Llegamos los últimos a casa de mis abuelos. Apenas nos dio tiempo de quitarnos el abrigo cuando mi primo nos llamó a gritos. Nos habían estado esperando, el abuelo iba a contarnos una historia.
Mi hermana me cogió de la mano con fuerza. Era el momento en que el abuelo nos enseñaba una cicatriz en su cuello, creada por la flecha de un indio con plumas. A los chicos nos encantaba esa historia, pero a mi hermana y a mis primas, les daba miedo.
Ya de mayores, le decíamos al abuelo que no existían los indios, e inventábamos otras historias para esa cicatriz. Pero él seguía con cabezonería diciendo que era verdad. La abuela nos miraba y callaba con complicidad.
Esta mañana, he mirado mi cuello en el espejo del baño. Ayer me extirparon un lunar hereditario, y la cicatriz que me han dejado, tiene la forma de una flecha.
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