Aquel día tocaba cambiar de destino. Después de pasar unos días en Venecia y acercarnos uno de los días a Murano y Burano, llegaba el momento de poner rumbo a nuestro nuevo campamento base. En este caso, se trataba de Verona, donde íbamos a pasar dos noches. Desde Mestre hasta Verona, nuestra intención era hacer dos paradas, Padua y Vicenza.
Aquel día nos tocaba desayunar en la habitación. Sí, porque aunque teníamos contratado el desayuno, resulta que el 14 de agosto, lunes, era festivo. La mayoría de los italianos comienzan sus vacaciones en esas fechas y los que no aprovechaban el fin de semana. Así que la cafetería habitual con la que trabajaba el alojamiento estaba cerrada y la que formaba parte de su plan b de emergencias, ese lunes también cerró, así que lo que hicieron fue dejarnos, el día anterior, el desayuno en el cuarto. Teniendo en cuenta que era un desayuno que tenía que durar 24 horas, ya os podéis imaginar el nivel del mismo. Café para la cafetera del cuarto, un par de croissants rellenos de “miel” (“qué rico”) plastificados, pan tostado, tipo biscotes, como los de hospital, con mermelada y un mini tetrabrick de zumo de naranja. En fin, menos es nada.
Ponemos rumbo a Padua (Padova). De Mestre a allí hay unos 36 kilómetros, poco más de 40 minutos. Encontramos estacionamiento en una plaza al lado del castillo y que no pertenece al área de estacionamiento regulado.
Padua no es una ciudad muy grande, pero tiene varios puntos de interés. Nosotros empezamos, poniendo dirección a la Plaza de Signori. Yendo hacia allí nos encontramos una ciudad bastante vacía, como dormida, y muchos soportales que nos evocan a ciudades castellanas. Esta ciudad tiene una tradición universitaria que aún se mantiene, han destacado las facultades enfocadas a la ciencia donde fue profesor Galileo Galilei .
En Padua, vamos a encontrar varias plazas muy bonitas en nuestro paseo, y no solo bonitas, sino que en esta ciudad se puede encontrar la plaza más grande de Italia y de las más grandes de Europa. Pero eso sería después, de momento, conseguimos llegar a las Piazza dei Signori, presidida por una Torre con Reloj Astronómico que la identifica.
Una plaza en la que los sábados se organiza un mercado. Data del s.XIV, en su pasado se encuentra el haber sido objeto de torneos y celebraciones. Nos encontramos en el casco histórico de la ciudad y comenzamos a adentrarnos en él.
Aquel día, en Padua, el sol volvía a recordarnos los inicios de nuestro viaje, picaba, calentaba y agobiaba un poco a ratos. En unos cuantos pasos llegamos de la Piazza della Frutta. Esta plaza junto con la plaza vecina, llamada de Piazza della Erbe han sido durante siglos el centro comercial de la ciudad. El Palazzo della Ragione es el edificio que las separa y conecta simultáneamente.
El tamaño de su sala la hace que, si no es la más grande del mundo como se dice en algunos foros, si que esté entre las más grandes. Allí se situaron las antiguas sedes de los tribunales. Nosotros no pudimos entrar en el interior. Los techos de este lugar tuvieron pintados unos frescos de Giotto del s.XIII, pero un incendio acabó con ellos. Y es que en Padua los frescos son un referente. En la zona baja del palacio se encuentra una parte comercial, al clásico estilo del mercado, que aquel día, por ser festivo, tan solo tenía algunos puestos abiertos, una pena, porque parecía tener bastante encanto.
Así, pasamos a la Piazza della Herbe. Allí, parece concentrarse mayor número de personas, hay puestos de verdura y fruta. Una plaza de estética llamativa y que tiempo atrás fue testigo de las ejecuciones capitales.
Agradecimos en aquel momento encontrar un poco de gente que animara la visita porque, si bien Padua es una ciudad monumental con cierto carácter medieval que le da un aspecto precioso, la soledad bajo el sol del verano le daba un carácter algo apagado y solitario.
Salimos de la plaza y continuamos camino de otro de los puntos a visitar de la ciudad, la catedral. La Catedral Basílica de Santa María de la Asunción, o también conocido como Duomo de Padua, nos sorprende en una amplia plaza y una fachada que no es lo que uno espera de una catedral. La entrada es gratuita y su interior nos deja un poco fríos. A la derecha de la catedral se encuentra el Baptisterio.
Dentro del Baptisterio no se pueden sacar fotografías, el precio de entrada es de 3 euros y en su interior se puede encontrar un conjunto de frescos del s.XIV considerados una auténtica obra de arte. Desde luego, al entrar es impresionante. Es pequeño, pero puede sentarte en uno de sus bancos y estar un buen rato viendo las obras de Giusto de' Menabuoi, que relatan momentos de la vida de San Juan, de Cristo y de María.
Y hablando de frescos, nuestro destino estaba camino de los frescos de Giotto, uno de los atractivos más populares de la ciudad de Padua. Estos se encuentran en la Capilla de los Scrovegni.
Para llegar allí cogemos la calle que hay frente a la catedral y nos adentramos en el antiguo Ghetto de Padua. Hablamos en la entrada de Venecia sobre el primer Ghetto en Europa instalado en Venecia. En la época del a República de Venecia aquí también se permitió vivir a los judíos en unas cuantas calles, aunque al caer la noche se cerraban unas puertas que las rodeaban. En el s.XVI, se reconoció oficialmente este Ghetto y en Padua se producía un hecho excepcional que no ocurría en otros lugares de Europa, en la Universidad de Padua era en la única en la que a los judíos se les permitía estudiar Medicina. Eso sí, las tasas que debían pagar eran más elevadas que el resto que no pertenecía a su religión.
Las calles del antiguo Ghetto de Padua hoy recogen pequeños comercios y atravesarlas no te hace pensar en el injusto pasado, hoy son un lugar de encuentro para gente joven y se ha transformado en un barrio muy agradable.
Llegamos a la Capilla de los Scrovegni. Llegamos a ella por la parte exterior de su valla, cuando parece que estamos allí, dedicamos al menos 10 minutos para encontrar cómo se pasa al otro lado de la valla. Es bastante ridículo vernos de lado a lado buscando la entrada, atravesamos un parque, deshacemos nuestros pasos, damos una vuelta, otra. Otra pareja de turistas, tan perdidos como nosotros deciden seguirnos. Error. Lo pagarían, como lo hicimos nosotros, con calor y pesadez de piernas.
Antes de ir a la capilla, contamos que sería imposible entrar, nos habíamos informado de que era necesario reservar, ya que se hace en visitas de grupos reducidos y guiadas. Con el pensamiento que habitualmente nos caracteriza, de no querer comprometernos demasiado con visitas cerradas con horarios, sabíamos el riesgo que corríamos. Nuestra ignorancia artística hace que no sepamos valorar lo que merecen los frescos, pero es que de la Capilla de los Scrovegni en todos los lugares se dice que es una auténtica obra de arte. 1.000 metros cuadrados decorados con frescos realizados durante 855 días y que comenzaron a hacerse en 1302.
Una capilla que mandó construir y decorar el rico Scrovegni como capilla auxiliar al palacio que también se construyó, al lado sobre un anfiteatro romano. El caso es que al entrar nos dicen que, casualmente a las 15:30 teníamos la posibilidad de entrar en un grupo. Miramos el reloj, eran las 13:30. Nos brillaba la cara, hacía calor, aún no teníamos hambre. Un mundo de sombras y posibilidades se abría ante nosotros. Por un lado, teníamos la gran fortuna de poder entrar a ver los frescos sin reserva previa, y por otro lado estábamos muy acalorados, con Padua recorrida y pocas ganas de esperar. ¿Qué hicimos? Decidir que no esperábamos y nos íbamos a Vicenza. Así somos, para matarnos.
Así que, con las mismas, fuimos volviendo hacia el coche con bastante calor. Al lado del coche vemos un supermercado abierto, buscamos algo con lo que hidratarnos, unas coca colas frías y, de paso, nos cogemos un par de ensaladas por lo que pudiera pasar. Y así arrancamos camino de Vicenza.
Padua nos había gustado, pero tampoco conquistado. Íbamos comentando esto en el coche cuando llevábamos 10 minutos en él y, de golpe, como si fuera una iluminación viene a mi mente que nos hemos dejado pendiente de ver dos puntos clave de Padua. Nos miramos y decidimos dar media vuelta. Vamos en busca, para empezar, de la Basílica de San Antonio de Padua.
No había casi nadie, y el sol caía de lleno.
La basílica nos impresionó, por fuera sus dimensiones son considerables, pero el interior, donde no están permitidas las fotografías, nos dejó sin palabras. Ahí sí que nos emocionamos. Es totalmente diferente y nos quedamos anonadados. Se construyó entre el s.XIII y s.XIV. La capilla donde se encuentra la tumba de San Antonio de Padua nos deja impactados y los detalles de las esculturas son alucinantes.
Cuando salimos de la basílica, de entrada gratuita, por cierto, ponemos rumbo al otro lugar emblemático de Padua, al Pratto della Valle, una de las plazas más grandes de Europa y dicen que la más grande de Italia, con sus 90.000 metros cuadrados.
Es imposible abarcarla en una fotografía y ninguna de nuestra imágenes hacen justicia a sus dimensiones. Su forma es ovalada, tiene un canal con la misma forma, en cuyos márgenes se encuentran 78 esculturas. En ellas aparecen personajes de diferente calado, desde personas de importancia histórica, hasta otras que financiaron parte de su construcción.
En la parte central queda una pradera verde en la que habitualmente los habitantes más jóvenes de Padua van a sentarse y disfrutar. Y nosotros de Padua no éramos, y jóvenes, pues así nos sentimos, por mucho que nos cedan el asiento en el autobús, así que, aprovechando una de las sombras de aquel lugar, aprovechamos para disfrutar de una sombra y sentarnos un rato a coger aliento. No se estaba nada mal… Así que acabamos sacando las ensaladas, bebiendo agua de las fuentes de la plaza y tumbándonos un ratito para coger impulso.
Antes de darnos cuenta eran las 16:15. Nos habría dado tiempo, al final, a ver los frescos de Giotto. ¡Estas cosas pasan! En fin, tampoco nos sentimos tan mal, íbamos adaptando el viaje a las circunstancias y, sobre todo, a nuestras apetencias. Así que, con las mismas, decidimos que a esas horas, con ese calor y tras recorrer Padua, no estábamos preparados para la parada en Vicenza, otra ciudad monumental que teníamos incluida en nuestro itinerario. Decidimos ir directamente a Verona.
De Padua a nuestro alojamiento de Verona tardamos unos 50 minutos, más o menos. En Verona nos alojamos en el B&B La Maison de Verona. Cuando hicimos la reserva teníamos que avisar de la hora a la que llegábamos, para no pillarnos los dedos pusimos las 19:00, pero al final llegamos antes. En tal caso teníamos que llamar para avisar. Pues llamamos cinco veces sin obtener respuesta alguna. Para colmo, frente al alojamiento no se puede aparcar, así que, medio desesperados, envíamos un correo y decidimos irnos hacia el centro para hacer un poco de tiempo. Justo cuando estamos aparcando cerca del centro, nos contestan al correo para decirnos que van para el alojamiento.
Pues nada, media vuelta y al alojamiento, llegamos antes que ellos y nos toca subir el coche a la acera para esperar. Y en un rato, ahí aparece el propietario, sobre su moto, en tirantes, con nariz de boxeador y un brazo más grande que mi cabeza, y no voy corta de cabeza. Nos dice que no tenía saldo en el móvil. “Hacía siglos que no escuchábamos esa frase”. Además, ¿desde cuando hace falta saldo para recibir llamadas? En fin, con ese tamaño de brazo nos pareció un argumento muy válido...
Este alojamiento vuelve a ser del tipo del que nos encontramos en Como. Es un piso, tiene tres habitaciones, una con baño incluído y las otras dos comparten baño. El piso está muy cuidado y nuestra habitación (con baño incluído) también está bien decorada. El chico habla español y nos da muy buenas indicaciones acerca de dónde aparcar, a 200 metros de allí, en un aparcamiento por 7 euros días. También nos llena en un segundo de tarjetas de lugares dónde comer en Verona, la mayoría con un sello del alojamiento, los que son de amiguetes suyos, nos dice en qué se especializa cada uno y que si les damos la tarjeta nos hacen un descuento. También nos enseña la cocina para contarnos cómo funciona el desayuno al día siguiente.
Dejamos maletas, bajamos rápido para dejar el coche en el aparcamiento y nos ponemos rumbo al centro de Verona. A 10 minutos caminando está la Arena de Verona.
A Verona le dedicaríamos el día siguiente entero, así que en la próxima entrada nos detendremos más en la parte monumental y hoy solo daremos unas pinceladas, ya que es así como nosotros lo vivimos en aquella tarde: el primer contacto con una ciudad que nos encantó, Verona.
Aquella tarde, que ya estaba algo avanzada, salía el calor de las calles empedradas de Verona. Una vez que llegamos a la parte central de Verona nos cruzamos con la Piazza Bra, donde se encuentra La Arena.
La Arena de Verona es un anfiteatro romano, un monumento simbólo de la ciudad. La plaza en la que se encuentra está rodeada por un montón de restaurantes y, en nuestra visita, con parte del atrezzo y próximos decorados para la ópera que se iba a celebrar en unos días, Nabucodonosor. Probad a repetirlo 3 veces rápido. ¿Nos sentís bobos? Una chorrada, lo sé. Perdón.
También encontramos por primera vez en el viaje a los militares que estaban en la plaza con las armas, algo que en Venecia no vimos en ningún momento, pero que en los siguientes días estaría mucho más presente.
Como os decíamos, aquella tarde solo queríamos pasear, sin profundizar mucho en las cosas que nos encontrábamos, solo disfrutar del placer del paseo, de la compañía de los desconocidos con los que estábamos en sintonía, todos disfrutando de una tarde de verano. Al día siguiente sería cuando nos haríamos con la Verona Card para 24 horas y le sacaríamos mucho provecho.
Llegamos a la Piazza delle Erbe, las calles que han desembocado en ella nos han parecido muy coquetas. En la plaza hay numerosas terrazas, está su mercado abierto y las construcciones que la conforman forman un espacio arquitectónico con armonía y mucho sabor a Italia.
El que no escribe va mirando, caminando y rascándose como si viajara con una colonia de pulgas. Realmente son las picaduras de mosquitos venecianos lo que le tiene tan inquieto, lo que parecía una picadura insignificante se ha convertido en una montaña, y así con varias que se reparten por sus piernas. Por si acaso, llevamos esta vez repelente de mosquitos en el bolso.
Seguimos callejeando sin un rumbo claro, la luz cae. Llegamos hasta el Ponte di Pietra, el monumento romano más antiguo de toda la ciudad y desde donde se tienen una bonita estampa de la misma. Y así, casi sin darnos cuenta, si no fuera porque teníamos las piernas como dos columnas de hierro de lo que pesaban, llegó la hora de cenar.
Pasamos por uno de los restaurantes que nos había aconsejado el chico del alojamiento, está a escasos 20 metros del puente. No teníamos muy claro qué queríamos cenar, pero no estábamos para dar muchas vueltas más, así que ese resulta el elegido.
No tiene mala pinta, una terraza en medio de una de las plazas empedradas de Verona, bonita y sutil iluminación, la velita que no falte. La verdad es que apetece. El restaurante es Antica Torretta y la atención muy buena. En nuestra afición por compartir platos, que deriva de las ganas de probar, elegimos Gnocchi rellenos de ricotta y tartufo y mantequilla. Buenísimos. Elegimos también rodaballo con hierbas, tomate fresco y espinacas. Esperábamos un lomo de rodaballo un poco más lustroso, nos pareció algo pequeño, eso sí, estaba muy bueno, la carne prieta y suave y el sabor estupendo. Agua, copa de vino blanco y 2 expressos, 60 euros con el descuento del 10%, por presentar la tarjeta del alojamiento, y buena experiencia.
Y ahí estábamos sentados, disfrutando y dejándonos llevar por la emoción, así que decidimos que había llegado el momento de sacar las entradas para ir la noche siguiente a la Arena y disfrutar del concierto de la Novena Sinfonía que se iba a celebrar. Nuestra intención desde meses antes era sacar una entrada para disfrutar de la ópera allí. Pero justamente las noches que estábamos en Verona no había ópera, así que, una vez más, dejamos para el último minuto la decisión. Y allí estábamos, 24 horas antes del concierto, con un móvil en la terraza del restaurante sacando las entradas. Sacarlas fue una aventura, cuando no daba error una cosa, daba error otra. Pero lo conseguimos. Una sonrisa se dibujó en nuestras caras y casi fue borrada de inmediato cuando recibimos el correo de confirmación. Un escalofrío recorrió nuestro cuerpo. Lo primero era que había que imprimir las entradas, aunque vimos que, yendo una hora antes a la Arena, las podías imprimir allí. Pero, amigos, lo gordo era lo siguiente, el código de vestimenta era ¡formal! Para eso no había Plan B, porque para mayor añadido, el día siguiente era festivo y muchas tiendas no abrían. Quizá yo podía salvar la situación, al fin y al cabo tenía algún vestido y zapatos, no es lo que yo llamaría “formal” pero se podía camuflar “medianamente” de formal. Pero el que no escribe lo más formal que llevaba eran unos vaqueros, camiseta de algodón y deportivas. Se mascaba la tragedia. Visualizamos cómo el que no escribe acaba siendo rechazado por el portero en la entrada de un anfiteatro romano, cual adolescente con calcetines blancos en la puerta de Pachá. Vemos que eso se puede convertir en una anécdota inolvidable que nos gustaría olvidar. Veríamos si aquel estrés nos iba a dejar dormir.
Camino al B&B hablamos con la familia e hicimos algunas fotos nocturnas. La tensión no desaparece.
Subimos al hotel y comprobamos que han dejado todo super bien preparado para que nos sintamos cómodos, luces de ambiente, cenicero y mechero en la terraza, chucherías, agua fría en el frigorífico… ¡Agua fría!
Nos tumbamos destrozados y disfrutamos del placer de la posición horizontal, del aire acondicionado y de esa risita nerviosa de ¿qué nos ponemos mañana para ir a la Arena?
Al día siguiente, Verona nos esperaba y nosotros esperábamos que también lo hiciera ese concierto nocturno…
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