Sábado 12 de agosto, 8.:30 de la mañana, nos despertamos sin fuerzas para vivir. El cansancio es mayúsculo. Tumbados, tenemos dolores musculares y de pie, directamente, no nos mantenemos. No habíamos dormido mal, pero los últimos 45 minutos de paseos venecianos nocturnos el día anterior para encontrar la parada de vuelta al alojamiento habían rematado un intenso día de turismo.
Se pone la cosa aún más dolorosa al entrar en la ducha. Estamos acostumbrados a espacios pequeños, pero en esa ducha si se te caía el gel al suelo tenías que cogerlo con los dedos de los pies, y no, no es una dramatización de la realidad. Contorsionismo nivel Circo del Sol, ¡lo que nos gusta!
Salimos a desayunar, como comentamos el día anterior, el desayuno nos lo sirven en una cafetería a unos cuantos metros del hotel. Para ello, nos dan unos tickets que debemos presentar allí. Antes de poner rumbo a la cafetería vamos a cambiar el ticket del coche. Ponemos el tiempo suficiente hasta el lunes a las 10 de la mañana del lunes. El sábado hasta las 20:00 y a partir de ahí es gratuito hasta las 9:00 am del lunes.
Y caminamos hacia la cafetería por Mestre, que parece cualquier pueblo de extrarradio sin ningún atractivo aparente. Justo cuando estamos llegando, el que no escribe se da cuenta de que se ha dejado los tickets en el hotel. Maravilloso, dando pasos gratuitos desde primera hora de la mañana. Pues nada, vuelta al hotel y vuelta a la cafetería. El desayuno incluye café y un bollito. Ahí, tirando la casa por la ventana. Pero hay croissants, eso lo disculpa todo, una buena zampabollos como yo, ante tal noticia, se siente recompensada. Pedimos un croissant extra que corre por nuestra cuenta, los que están rellenos de pistacho son totalmente impresionantes.
Justo enfrente de la cafetería pasa el autobús 7 que lleva de Mestre a Venecia (Plaza de Roma) en unos 20 minutos estamos allí (sobre el tema del transporte y tarjeta hablamos en la entrada anterior, llevamos una tarjeta de 48 horas con nosotros). El autobús va llenísimo.
Al final, entre paseos de más, ticket del coche, espera del autobús y tiempo de trayecto nos plantamos en Venecia casi a las 11 de la mañana. Este es otro de los motivos por los que, de repetir, nos alojaríamos directamente en Venecia.
Las mañanas en Venecia son caóticas, las mañanas de un sábado en Venecia son más caóticas y las mañana un sábado en agosto en Venecia ya os imagináis como pueden ser. Es el momento en el que están atracados decenas de cruceros de los que impresionan. Auténticas ciudades en el puerto que desembarcan a cientos y cientos de turistas que se expanden por las calles, plazuelas, canales… Los cruceristas y los que no somos cruceristas nos comemos Venecia.
El día anterior no cogimos ningún vaporetto, ya que no activamos la tarjeta hasta la vuelta para que nos valiera para las 48 horas siguientes, eso hizo que camináramos como si hubiéramos hecho algún tipo de promesa o estuviéramos pagando alguna penitencia. Para aquel día, teníamos en mente usar el vaporetto todo lo que fuera necesario y más.
El vaporetto es el medio de transporte universal en Venecia. El medio de transporte grupal, porque por todos es conocido que la góndola es el medio de transporte romántico, típico y simbólico de esta ciudad. Casi todos viajamos a Venecia planteándonos ¿montamos en góndola? Nosotros pretendíamos hacerlo, las turistadas están para los turistas y ¿qué éramos nosotros? Pensábamos hacerlo por la tarde, cuando la ciudad está más vacía, pero al final ningún día lo hicimos. El precio es elevado, pero ese no era el motivo, estaba presupuestado. El motivo fue que, estando en Venecia, no encontramos nunca el momento, nos apetecía más que las calles solitarias nos absorbieran. Nos encantó pasear sin rumbo por aquella ciudad, entre canales y pequeños puentes casi solitarios.
Así que hay gente que coge la góndola, otros que no porque no encuentran el momento, como nosotros u otros que no lo hacen porque les parece abusivo el precio… Para estos últimos hay otra opción, el targhetto. El targhetto, o targhetti (plural), son antiguas góndolas a las que se les ha quitado asientos y decoración y que por un precio que ronda el euro te llevan por el Gran Canal con un gondolero a los mandos. Puedes ir sentado, o puedes ir de pie, y eso sí, no lo harás solo o en familia, compartirás con otros turistas o vecinos venecianos la experiencia. Pero, al menos, es importante saber que no es cuestión de bolsillos el montar en góndola en Venecia.
Y luego están los vaporettos, de esos sí que hicimos buen uso. El vaporetto número 1 atraviesa el Gran Canal, el 2 te lleva por la parte exterior de Venecia, es más rápido, pero con peores vistas. Tienen numerosas paradas y os será de muchísima utilidad para desplazaros de un lado a otro, a parte de que es un placer cruzar el Gran Canal de Venecia en ellos (fuera de hora punta).
Nosotros, nada más llegar, cogimos el vaporetto 2 con intención de llegar a la Plaza de San Marcos. La habíamos visto la tarde y noche anterior y ahora queríamos volver a verla de buena mañana. Validamos tarjeta y entramos. No estaba muy masificado, pero es que en aquel momento no éramos conscientes de que íbamos a ir por la parte externa de la ciudad.
Por contra, la Plaza de San Marcos estaba a tope. Aprovechamos la parada para contar qué se puede encontrar en la plaza. Para empezar, lo que todo el mundo conoce, por estar en la zona más baja de la ciudad, esta es una de las primeras zonas en inundarse cuando se produce el Acqua Alta (unas mareas altas que se dan, generalmente, entre octubre y enero y duran unas horas). En ese momento, además de las plaza otras zonas resultan afectadas, pero es popularmente conocida la imagen de la plaza encharcada y los venecianos sacando las botas de agua a pasear. Nuestro viaje, en verano, no corría el riesgo de vivir este fenómeno.
En la Plaza de San Marcos lo primero que va a sobresalir por lo alto, con casi 100 metros de altura, es el Campanile, el campanario de la Basílica de San Marcos, pero que no se encuentra anexo a él, está independiente. Nosotros, aquel día subiríamos por la tarde, aprovechando la caída de la luz y que la mayoría de cruceristas se habrían ido, para disfrutar de unas bonitas vistas. La apariencia actual data del s.XVI, aunque previamente ya existía. No solo hizo funciones de campanario, sino también de faro para los marineros.
El otro edificio emblemático, por supuesto, es la Basílica de San Marcos. Otro lugar al que entraríamos a primera hora de la tarde. Con su correspondiente espera, como no, aunque existe la posibilidad de hacer reserva y coger un pase para evitarla. Nosotros no quisimos comprometernos a un horario concreto, así que arriesgamos y pudimos entrar con menos fila de la esperada, pero con espera al fin y al cabo. Existe otra manera de evitar hacer fila sin reserva, pero a nosotros no nos funcionó, si viajáis con mochila quizá vosotros podáis aprovecharlo.
Por motivos de seguridad, no dejan entrar con mochilas en la Basílica, nosotros llevamos cada uno un bolso bandolera donde van las cámaras, etc. La mía es un poco más pequeña que la del que no escribe. Si dejas tu mochila en la consigna habilitada para ello, a unos metros de la Basílica, te dan un ticket que te permite entrar en ella sin esperar cola. Ese era nuestro plan, dejar las bolsas, que nos dieran ticket y entrar. El motivo por el que no esperas cola al dejar la mochila es porque solo pueden estar un tiempo máximo allí. Así que lo primero a tener en cuenta es que si vais con mochila no os pongáis en la fila, porque cuando os toque entrar os van a echar a atrás y vais a tener que ir a la consigna. Siguiente punto, si lleváis mochila, id directamente a la consigna y os evitareis la cola.
Para allá que fuimos nosotros, conociendo previamente esta información, como ciudadanos sumisos y obedientes, a dejar nuestra bolsa. Pues, por más que insistimos, no hubo manera de dejar los bultos allí. Dijeron que no, y que no, y que no, que esas bolsas podían entrar. Que ya os decimos nosotros que son bastante más grandes que muchas mochilas, pues nada, no hubo manera de hacerles entrar en razón, lo intentamos dos veces y, al final, nos tocó esperar.
En la Plaza de San Marcos también se puede encontrar el Palacio Ducal, otra de las visitas que se consideran imprescindibles y que por fuera es una auténtica maravilla. Nosotros nos saltamos este imprescindible. ¿Por qué? Porque hay veces que, por más que sabes que algo hay que verlo, no te encuentras motivado. Piensas en “luego”, piensas en “mañana”, en la “tarde” y antes de darte cuenta ha llegado la hora de irte y no lo has visto. Antes, estas cosas nos estresaban, ahora hemos aprendido a vivirlas desde la serenidad.
Nos hemos entretenido hablando de la Plaza de San Marcos a la que volveríamos después, aquel día fue nuestra primera parada, de ahí nos asomamos al Puente de los Suspiros, que está al lado.
El Puente de los Suspiros se construyó en el s.XVII, sale de uno de los laterales de la fachada del Palacio Ducal y comunica con lo que era la antigua prisión de la Inquisición. Dicen que lo bautizó así el poeta inglés Lord Byron, imaginando cómo suspiraban los presos al atravesarlo mientras perdían su libertad. Si esto es así, y fue él a quién se le ocurrió el dramático nombre, tampoco me extraña nada. Cuando hace muchos años estuve en Newstead Abbey (Nottingham), en la que fue su casa, su decoración me dejó tan impresionada por tener ese toque como oscuro y dramático, que se me hace muy viable que este nombre viniera de su creación.
El puente se puede visitar por dentro, pero solo si se realiza la visita del Palacio Ducal con el itinerario secreto. Nosotros nos conformamos con verlo desde fuera, casi de puntillas, porque multitud de gente se agolpaba en la barandilla para tener en sus retinas y guardar en su memoria y en la de sus dispositivos fotográficos el recuerdo de ese emblemático lugar.
Desde el Puente de los Suspiros, nos acercamos al Mercado de Rialto. Un mercado de verdad, que a esas horas ya estaba cerrando la mayoría de los puestos. A orillas del Gran Canal, las gaviotas se aproximaban para llevarse los restos de pescado y montañas multicolores de frutas y verduras se movían de los mostradores a las cajas. Por los pelos. El mercado abre de lunes a sábado y, aquel día, estaba cerrando a la hora que llegamos.
Se data el origen de este emplazamiento comercial en la Edad Media, en el s.XIII. La parte de frutas y verduras se encuentra pegada al Gran Canal, cubierta por sus toldos. La pescadería en una zona cubierta próxima. ¡Nos encantan los mercados! Y no se trata de un mercado turístico, es un mercado en el podréis ver a los venecianos, que previamente se trasladan, algunos, en vaporettos, con los carros de la compra, haciendo su compra rutinaria.
Aprovechando que al lado hay una parada de vaporetto lo cogemos para acercarnos al conocido como Ghetto, en el barrio Cannaregio.
En el s.XVI desde el catolicismo (Santa Sede), en Venecia, intentando proteger y salvaguardar la religión se decidió que los judíos vivieran en él, que en aquellos momentos era una pequeña isla alejada de la ciudad (Cannaregio), donde se encontraban las antiguas fundiciones (Ghitti), de ahí deriva el nombre de Ghetto. Así que allí se trasladaron los judíos, prohibiendoles salir de la isla. En estas circunstancias, se les permitía practicar su libertad de religión bajo la condición de dar protección en caso de guerra. Dos puertas eran custodiadas por guardias para que no salieran de allí. De esta manera, nació el primer Ghetto de Europa y, por tanto, el barrio judío más antiguo del continente.
En menos de un siglo, la población se multiplicó por siete en aquel barrio. En él se alojaba gente que provenía de diferentes lugares del mundo y tenía en común una misma religión. Así, el Ghetto de Venecia cuenta con una arquitectura diferenciada con la otra Venecia donde los palacios y las casas más ostentosas son protagonistas.
Al Ghetto llegamos a través del Gran Canal, disfrutando del trayecto y desembarcando en este barrio, mucho más tranquilo, donde, aún en la actualidad, viven algunas familias judías y una mayoría que no lo son. También se reparten algunos negocios hebreos. Un barrio tranquilo, de construcciones más altas que en otras zonas de Italia, ya que en el reducido espacio de aquella islita tuvieron que vivir muchas familias.
No fue hasta el s.XVIII, con la llegada de Napoleón, cuando se les permitió salir del barrio. Allí, los canales se siguen colando entre los estrechos callejones. El corazón del Ghetto se encuentra en el Campo del Ghetto Nuevo, un amplio espacio que está entre plaza y una forma que recuerda a un anfiteatro.
Este barrio tiene un sabor especial, sigue delimitado por pequeños canales, puentes, ropa tendida por el exterior de las fachadas. Quedan algunas sinagogas aún, entre ellas la española, que es visitable. Nosotros nos conformamos con pasear y se nos echó la hora de comer encima.
En este barrio, lo hacemos, dos porciones de pizza y dos coca-colas fresquitas. En Venecia, contra todo pronóstico, el calor no se lleva tan mal, es más suave y al lado de los días del Lago di Como, o los que vendrían después, era muy llevadero.
Paseando por la calle, decidimos hacernos con un cubo de fruta fresca para finiquitar la comida y vamos dándole a la sandía mientras seguimos disfrutando del paseo por el barrio judío más antiguo de Europa.
Desde el Ghetto ponemos rumbo de nuevo a la Plaza de San Marcos, es el mediodía y pensamos que probablemente sea un buen momento para visitar el interior de la Basílica de San Marcos. Intentamos llevar a cabo nuestro plan de la consigna que os comentamos al inicio de la entrada, no funciona y nos toca esperar la fila, a eso de las 15:30, con todo el sol de agosto sobre la cabeza. La cola es mucho más pequeña que la que había por la mañana y va rápida, si no fuera porque en ese momento estábamos en un punto en el que hubiéramos pagado por una amputación de pies, no se habría hecho demasiado pesada. En unos 15 minutos más o menos estamos dentro.
En el interior de la Basílica no están permitidas las fotografías. La verdad que es diferente a otras que hayamos visto, pero las circunstancias no nos permitieron disfrutar demasiado del interior. Está acordonada, se entra en fila y hay momentos que nos vienen recuerdos de Ikea a la mente, esa procesión de personas en línea siguiendo el circuito. Creemos que estuvimos más tiempo fuera, esperando para entrar, que dentro visitando el templo. La basílica pasó a ser catedral a principios del s.XIX. Debajo del altar se encuentra el cuerpo de San Marcos, y su interior es impresionante con sus infinitos mosaicos, el pan de oro que se reparte por los rincones y las columnas. Lástima que haya que visitarla en esas condiciones. La entrada exclusiva a la Basílica de San Marcos es gratuita, si ya deseas ver los Museos o los Tesoros tendrás que pagar el precio correspondiente, que nosotros no hicimos.
Desde allí, nos adentramos por los callejones traseros al Puente de los Suspiros, están mucho más tranquilos, nos sentamos en los escalones de uno de los puentecillos de Venecia a la sombra, nos duelen los pies sentados y de pie, no hay descanso.
Al cabo de unos 15 minutos, nos ponemos de nuevo en marcha, vamos en busca de una iglesia, que encima ahora no recordamos su nombre, pero es que tampoco la encontramos estando allí. Si Venecia es laberíntica, a eso hay que sumar el tema de las direcciones, allí las calles no tienen nombre como tal, van por el barrio (sestiere) al que pertenecen. Son seis: San Marco, San Polo, Cannoneggio, Santa Croce, Castello y Dorsoduro. Luego estarían los números, pero no van por orden consecutivo. ¿Por qué hacerlo fácil pudiendo darle un toque emoción? Los números de los edificios van en función del orden del construcción. Así que podemos encontrar el 220, al lado de 36. ¡Maravilloso orden urbanístico!
Las calles se llenan de gente según avanza la tarde, se colapsan, paseando, llegamos a un callejón sin salida y un amable veneciano nos abre la puerta de su tienda para dejarnos atravesarla y salir a otro de los callejones. No sabíamos si era la dirección que queríamos tomar, pero solo por escapar de la multitud se agradece el gesto. Es el momento de dar sabor a nuestra vida, hora del helado. Volvemos al de pistacho y crema para el que no escribe, y pistacho y stracciatella para mí ¡Gano yo esta vez!
Decidimos coger de nuevo el vaporetto y nos vamos a la zona del Arsenale (barrio del Castello), mucho menos turística. El nombre de este barrio deriva del lugar donde en época romana se levantó un castillo, hoy en día es el más grande de Venecia, alberga desde los alrededores del Palacio Ducal hasta esta zona a la que nos desplazamos, donde se encuentra esta base naval.
Paseamos un rato por las calles que la rodean, a ratos creemos pasar por lugares que habíamos pasado antes, pero que era imposible que hubiera ocurrido.
No sabemos cómo lo hacemos pero regresamos a la Plaza de San Marcos caminando, sería imposible repetir el camino, pero lo conseguimos. El objetivo es subir al Campanile, el campanario independiente del que hablamos al comienzo. La luz de la tarde comienza a caer y parece el momento perfecto. Claro, que nos lo parece a nosotros junto a otras tantas personas que hacen cola para subir. ¡Es lo que hay! Y también hay un maravilloso ascensor que te lleva hasta la parte más alta. Precio 8 euros por persona.
Desde arriba, el naranja veneciano pinta la ciudad a trocitos. Muy buenas vistas de 360 grados donde hay que sacar la paciencia a pasear para conseguir primera línea de Campanile. Como no teníamos prisa, allí estuvimos un buen rato.
Vistas, más vistas, Venecia que parece una maqueta, con sus góndolas, el mar, los tejados de los edificios y las minúsculas personas que pasean al atardecer.
Bajamos emocionados, Venecia nos está enamorando. Directos a la parada del vaporetto para que nos lleve a la Iglesia de la Virgen de la Salute (Barrio de Dorsoduro), desde donde queremos ver como desaparece el sol. Allí, sentados en el borde del Gran Canal, dejamos colgar las piernas y estamos en pleno éxtasis hasta las 20:20 de la tarde.
A esa hora, ha llegado la hora del Spritz, no se pueden perder las buenas costumbres, así que nos metemos por el barrio de Dorsoduro que tanto nos gustó el día anterior, a buscar un lugar que nos gustara.
El barrio de Dorsoduro, conocido también como el barrio de los artistas, tiene un encanto especial.
Encontramos un restaurante al borde de un canal con un toque romántico de los que me gustan, y al que no escribe también, aunque no quiera reconocer su lado más “moñas”, restaurante Cantinone Storico.
No hay mesa al lado del canal y nosotros la queremos. Esperamos a que se vaya alguien, de hecho,el que no escribe habla con el camarero para informarle que queremos cenar, pero nos gustaría una mesa pegada al agua. En ese momento 1.000 mosquitos escucharon su frase, se corrió la voz, y nos acompañaron en la romántica cena, porque unos minutos después, se quedó una mesa libre, eso sí, pegada, casi en contacto, a otra ocupada por una pareja de origen desconocido. No sabemos sus nombres pero se puede decir que cenamos juntos…
A pesar de lo apretados que estamos, ese sitio es espectacularmente bucólico. Estábamos encantados de estar ahí.
Y allí probamos el mejor plato de todo el viaje, que tengo que decirlo, lo elegí yo, con mi talento innato para ver brillar un plato antes de que me lo sirvan. Fueron unos ravioli con salsa de trufa, espectaculares. El que no escribe optó por una pasta impronunciable con verduras, que también estuvo muy bien, pero, lo siento, yo gané de nuevo. Spritz y copa de vino blanco. Invitan a Limoncello. Total 57 euros.
Sobre las 22:15, salimos de cenar, en un pequeño paseo llegamos al vaporetto, sin hacer ni una foto, solo disfrutando de la tranquila noche veneciana hasta llegar a la parada del vaporetto. Iba hasta arriba de gente, pero nos hacemos un hueco y vamos disfrutando de las imágenes que regala el viaje hasta la Plaza de Roma. Hacia las 23:0p cogemos el autobús que nos lleva a Mestre y antes de la medianoche estamos dentro de la cama, con las piernas llenas de cosquilleos, y el que no escribe con unas cuantas picaduras que darían muchísima guerra durante días. Por suerte yo salí intacta de aquella noche.
Estábamos totalmente enganchados a la ciudad de los canales, de las góndolas, de los atardeceres anaranjados, los spritz, los laberintos, los palacios venecianos, los puentes diminutos, los callejones tortuosos, las fuentes de agua fresquita, los escaparates con máscaras y antifaces de carnaval, hasta de los mosquitos pandilleros.
Pero esa noche no había sido una despedida, aquella noche solo era un periodo de transición y descanso para poder volver al día siguiente, no sin antes descubrir Burano, un lugar que pintó nuestro día 11 de múltiples colores.
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