Érase una vez un globo que voló hasta verse muy pequeño desde abajo. A medida que subía, se maravillaba con la belleza de los paisajes. Cuando vio el mar a lo lejos, no pudo creer lo inmenso que era. Trato de ver el final del océano, pero fue imposible, el azul se extendía hasta perderse de vista.
Una repentina brisa lo llevó hacia la playa y pudo apreciar la espuma blanca que se forma cuando las olas chocan en la orilla.
Siguió su recorrido y pudo ver grandes montañas llenas de nieve en lo más alto, e imponentes cascadas de agua cristalina que caían con fuerza hacia pequeños ríos que llegaban hasta el mar.
No había dejado de ver las cascadas cuando se encontró con una extensión repleta de flores silvestres de colores.
Al anochecer consiguió enredarse a una de las ramas de un árbol desde donde contó su aventura.
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