Revista Cultura y Ocio
15 días en Irlanda e Irlanda del Norte. Día 8: Castillo Dungaire - The Burren - Acantilados de Moher
Por Tienesplaneshoy @Tienesplaneshoy
El día anterior de este itinerario de 15 días habíamos estado en Inishmore, la más grande de las Islas Aran, recorriendo esa tierra de tradición y su paisaje pintoresco.
En el día 8, lo que vamos a hacer es visitar algunos de los paisajes más populares de Irlanda. Zonas como The Burren o los famosos Acantilados de Moher, entre otros. Varios puntos de interés... el día comenzará saliendo de Galway y dormiremos en Doolin.
Pero el día va a traernos un compañero de viaje que no lo va a poner fácil. Eso sí, es un compañero habitual por estas tierras, y al menos, vamos a ver cómo nos tenemos que ir adaptando a su presencia.
Madrugamos y bajamos a desayunar en el hotel de Galway. Optamos de nuevo por el desayuno que prescinde de la sartén: Yogurt, tostadas, bizcocho… Cogemos todos nuestros bártulos y ponemos camino al Castillo de Dunguaire.
Llueve. Llueve desde que salimos por la mañana y no solo llueve, el cielo está totalmente encapotado dando un tono oscuro al día que en vez de parecer que son las 9 de la mañana parecen las 8 de la tarde.
Dunguaire Castle es un castillo en un enclave muy bonito, con la peculiaridad de que se dice de él que es el más fotografiado de toda Irlanda. En su día vimos la imagen en internet y nos pareció preciosa. Bueno, la vi yo, el que no escribe no suele mirar mucho para dejarse llevar por el efecto sorpresa. Así que yo iba con una imagen en la cabeza. Cuando llegamos al castillo, hay un aparcamiento al lado de la carretera para estacionar de forma gratuita. Estando allí, a ratos llueve, a ratos jarrea. El agua cae con una intensidad insaciable.
Además, coincide que la marea está totalmente baja, de manera que los bajos del castillo están convertidos en un lodazal impresionante. Por las aristas del paraguas cae el agua formando chorritos como los de las fuentes zen, los pantalones están calados en 5 minutos y se ve todo bastante negro en todos los sentidos. En vez de un castillo idílico parece el castillo de Mordor (este día viviríamos varias Expectativas vs Realidad sobre las que escribimos al poco de volver).
El que no escribe me mira con cara rara, y le muestro una imagen de lo que yo creía que íbamos a ver. Intentamos sacar las cámara, pero junto con la lluvia, para no variar, sopla el viento, así que el objetivo se llena de gotas en segundos. Cuando vamos a disparar no hay casi luz, a las 9 de la mañana y tirando de ISO.
Nos acercamos andando a él, entramos en el patio, al cual se puede acceder gratuitamente y bajo de un tejadillo lo observamos.
Se construyó en el s.XVI por un clan y fue cambiando de mano con el paso del tiempo, hasta que en el s.XX lo compró un cirujano y literato que hizo de este lugar un centro de reunión para el resurgir de la literatura celta y consiguió juntar a figuras de la literatura del país. A mediados del s.XX, cayó en manos de una empresa que se dedica a la explotación turística. Es visitable desde abril hasta mediados de septiembre aproximadamente. Nosotros no visitamos su interior.
La ubicación del castillo está al lado del Kinvara. Aprovechando que la carretera atraviesa el pueblo hacemos una parada en él. De nuevo, paraguas en mano y echamos un vistazo. Nos acercamos al puerto, desde él se divisa perfectamente el castillo, pero la marea sigue muy baja y hace que la escena sea un poco desoladora. Las barcas reposan directamente sobre el barro. Esa zona con la marea algo más alta debe ganar mucho, y con sol, si es como lo que he visto por internet, es una pasada. No os preocupéis, que si no lo pilláis así, siempre podréis echaros unas risas con los recuerdos.
Nosotros, día que tenemos malo, miramos la foto de lo que esperábamos ver y lo que encontramos y las risas están aseguradas.
El pueblo no tiene nada especial, la típica arquitectura irlandesa con algunas fachadas de color, un par de callecitas.
De nuevo al coche con los paraguas chorreando. Dirección Poulnabrone Dolmen (Condado de Clare). Está más o menos a 35 minutos. El maps te manda por un camino, nosotros recomendamos coger la dirección Balleyvaugahn y la carretera R480. Por ahí empezaréis a encontraros la zona de The Burren hasta llegar al monumento megalítico.
The Burren es una zona de Irlanda en el que el paisaje es totalmente atípico. En la Isla Esmeralda, donde el verde es protagonista, en este área, cuya traducción del gaélico es “lugar de piedra” el paisaje se transforma. El suelo se convierte en una piedra gris (clints) que parece agrietada. Bueno, no lo parece, lo está, se caracteriza por todas las grietas, conocidas como grinks.
No hay árboles, ni praderas o pastos, no hay arbustos… Pero entre las grietas de las roca al parecer nace una vegetación rica que ha sido objeto de investigación de forma constante. Es una zona llena de tumbas y monumentos megalíticos y nosotros nos acercamos a ver el Poulnabrone Dolmen. Pero para ver la zona del Burren en sus mejor faceta lo haremos un rato después cuando tomemos la carretera de la costa.
Poulnabrone Dolmen es un vestigio de la Edad de Bronce, un centro de rituales y cementerio. A mediados de los años 80 se descubrieron los restos de 33 personas enterradas bajo él. Un monumento megalítico con seis mil años de antigüedad.
A nuestra llegada, seguía lloviendo. Había que caminar por ese terreno que casi parece lunar con cuidado de no meter los pies dentro de las grietas. Paraguas, viento, y un paisaje muy particular. Nuestros primeros contactos con la zona The Burren.
Hay un aparcamiento al otro lado de la carretera para estacionar. Según te aproximas aparecen unos carteles con una ligera explicación sobre el terreno y sobre el monumento. En cinco minutos caminando estaréis al lado del dolmen.
A pesar de la lluvia y demás, estamos un buen rato por allí entretenidos con las cámaras en busca de la foto sin gente de por medio. Todos quieren su foto en exclusiva con el dolmen. Es un lugar especial.
Ponemos rumbo a Kilfenora interesados por sus cruces celtas y aprovechando que sólo se encuentra a unos 15 minutos del dolmen, aunque implica desviarnos ligeramente.
El día está realmente desapacible, no para de llover de forma constante. Cada parada para entrar y salir del coche es un show. Tenemos que tirar las chaquetas al suelo para que no se moje demasiado la tapicería del coche, las cámara se nos empañan, las manos se nos congelan, las carreteras son un conjunto de baches con charcos, las lunas también se empañan. Pero no decaemos…
Kilfenora para nosotros es una parada prescindible. Las cruces se encuentran protegidas dentro de lo que queda de la Catedral. En nuestra parada llegamos por los pelos, era cerca de la una de la tarde. Entramos en el límite del horario. Conocidas como las High Crosses, pudimos observarlas sin apenas compañía. La verdad que al lado de ellas impresiona su antigüedad, su tamaño y la talla.
Sigue lloviendo. Intentamos comer en Kilfenora, estamos deseando estar un rato a cubierto, pero la una pasada es un horario en que ninguna buena alma cándida irlandesa nos recoge en su local. Nos dicen que es tarde. Así que cogemos el coche y ponemos rumbo a continuar la ruta e intentar improvisar sobre la marcha.
De nuevo destino Ballyvaughan, vamos a coger la carretera costera que nos mostrará el otro lado de The Burren, el que está pegado al mar, poniendo como destino los Acantilados de Moher.
A la llegada de Ballyvaughan donde se coge la carretera R477, vemos que para de llover. Y allí mismo decidimos parar a tomarnos uno de nuestros picnics. Hay una especie de paseo, lleno de bancos y frente a nosotros lo que debería ser el mar, pero que al seguir la marea baja, es más un cúmulo de barro. Las gaviotas pian y los cuervos sobrevuelan la zona.
Se nos ocurrió tirar un trocito de pan a una de las gaviotas y, de golpe, creí ver a Hitchcock dirigiendo una película. No sabía si habíamos tirado una miga de pan o un donete, porque empezaron a salir cuervos por todas partes y a rodearnos. Realmente perturbador…
La lluvia nos respetó y junto con nuestros “amiguitos” pudimos comer en “relativa calma”.
La carretera costera es bonita, echamos de menos que tuviera más lugares donde parar. La primera parada en el mirador Blackhead Point. Desde este punto es cuando se puede entender más a lo que se refieren con paisaje lunar. Bajamos al nivel de las rocas para fotografiar el lugar, fotografiarnos nosotros y disfrutar un montón. No habíamos visto un paisaje así antes.
El tiempo continua inestable, pero no llueve como lo hacía por la mañana. Hasta llegar a la zona de los Acantilados de Moher, hacemos alguna parada más en lugares no habilitados, pero es que era irresistible.
Aprovechamos el paso de la carretera por Fanore para tomarnos un café calentito, totalmente revitalizante.
Una zona de acantilados, ya cercana a Moher, hacen nuestras delicias. El viento impresiona un poco en la zona, y el que no escribe me hace sufrir cuando adopta determinadas posiciones para las fotos. Pero el paisaje en esa zona nos parece precioso. Merece la pena coger esta carretera a pesar de no tener sitios, casi, para parar.
Y llegamos a los Acantilados de Moher. Los acantilados de Moher te cobran teóricamente por el aparcamientos. Si tú llegas allí andando no pagas. Pero tampoco es realmente por el aparcamiento porque te cobran por personas que viajan en el coche. Seis euros persona. Si uno entra andando y otro conduciendo, pues solo paga el conductor. Ahí lo dejamos. En nuestro caso, pagamos 12 euros.
Aparcamos, caminamos, llegamos al borde de los acantilados (lo sabemos porque había una valla) y ¿Qué se ve? Nada. No se ve absolutamente nada. Una niebla densa, opaca, intensa y enquistada entre los acantilados lo ocupa todo. Nos miramos con cara de “hoy es nuestro día de suerte”.
Como era pronto, decidimos quedarnos por allí y esperar, subir hacia un lado, subir hacia el otro. Pasear y esperar…
Eso hacemos, pendientes del movimiento de las nubes. Una plaga de hormigas voladoras ocupa la zona de los acantilados. Te los puedes quitar a puñados. No exagero, que ya sé que soy dada a exagerar, a puñados. Se pegan en las camisetas, se enreda en el pelo… Una compañía excelente para esperar.
Nos acercamos a la Torre O’Brian que hay en los acantilados a la que se puede subir. Por supuesto, con esa niebla no lo hacemos. Y de golpe, se abre la niebla ligeramente y alcanzamos a ver durante unos escasos instantes los Acantilados de Moher, una de las estrellas de Irlanda.
Los Acantilados de Moher tienen una extensión de ocho kilómetros. Existen diferentes senderos que se pueden realizar. Hay que ir con cierto cuidado, ya que dicen que todos los años muere alguien al caer desde su borde, bien por los fuertes vientos o por un desprendimiento de tierra. Si sigues las indicaciones no tiene que haber ningún peligro.
Tras nuestra visión, poco nítida, de los acantilados, decidimos coger el sendero que sale por la izquierda y pasear un rato entre puñado y puñado de hormigas voladoras. Recorreríamos unos dos kilómetros.
Por ese lado, la vista es un poco más salvaje, desaparece la valla protectora y en los contados minutos que teníamos una mínima visibilidad parecía un paisaje bonito.
Por suerte cuando planificamos el viaje buscamos el alojamiento para esta noche cerca de los acantilados. Habíamos leído que es una zona en la que es fácil que se produzcan nieblas. Así que decidimos alojarnos al lado, por si el primer día no pudiéramos verlos, repetir a la mañana siguiente, y no quedarnos sin ver uno de los paisajes emblemáticos de la zona.
Con esa esperanza nos vamos después de estar casi dos horas en la zona, pensando que nuestra paciencia sería premiada. Ponemos rumbo a Doolin, lugar en el que tenemos el hotel.
El alojamiento es Knockaguilla Country House. A tres kilómetros de Doolin y también a tres de Lisdoonvarna. Justamente en ese punto que está en medio de la nada, a la que se llega por una carretera estrecha en apenas unos minutos desde cualquiera de los dos lugares.
Una casa muy agradable y decorada con buen gusto. Habitación amplia aunque el baño no tanto. Muy cómoda, la cama estupenda, agradable, buenos textiles. Lástima de toallas que vuelven a ser liliputienses. El desayuno es el típico irlandés con el añadido de un buffet con fruta, quesos, y dulces. Es otro de esos lugares donde solo aceptan el pago en efectivo.
La anfitriona resulta encantadora y nos recomienda no cenar en Doolin ya que, por lo visto, está lleno de gente y si no tenemos reserva nos va a ser complicado poder hacerlo. Nosotros queríamos ir a Doolin y no le hacemos mucho caso.
Tras hacer un recorrido a la habitación, decirle a la anfitriona la hora a la queríamos ir a desayunar, nos cambiamos la ropa maltratada por la lluvia y nos vamos a tomarnos algo.
Hay que tener en cuenta que Doolin realmente es una calle con varios pubs y algún alojamiento. Pubs, por cierto, que tienen muy buena fama.
Entramos en el pub McGan's. De nuevo el estilo irlandés, oscuro, con luz anaranjada, bancos de madera y bastante ruido. Las camareras se mueven rápido de lado a lado y nos remiten a una señora que parece sacada de una película. Nos hace esperar unos minutos, vuelve a aparecer y nos ofrece una mesa a compartir con otras dos parejas. Todas las mesas son grandes, así que entendemos que debe de ser lo común, y aceptamos.
Hay que pedir en la barra diciendo el número que tiene tu mesa en la base y luego ellos te lo sirven. Las otras dos parejas, que venía separadas cada una de ellas, ya habían pedido antes que nosotros, así que les van sirviendo sus comidas mientras nosotros andamos ligeramente perdidos mirando cómo funciona la cosa.
Elegimos Fish and Chip de bacalao, solomillo de ternera irlandesa y 3 pintas de Guiness por 45€. Buena comida. Siempre hay que tener en cuenta que allí la carne la hacen bastante, así que es recomendable pedirla un punto menos de lo que esperarías. Las patatas del fish and chips de las mejores que tomamos en todo el viaje.
Después de cenar todavía era de día, vemos por la ventana que ha salido un sol estupendo, es el primer atardecer que vemos en Irlanda con sol, y no tenemos nuestras cámaras. Nos tenemos que conformar con una foto de móvil, que guardamos para la posteridad. Volvemos a entrar en el pub a las 21:30 y comienza la música en directo.
La música en directo se convierte en algo raro, la mujer que parecía sacada de una película coge el micro, una chica le acompaña al violín y comienza una serie de actuaciones que nos hacen mirarnos con cara de pocker… Era raro, raro, raro…
Cuando salimos de vuelta al hotel no se ven las estrellas. Parece que de nuevo el cielo se ha encapotado. La noche está cerrada de camino al alojamiento por esa estrecha carretera por donde no pasa nadie. Hemos pasado el ecuador de nuestra estancia en Irlanda.
En la cama miramos el pronóstico del tiempo. No pinta bien. Mandamos algunos mensajes a la familia. Otros años, en veranos nos esperan ansiosos y nos piden reportaje del día, pero en Irlanda, mi madre me dice que no le mande más fotos de Mordor, y por el lado “del que no escribe” ni nos contestan. No les gustan las fotos nubladas… pero sacamos nuestro as de la recámara, el atardecer de ese día del móvil…
Al día siguiente más…
¿Tienes planes hoy?
Ubicación en Google Maps
En el día 8, lo que vamos a hacer es visitar algunos de los paisajes más populares de Irlanda. Zonas como The Burren o los famosos Acantilados de Moher, entre otros. Varios puntos de interés... el día comenzará saliendo de Galway y dormiremos en Doolin.
Pero el día va a traernos un compañero de viaje que no lo va a poner fácil. Eso sí, es un compañero habitual por estas tierras, y al menos, vamos a ver cómo nos tenemos que ir adaptando a su presencia.
Madrugamos y bajamos a desayunar en el hotel de Galway. Optamos de nuevo por el desayuno que prescinde de la sartén: Yogurt, tostadas, bizcocho… Cogemos todos nuestros bártulos y ponemos camino al Castillo de Dunguaire.
Llueve. Llueve desde que salimos por la mañana y no solo llueve, el cielo está totalmente encapotado dando un tono oscuro al día que en vez de parecer que son las 9 de la mañana parecen las 8 de la tarde.
Dunguaire Castle es un castillo en un enclave muy bonito, con la peculiaridad de que se dice de él que es el más fotografiado de toda Irlanda. En su día vimos la imagen en internet y nos pareció preciosa. Bueno, la vi yo, el que no escribe no suele mirar mucho para dejarse llevar por el efecto sorpresa. Así que yo iba con una imagen en la cabeza. Cuando llegamos al castillo, hay un aparcamiento al lado de la carretera para estacionar de forma gratuita. Estando allí, a ratos llueve, a ratos jarrea. El agua cae con una intensidad insaciable.
Además, coincide que la marea está totalmente baja, de manera que los bajos del castillo están convertidos en un lodazal impresionante. Por las aristas del paraguas cae el agua formando chorritos como los de las fuentes zen, los pantalones están calados en 5 minutos y se ve todo bastante negro en todos los sentidos. En vez de un castillo idílico parece el castillo de Mordor (este día viviríamos varias Expectativas vs Realidad sobre las que escribimos al poco de volver).
El que no escribe me mira con cara rara, y le muestro una imagen de lo que yo creía que íbamos a ver. Intentamos sacar las cámara, pero junto con la lluvia, para no variar, sopla el viento, así que el objetivo se llena de gotas en segundos. Cuando vamos a disparar no hay casi luz, a las 9 de la mañana y tirando de ISO.
Nos acercamos andando a él, entramos en el patio, al cual se puede acceder gratuitamente y bajo de un tejadillo lo observamos.
Se construyó en el s.XVI por un clan y fue cambiando de mano con el paso del tiempo, hasta que en el s.XX lo compró un cirujano y literato que hizo de este lugar un centro de reunión para el resurgir de la literatura celta y consiguió juntar a figuras de la literatura del país. A mediados del s.XX, cayó en manos de una empresa que se dedica a la explotación turística. Es visitable desde abril hasta mediados de septiembre aproximadamente. Nosotros no visitamos su interior.
La ubicación del castillo está al lado del Kinvara. Aprovechando que la carretera atraviesa el pueblo hacemos una parada en él. De nuevo, paraguas en mano y echamos un vistazo. Nos acercamos al puerto, desde él se divisa perfectamente el castillo, pero la marea sigue muy baja y hace que la escena sea un poco desoladora. Las barcas reposan directamente sobre el barro. Esa zona con la marea algo más alta debe ganar mucho, y con sol, si es como lo que he visto por internet, es una pasada. No os preocupéis, que si no lo pilláis así, siempre podréis echaros unas risas con los recuerdos.
Nosotros, día que tenemos malo, miramos la foto de lo que esperábamos ver y lo que encontramos y las risas están aseguradas.
El pueblo no tiene nada especial, la típica arquitectura irlandesa con algunas fachadas de color, un par de callecitas.
De nuevo al coche con los paraguas chorreando. Dirección Poulnabrone Dolmen (Condado de Clare). Está más o menos a 35 minutos. El maps te manda por un camino, nosotros recomendamos coger la dirección Balleyvaugahn y la carretera R480. Por ahí empezaréis a encontraros la zona de The Burren hasta llegar al monumento megalítico.
The Burren es una zona de Irlanda en el que el paisaje es totalmente atípico. En la Isla Esmeralda, donde el verde es protagonista, en este área, cuya traducción del gaélico es “lugar de piedra” el paisaje se transforma. El suelo se convierte en una piedra gris (clints) que parece agrietada. Bueno, no lo parece, lo está, se caracteriza por todas las grietas, conocidas como grinks.
No hay árboles, ni praderas o pastos, no hay arbustos… Pero entre las grietas de las roca al parecer nace una vegetación rica que ha sido objeto de investigación de forma constante. Es una zona llena de tumbas y monumentos megalíticos y nosotros nos acercamos a ver el Poulnabrone Dolmen. Pero para ver la zona del Burren en sus mejor faceta lo haremos un rato después cuando tomemos la carretera de la costa.
Poulnabrone Dolmen es un vestigio de la Edad de Bronce, un centro de rituales y cementerio. A mediados de los años 80 se descubrieron los restos de 33 personas enterradas bajo él. Un monumento megalítico con seis mil años de antigüedad.
A nuestra llegada, seguía lloviendo. Había que caminar por ese terreno que casi parece lunar con cuidado de no meter los pies dentro de las grietas. Paraguas, viento, y un paisaje muy particular. Nuestros primeros contactos con la zona The Burren.
Hay un aparcamiento al otro lado de la carretera para estacionar. Según te aproximas aparecen unos carteles con una ligera explicación sobre el terreno y sobre el monumento. En cinco minutos caminando estaréis al lado del dolmen.
A pesar de la lluvia y demás, estamos un buen rato por allí entretenidos con las cámaras en busca de la foto sin gente de por medio. Todos quieren su foto en exclusiva con el dolmen. Es un lugar especial.
Ponemos rumbo a Kilfenora interesados por sus cruces celtas y aprovechando que sólo se encuentra a unos 15 minutos del dolmen, aunque implica desviarnos ligeramente.
El día está realmente desapacible, no para de llover de forma constante. Cada parada para entrar y salir del coche es un show. Tenemos que tirar las chaquetas al suelo para que no se moje demasiado la tapicería del coche, las cámara se nos empañan, las manos se nos congelan, las carreteras son un conjunto de baches con charcos, las lunas también se empañan. Pero no decaemos…
Kilfenora para nosotros es una parada prescindible. Las cruces se encuentran protegidas dentro de lo que queda de la Catedral. En nuestra parada llegamos por los pelos, era cerca de la una de la tarde. Entramos en el límite del horario. Conocidas como las High Crosses, pudimos observarlas sin apenas compañía. La verdad que al lado de ellas impresiona su antigüedad, su tamaño y la talla.
Sigue lloviendo. Intentamos comer en Kilfenora, estamos deseando estar un rato a cubierto, pero la una pasada es un horario en que ninguna buena alma cándida irlandesa nos recoge en su local. Nos dicen que es tarde. Así que cogemos el coche y ponemos rumbo a continuar la ruta e intentar improvisar sobre la marcha.
De nuevo destino Ballyvaughan, vamos a coger la carretera costera que nos mostrará el otro lado de The Burren, el que está pegado al mar, poniendo como destino los Acantilados de Moher.
A la llegada de Ballyvaughan donde se coge la carretera R477, vemos que para de llover. Y allí mismo decidimos parar a tomarnos uno de nuestros picnics. Hay una especie de paseo, lleno de bancos y frente a nosotros lo que debería ser el mar, pero que al seguir la marea baja, es más un cúmulo de barro. Las gaviotas pian y los cuervos sobrevuelan la zona.
Se nos ocurrió tirar un trocito de pan a una de las gaviotas y, de golpe, creí ver a Hitchcock dirigiendo una película. No sabía si habíamos tirado una miga de pan o un donete, porque empezaron a salir cuervos por todas partes y a rodearnos. Realmente perturbador…
La lluvia nos respetó y junto con nuestros “amiguitos” pudimos comer en “relativa calma”.
La carretera costera es bonita, echamos de menos que tuviera más lugares donde parar. La primera parada en el mirador Blackhead Point. Desde este punto es cuando se puede entender más a lo que se refieren con paisaje lunar. Bajamos al nivel de las rocas para fotografiar el lugar, fotografiarnos nosotros y disfrutar un montón. No habíamos visto un paisaje así antes.
El tiempo continua inestable, pero no llueve como lo hacía por la mañana. Hasta llegar a la zona de los Acantilados de Moher, hacemos alguna parada más en lugares no habilitados, pero es que era irresistible.
Aprovechamos el paso de la carretera por Fanore para tomarnos un café calentito, totalmente revitalizante.
Una zona de acantilados, ya cercana a Moher, hacen nuestras delicias. El viento impresiona un poco en la zona, y el que no escribe me hace sufrir cuando adopta determinadas posiciones para las fotos. Pero el paisaje en esa zona nos parece precioso. Merece la pena coger esta carretera a pesar de no tener sitios, casi, para parar.
Y llegamos a los Acantilados de Moher. Los acantilados de Moher te cobran teóricamente por el aparcamientos. Si tú llegas allí andando no pagas. Pero tampoco es realmente por el aparcamiento porque te cobran por personas que viajan en el coche. Seis euros persona. Si uno entra andando y otro conduciendo, pues solo paga el conductor. Ahí lo dejamos. En nuestro caso, pagamos 12 euros.
Aparcamos, caminamos, llegamos al borde de los acantilados (lo sabemos porque había una valla) y ¿Qué se ve? Nada. No se ve absolutamente nada. Una niebla densa, opaca, intensa y enquistada entre los acantilados lo ocupa todo. Nos miramos con cara de “hoy es nuestro día de suerte”.
Como era pronto, decidimos quedarnos por allí y esperar, subir hacia un lado, subir hacia el otro. Pasear y esperar…
Eso hacemos, pendientes del movimiento de las nubes. Una plaga de hormigas voladoras ocupa la zona de los acantilados. Te los puedes quitar a puñados. No exagero, que ya sé que soy dada a exagerar, a puñados. Se pegan en las camisetas, se enreda en el pelo… Una compañía excelente para esperar.
Nos acercamos a la Torre O’Brian que hay en los acantilados a la que se puede subir. Por supuesto, con esa niebla no lo hacemos. Y de golpe, se abre la niebla ligeramente y alcanzamos a ver durante unos escasos instantes los Acantilados de Moher, una de las estrellas de Irlanda.
Los Acantilados de Moher tienen una extensión de ocho kilómetros. Existen diferentes senderos que se pueden realizar. Hay que ir con cierto cuidado, ya que dicen que todos los años muere alguien al caer desde su borde, bien por los fuertes vientos o por un desprendimiento de tierra. Si sigues las indicaciones no tiene que haber ningún peligro.
Tras nuestra visión, poco nítida, de los acantilados, decidimos coger el sendero que sale por la izquierda y pasear un rato entre puñado y puñado de hormigas voladoras. Recorreríamos unos dos kilómetros.
Por ese lado, la vista es un poco más salvaje, desaparece la valla protectora y en los contados minutos que teníamos una mínima visibilidad parecía un paisaje bonito.
Por suerte cuando planificamos el viaje buscamos el alojamiento para esta noche cerca de los acantilados. Habíamos leído que es una zona en la que es fácil que se produzcan nieblas. Así que decidimos alojarnos al lado, por si el primer día no pudiéramos verlos, repetir a la mañana siguiente, y no quedarnos sin ver uno de los paisajes emblemáticos de la zona.
Con esa esperanza nos vamos después de estar casi dos horas en la zona, pensando que nuestra paciencia sería premiada. Ponemos rumbo a Doolin, lugar en el que tenemos el hotel.
El alojamiento es Knockaguilla Country House. A tres kilómetros de Doolin y también a tres de Lisdoonvarna. Justamente en ese punto que está en medio de la nada, a la que se llega por una carretera estrecha en apenas unos minutos desde cualquiera de los dos lugares.
Una casa muy agradable y decorada con buen gusto. Habitación amplia aunque el baño no tanto. Muy cómoda, la cama estupenda, agradable, buenos textiles. Lástima de toallas que vuelven a ser liliputienses. El desayuno es el típico irlandés con el añadido de un buffet con fruta, quesos, y dulces. Es otro de esos lugares donde solo aceptan el pago en efectivo.
La anfitriona resulta encantadora y nos recomienda no cenar en Doolin ya que, por lo visto, está lleno de gente y si no tenemos reserva nos va a ser complicado poder hacerlo. Nosotros queríamos ir a Doolin y no le hacemos mucho caso.
Tras hacer un recorrido a la habitación, decirle a la anfitriona la hora a la queríamos ir a desayunar, nos cambiamos la ropa maltratada por la lluvia y nos vamos a tomarnos algo.
Hay que tener en cuenta que Doolin realmente es una calle con varios pubs y algún alojamiento. Pubs, por cierto, que tienen muy buena fama.
Entramos en el pub McGan's. De nuevo el estilo irlandés, oscuro, con luz anaranjada, bancos de madera y bastante ruido. Las camareras se mueven rápido de lado a lado y nos remiten a una señora que parece sacada de una película. Nos hace esperar unos minutos, vuelve a aparecer y nos ofrece una mesa a compartir con otras dos parejas. Todas las mesas son grandes, así que entendemos que debe de ser lo común, y aceptamos.
Hay que pedir en la barra diciendo el número que tiene tu mesa en la base y luego ellos te lo sirven. Las otras dos parejas, que venía separadas cada una de ellas, ya habían pedido antes que nosotros, así que les van sirviendo sus comidas mientras nosotros andamos ligeramente perdidos mirando cómo funciona la cosa.
Elegimos Fish and Chip de bacalao, solomillo de ternera irlandesa y 3 pintas de Guiness por 45€. Buena comida. Siempre hay que tener en cuenta que allí la carne la hacen bastante, así que es recomendable pedirla un punto menos de lo que esperarías. Las patatas del fish and chips de las mejores que tomamos en todo el viaje.
Después de cenar todavía era de día, vemos por la ventana que ha salido un sol estupendo, es el primer atardecer que vemos en Irlanda con sol, y no tenemos nuestras cámaras. Nos tenemos que conformar con una foto de móvil, que guardamos para la posteridad. Volvemos a entrar en el pub a las 21:30 y comienza la música en directo.
La música en directo se convierte en algo raro, la mujer que parecía sacada de una película coge el micro, una chica le acompaña al violín y comienza una serie de actuaciones que nos hacen mirarnos con cara de pocker… Era raro, raro, raro…
Cuando salimos de vuelta al hotel no se ven las estrellas. Parece que de nuevo el cielo se ha encapotado. La noche está cerrada de camino al alojamiento por esa estrecha carretera por donde no pasa nadie. Hemos pasado el ecuador de nuestra estancia en Irlanda.
En la cama miramos el pronóstico del tiempo. No pinta bien. Mandamos algunos mensajes a la familia. Otros años, en veranos nos esperan ansiosos y nos piden reportaje del día, pero en Irlanda, mi madre me dice que no le mande más fotos de Mordor, y por el lado “del que no escribe” ni nos contestan. No les gustan las fotos nubladas… pero sacamos nuestro as de la recámara, el atardecer de ese día del móvil…
Al día siguiente más…
¿Tienes planes hoy?
Ubicación en Google Maps
Sus últimos artículos
-
Descubriendo la Comarca del Matarraña. Día 2: Ruta del Parrizal - Beceite - Valderrobres
-
Descubriendo la Comarca del Matarraña. Día 3: Valderrobres - Calaceite - Cretas - Monroyo - Peñarroya de Tastavins
-
Descubriendo la Comarca del Matarraña. Día 1: Alcañiz - La Fresneda - Ráfales
-
Restaurante El Campero: el rey del atún de almadraba