramos en la carretera para verla desde lo alto y esta parada nos ofrece un espectáculo “la mar” de entretenido.
La playa está llena de surfistas aprovechando los vientos imparables. Pero desde arriba vemos que alguien ha metido su pequeño utilitario hasta la misma arena, aprovechando la marea baja.
El conductor se metió en un chiringo que hay allí y la marea comenzó a subir. En cuestión de escasos 10 minutos el coche se iba encallando en la arena, el agua iba subiendo y la gente que estaba abajo en la playa se iban poniendo alrededor. Las ruedas delanteras cada vez más hundidas en la arena… ¡No nos podíamos ir de allí sin ver el final! El final es que consiguieron sacar el coche con la colaboración de todo el público y no sin bastante dificultad. Nosotros apostábamos a que ni iba a arrancar.
La Península de Dingle se acababa para nosotros. Dentro del coche íbamos exhaustos de estar todo el día azotados por el viento, pero aún era pronto. Así que decidimos ir hacia Killarney pero parando en el Castillo de Ross. Yo empiezo a notar que el estómago no anda bien...
El Castillo de Ross se encuentra a las afueras de Killarney (forma parte del Anillo de Kerry). Nosotros llevábamos las coordenadas y el GPS se vuelve loco para llevarnos allí, nos dice que atravesemos por lugares que no se puede. Al final, no hay nada mejor, que seguir las indicaciones oficiales.
Esta fortaleza está a orillas del lago Leane. Llegamos bastante tarde y decidimos no entrar en el interior (precio de la entrada 4 euros). Dejamos la web con información sobre la visita.
El lugar en el que se encuentra es un paraje bonito. Lástima que en nuestro caso la lluvia vuelve a coger una intensidad imparable. En el aparcamiento no hay casi vehículos y en los alrededores tampoco.
En este castillo vivió el clan O’Donoghue, data de finales del s.XV y dice que fue uno de los últimos castillos en rendirse a Cromwell. En los alrededores hay barquitas que se pueden alquilar. Por supuesto, en nuestra visita, no hace tiempo de paseos en barca.
Aquel día sentíamos que nos iban a nacer las escamas. Mientras estábamos dando una vuelta por los alrededores del castillo vimos que llevábamos las yemas de los dedos arrugadas. Agua y agua sin parar, Irlanda en estado puro.
Después de visitar la zona del castillo, estamos obligados a pasar por el hotel. Nos tenemos que cambiar de ropa. Yo no tengo demasiado hambre, el estómago está haciéndome alguna jugada, pero aun así ponemos rumbo en busca de un lugar calentito donde tomar algo en Killarney.
Callejeamos un poco y entramos en Porterhouse Gastrobar. Al abrir la puerta, hay muchísimo ruido. Pedimos una ración pequeña de alitas para mí, que a pesar de no encontrarme muy bien, reconozco que estaban muy buenas. El que no escribe opta por una hamburguesa de 7oz Angus Beef. Viene acompañada de muchísima guarnición, patatas (fritas con la piel), ensalada y ensalada de col. Muy buena, por poner una pega, la carne demasiado hecha. A partir de las 21:30 tiene música en directo, pero aquel día no llegamos a escucharla, justo en el momento que empezaba la actuación nosotros salíamos por la puerta. Iba loca por llegar al hotel.
La Península de Dingle fue un bonito descubrimiento. Una Irlanda salvaje en todos los sentidos. Nos enseñó su clima más duro en un mes de agosto, su costa brava, sus paisajes verdes, las carreteras de película. Realmente, una zona muy auténtica de Irlanda.
Al día siguiente podríamos comparar la experiencia de la Península de Dingle con el Anillo de Kerry, dos zonas que tienden a ser comparadas y que muchas veces uno no sabe cuál elegir. Nosotros, vamos a conocer las dos.
Debajo de la manta y cuando ya hemos apagado la luz, una última cosa: el pronóstico del tiempo… Vaya… parece que llueve (otra vez).
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Ubicación en Google Maps
El día anterior lo habíamos dedicado a recorrer alguno de los pueblos de Irlanda. En este día teníamos previsto recorrer la Península de Dingle. Ese era todo nuestro plan. Hacerlo con calma y, cuando acabáramos, volver a Killarney. Vamos a ver cómo gestionamos la lluvia intensa durante todo el día para poder ver los paisajes de esta zona del Parque Nacional de Killarney.
El recorrido va a ser circular. Nosotros lo vamos a hacer en el sentido de las agujas del reloj, algo que nos resulta cómodo, ya que las pocas veces que coincidimos con algún autobús no nos toca hacerlo de frente.
Habíamos leído que las carreteras en esta zona eran estrechas. No más que en otras partes de Irlanda. De hecho, nos parecen bastante aceptables.
La zona de Dingle es como adentrarte en una Irlanda más salvaje.
Salimos con dirección Dingle (pueblo). La carretera inicialmente es de las que tienen marcada hasta la línea divisoria central (deluxe). A lo largo del viaje, vemos flores en numerosas ocasiones pero va a ser en este itinerario donde éstas más van a resaltar. Pegado al margen del asfalto la vegetación parece querer conquistarlo todo y, concretamente, las flores hacen de ese día gris algo diferente.
Nos encantan esas flores. Los paisajes se van mostrando como una alfombra verde con casitas salpicadas. Nos vamos aproximando al mar y la primera parada que hacemos es en Inch Beach.
En Inch Beach cae la lluvia de una manera que “duele”. Sí, sí… duele. Es lluvia fina acompañada de vientos fortísimos y parece que se te clavan como agujas en la cara. Nos tenemos que quedar un rato dentro del coche esperando el momento para salir. Tras un par de minutos, decidimos que no podemos esperar más. En 3 minutos acabamos calados. La lluvia nos viene por delante y por detrás, y el viento nos mangonea como quiere. Es impresionante.
Continuamos la carretera, y nos vamos encontrando paisajes preciosos. Imaginar esos paisajes con más luz y menos lluvia nos hace soñar. Aún así, continuamos. A ratos para de llover, y a ratos vuelve. Hacemos numerosas paradas.
Una de ellas es impresionante. Sopla tanto el viento que el mar está totalmente asalvajado, las olas llevan tanta fuerza que en vez de verse el azul, la costa se ha cubierto de una capa de espuma blanca infinita que generan las olas al romper. Paramos al borde de la carretera, aprovechando que no hay mucho tráfico.
Al disparar las fotos vemos que en algunas sale el pelo en ellas (el mío, el que no escribe no tiene ese problema, ya le gustaría), el viento lo azota y mueve de lado a lado haciendo que mechones se cuelen delante del objetivo. Y si no hay pelo, hay agua, gotas que caen directamente en la lente. Una pelea de decenas de fotos para conseguir un par decentes.
Continuamos por la Península de Dingle parando cada vez que vemos ocasión e ignorando las inclemencias meteorológicas. Es el día en el que estamos en Dingle, no podemos dejar que la lluvia nos venza.
A pesar del clima, Dingle no está resultando para nada decepcionante. Esta es la zona de paisajes donde se rodó La Hija de Ryan.
A la hora de comer llegamos al pueblo de Dingle. Los paisajes de esta zona son preciosos para intentar comer al aire libre, pero nosotros no lo vamos a poder aprovechar. El tiempo no da tregua.
Para aparcar hay que hacerlo en la zona del puerto. Está hasta arriba de gente, pero tras unos minutos conseguimos un hueco para nuestro coche de alquiler.
Comemos en Marina Inn. No nos apetece ponernos a buscar, así que entramos en uno de los primeros que nos encontramos en el puerto. El local tiene un decoración típica del país. Nos sentamos en unas mesas bajas rodeadas de taburetes. Al alzar la vista y mirar al que no escribe me da la risa. Tiene una cara de salud impresionante, un curtido del viento, la cabeza mojada, gotas por todos los lados. Hay que sacarle una foto, lo normal sería que tuviéramos cara de castigados, pero no, unas vacaciones está claro que sientan bien, te llueva o no, no hay más que vernos. Hace días que en mi caso he abandonado el secador, el maquillaje y cualquier accesorio embellecedor, vamos salvajes como Irlanda y su clima.
Para comer, un fish and chips y unos langostinos en salsa con arroz. El primero muy mejorable, el pescado parece fresco pero el rebozado basto y demasiado frito, recuerda más a la merluza a la romana que te ponen en España en los comedores escolares que a un fish and chips de los de verdad. El plato de langostinos un aciertazo, cocinados con un toque oriental. Agua para beber y 2 cafés. Total 35€. Atención normal.
La comida nos sirve para coger un poco de aliento. Cuando abrimos la puerta la lluvia continua. Nos ponemos las capuchas, cámaras bajo chubasqueros y paseito de sobremesa bajo el agua.
En Dingle encontramos una estatua que homenajea al delfín más famoso del lugar, Fungie. Fungie es un vecino de la Bahía de Dingle. Dicen que en los años 80 apareció este simpático delfín que vive en esta bahía. Por ello, en vuestro paseo por Dingle veréis numerosas referencias al delfín, y diferentes excursiones organizadas para ver al querido Fungie. Nosotros, entre viento, niebla, lluvia y la suerte animal que nos caracteriza en los viajes, dejamos que el resto del mundo disfrute de la excursión para el avistamiento de Fungie o sus discípulos (porque no tenemos la certeza de que sea el mismo delfín) y nos ponemos a pasear.
Le dedicamos, después de comer, menos de una hora al paseo bajo la lluvia por el pueblo y volvemos al coche. Tenemos en mente pasar por el Connor’s Pass.
El Connor's Pass es el paso de montaña más elevado de toda Irlanda, una carretera estrecha y serpeante por la que queríamos alcanzar unas buenas vistas y pasar al otro lado. Irlanda no es un país con grandes elevaciones, así que no es que se vaya a subir muchísimo, pero sí que apuntaba maneras la idea, a pesar de tener que enfrentarnos a una carretera sinuosa.
Ponemos rumbo hacia allí, está muy cerca de Dingle. Vemos que las nubes están amarradas a las montañas irlandesas. Aún así, comenzamos a subir. En menos de un minuto no se ve absolutamente nada. Ni de frente, ni a los lados. Sigue lloviendo y la niebla es totalmente densa. Momentos de tensión. Es estar en ese punto en el que no puedes dar la vuelta, avanzas y tampoco se ve nada, la carretera tiene un quitamiedos de piedras bajitas que no lo ves.
En un momento decidimos que hay que dar la vuelta como sea y, haciendo una maniobra peligrosa, pero que entendemos que lo es en menor medida que seguir por ese camino con la niebla, retrocedemos sobre nuestros pasos.
Las vistas nos recuerdan a nuestra experiencia subiendo al Top of Tyrol en Austria, donde fuimos premiados con una experiencia muy parecida… Aquí estábamos en el paso de montaña más alto de Irlanda, allí estábamos en uno de los que dicen que es de los mejores miradores que hay, y en ninguno de los dos sitios vimos nada.
Continuamos recorriendo las carreteras de Dingle y llegamos a pasar una vez más por la Playa de Inch, que en la mañana nos había regalado unos vientos y gotas de lluvia como agujas. Esta vez paramos en la carretera para verla desde lo alto y esta parada nos ofrece un espectáculo “la mar” de entretenido.
La playa está llena de surfistas aprovechando los vientos imparables. Pero desde arriba vemos que alguien ha metido su pequeño utilitario hasta la misma arena, aprovechando la marea baja.
El conductor se metió en un chiringo que hay allí y la marea comenzó a subir. En cuestión de escasos 10 minutos el coche se iba encallando en la arena, el agua iba subiendo y la gente que estaba abajo en la playa se iban poniendo alrededor. Las ruedas delanteras cada vez más hundidas en la arena… ¡No nos podíamos ir de allí sin ver el final! El final es que consiguieron sacar el coche con la colaboración de todo el público y no sin bastante dificultad. Nosotros apostábamos a que ni iba a arrancar.
La Península de Dingle se acababa para nosotros. Dentro del coche íbamos exhaustos de estar todo el día azotados por el viento, pero aún era pronto. Así que decidimos ir hacia Killarney pero parando en el Castillo de Ross. Yo empiezo a notar que el estómago no anda bien...
El Castillo de Ross se encuentra a las afueras de Killarney (forma parte del Anillo de Kerry). Nosotros llevábamos las coordenadas y el GPS se vuelve loco para llevarnos allí, nos dice que atravesemos por lugares que no se puede. Al final, no hay nada mejor, que seguir las indicaciones oficiales.
Esta fortaleza está a orillas del lago Leane. Llegamos bastante tarde y decidimos no entrar en el interior (precio de la entrada 4 euros). Dejamos la web con información sobre la visita.
El lugar en el que se encuentra es un paraje bonito. Lástima que en nuestro caso la lluvia vuelve a coger una intensidad imparable. En el aparcamiento no hay casi vehículos y en los alrededores tampoco.
En este castillo vivió el clan O’Donoghue, data de finales del s.XV y dice que fue uno de los últimos castillos en rendirse a Cromwell. En los alrededores hay barquitas que se pueden alquilar. Por supuesto, en nuestra visita, no hace tiempo de paseos en barca.
Aquel día sentíamos que nos iban a nacer las escamas. Mientras estábamos dando una vuelta por los alrededores del castillo vimos que llevábamos las yemas de los dedos arrugadas. Agua y agua sin parar, Irlanda en estado puro.
Después de visitar la zona del castillo, estamos obligados a pasar por el hotel. Nos tenemos que cambiar de ropa. Yo no tengo demasiado hambre, el estómago está haciéndome alguna jugada, pero aun así ponemos rumbo en busca de un lugar calentito donde tomar algo en Killarney.
Callejeamos un poco y entramos en Porterhouse Gastrobar. Al abrir la puerta, hay muchísimo ruido. Pedimos una ración pequeña de alitas para mí, que a pesar de no encontrarme muy bien, reconozco que estaban muy buenas. El que no escribe opta por una hamburguesa de 7oz Angus Beef. Viene acompañada de muchísima guarnición, patatas (fritas con la piel), ensalada y ensalada de col. Muy buena, por poner una pega, la carne demasiado hecha. A partir de las 21:30 tiene música en directo, pero aquel día no llegamos a escucharla, justo en el momento que empezaba la actuación nosotros salíamos por la puerta. Iba loca por llegar al hotel.
La Península de Dingle fue un bonito descubrimiento. Una Irlanda salvaje en todos los sentidos. Nos enseñó su clima más duro en un mes de agosto, su costa brava, sus paisajes verdes, las carreteras de película. Realmente, una zona muy auténtica de Irlanda.
Al día siguiente podríamos comparar la experiencia de la Península de Dingle con el Anillo de Kerry, dos zonas que tienden a ser comparadas y que muchas veces uno no sabe cuál elegir. Nosotros, vamos a conocer las dos.
Debajo de la manta y cuando ya hemos apagado la luz, una última cosa: el pronóstico del tiempo… Vaya… parece que llueve (otra vez).
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